—El agua está fría —dijo Piperina para romper el silencio que había surgido desde que todo el grupo de expedición había tocado la primera gota de mar.
Amaris sonrió. Parecía cada vez más etérea, como si apreciara con lentitud cada una de las cosas sucediendo aquel momento.
—Siempre has sido tú —dijo—. Ahora lo entiendo.
—¿Ahora entiendes qué? —preguntó Nathan, a quien no parecía importarle meterse en la conversación de las hermanas.
—Hablaremos de eso cuando volvamos. Es momento de enfocarnos en el viaje submarino —insistió ella, luego alzó la voz, llamando la atención de sus otros tres acompañantes, Zedric, Connor y Skrain—. A falta de llamados con la Luna con más experiencia yo guiaré el viaje. Si lo que dice Nathan es cierto, la princesa lo encontrará en un lugar extremadamente profundo en estas aguas, así que trataré de llevarnos lo más lejos posible.
Piperina trató de no admitirlo, pero le alegraba que la que guiara fuera Amaris. La única otra persona que pudiera haber guiado ese viaje era Alannah, pero se encontraba ocupada en la Isla Real organizando a las diez legiones que su madre les había proporcionado.
—Y en caso de que se nos acabe el aire —el siguiente en hablar fue Skrain—. Formaré una burbuja de agua para nosotros.
—Que así sea, entonces —dijo Zedric.
Los chicos se sumergieron en el agua. El viaje hacia el fondo fue callado, Piperina luchaba contra la sensación fría del agua, Connor nadaba con facilidad habiendo tomado la forma de un tiburón, mientras que Zedric y Nathan iban hasta el final del grupo con rostros de incomodidad.
Entonces Amaris ajustó su nado. Fue mucho más rápido, tanto que fue difícil seguirla y mantener no respirar bajo el agua al mismo tiempo. Cuando hubieron llegado a lo las profundo, cerca de una maravillosa y enorme estatua que parecía llevar años enterrada ahí, ella se detuvo.
Hizo señales para indicar que debían de tomar un poco de aire antes de avanzar. Skrain asintió, junto sus manos en una palmada e hizo una burbuja de aire a su alrededor.
—Ya me cansé de nadar —murmuró Piperina en forma de queja—. ¿Sabes qué tan cerca estamos de este lugar?
—No —Nathan parecía intranquilo, pero no inseguro—. La llamaré.
Nathan sacó el collar que llevaba debajo de sus ropajes mojados. Piperina observó con curiosidad como parecía brillar, la forma en que la energía oscura de Nathan llamaba la atención por su forma lenta de salir, como mandando una especie de señal hacia la nada.
—Estamos aquí —dijo. La energía comenzó a salir con aún más fuerza y, enseguida, el collar se destruyó.
—Viene hacia aquí —dijo Nathan con alivio.
—Bueno, pues esperemos —dijo Skrain. Movió su burbuja de aire hasta que llegaron a la parte más lisa de las rocas al fondo del mar, donde se sentaron y esperaron por lo que parecieron horas pero sólo fueron unos veinte minutos.
La llegada de la princesa no pasó desapercibida. Venía a toda rapidez, toda una caravana detrás de ella. Piperina se sorprendió por la belleza de sus rasgos, su piel perfecta y ojos multicolores.
—Tendremos que deshacer la burbuja —dijo Zedric, con su vista fija en la princesa, esa mirada que decía que estaba viendo más que todo los demás—. Nos dará algo para que podamos respirar bien bajo el agua, después iremos hasta el fondo del océano, hasta las puertas de la muerte.
Skrain aplaudió de nuevo. La princesa estuvo frente a ellos, en sus manos un pequeño ramillo de hojas amarillentas.
Se las dió a Nathan, que parecía estar mirándola fijamente también, sus miradas tan compenetradas que se notaba la comunicación sin palabras entre ellos.
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Ecos de sol.
FantasySer un líder es difícil. Drena todo de tí, te lleva hasta el punto más crítico de la existencia. Zedric no quiere serlo. No quiere gobernar a un reino que desconoce, no quiere luchar contra una enemiga conocida. Sólo quiere ser libre, e intentará...