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Sofía

El lunes bien temprano, me levanté a la misma hora de siempre y partí hasta la facultad en colectivo después de haber desayunado. Ana y Dolores me estaban esperando en la entrada de la misma, hacía tanto frío que ellas estaban temblando y se frotaban los brazos con sus manos.

— Por fin llegas, conchuda. —murmuró Ana después de saludarnos con un beso en la mejilla.
— Perdón, se me había pasado el bondi. —respondí haciendo reír a Dolores.
— No me sorprende, siempre te pasa. —dijo riendo.

Minutos más tarde ya estabamos adentro de la institución y nos tocaba empezar la mañana ahí, me quería morir. Supongo que al principio es lindo estudiar pero después se vuelve tedioso, aparte de que ya sos consciente de lo que te puede pasar si no te pones las pilas y eso te pone más nerviosa todavía. A veces quisiera volver al secundario.

Cuando entramos al curso y nos sentamos las tres, escuché como alguien me silbaba de atrás. Al darme la vuelta vi a Elías, mi amigo, saludarme desde su lugar con una sonrisa en la cara mientras agitaba la mano. Iba a acercarme para hablar un poco pero justo entró el profesor al curso y todos se tensaron al instante, viendo que era el profesor más exigente.

Después de ese momento lo único que hice fue estudiar, estudiar por horas sin dejar de pensar en Paulo y lo que había pasado entre nosotros unos días antes. Miraba el pizarrón y me acordaba de él, miraba el banco y pensaba en él, ese chico me estaba atontando demasiado aunque no quisiese.

Cuando finalmente mi día en la facultad de psicología terminó, caminé hasta la parada del colectivo en compañía de mis amigos. Ana y Elías no eran del mismo barrio, por lo que ellos se tomaban el colectivo que pasaba antes que el mío y me despedí de ellos cuando el mismo paro a unos metros de la vereda.

— Y.. ¿Te estás comiendo a mi tío? —preguntó Dolores sorprendiendome.
— No sé si "comer" sea el término correcto. —respondí mirando la calle.
— Si te lo re comiste boludaaa. —gritó, provocando que le hiciera la seña de que se callara.— Mira, a mi no me molesta.
— ¿No?
— No, pero.. a Lautaro sí y eso lo sabes.

Simplemente asentí, no me dio el tiempo a responder nada porque el colectivo que tomabamos se acercaba y tuve que estirar la mano para pararlo. Casi me desmayo al ver que estaba lleno, hubiese esperado otro pero el frío afuera me congelaba y seguramente me terminaba enfermando.

Me tocó pasar con mi super mochila por en medio de toda la gente que iba parada y me agarré de dónde pude, parandome lo más atrás posible. A Dolores, como siempre, le costaba más seguirme porque era más grandota y tenía que empujar un poco a la gente.

Habremos tardado unos cuarenta minutos en volver al barrio, lo peor era que el colectivo casi se vaciaba cuando estábamos a cinco cuadras de llegar y no durabamos ni tres minutos sentadas. Bajamos en la esquina de la calle dónde vivíamos y ella me sacó el tema de su tío otra vez.

— ¿Sos consciente de que en unos días se va? —preguntó mirandome angustiada.
— Sí, aunque no quisiera estar consciente de eso. —respondí pensando en lo triste que era la situación.
— Es imposible que te vayas con él a Italia ¿no? —volvió a preguntar, a lo que yo asentí mirandola con tristeza.

Ella me abrazó por los hombros intentando mimarme y yo me reí, amaba a esa mujer.

Me invitó a pasar el rato en su casa, supongo que le había nacido decirme eso para que yo pudiera ver a Paulo y se lo agradecía eternamente. El anteriormente nombrado estaba en la cocina picando unos tomates, cuando me vio me sonrió y me dejó un beso en los labios sin soltar la cuchilla.

— ¿Que haces? —pregunté mientras acomodaba mi mochila en los hombros.
— Carbonada, voy a hacer empanadas. —respondio sonriendo para después seguir con lo suyo.— ¿Te vas a quedar a comer?
— No sé..
— Dale tarada, mira lo que estoy haciendo por vos. —dijo haciendome reír.
— Es que Romina se puede enojar, capaz que no le gusta que esté mucho acá. —susurré cerca de su oído y al escucharme negó con su cabeza.
— No le molestas, quedate.

Y sí, terminó convenciendome. No había podido resistirme a su carita de perro mojado, sus ojos me dejaban embobada y ni que hablar de su sonrisa.

Lautaro no quería vernos, había desaparecido de la cocina cuando nos vio juntos y claramente nos estaba evitando. Me hacía sentir mal, pero tampoco era mi culpa porque en ningún momento le demostré que me interesaba. Era el hermano de amiga y por eso nunca le había prestado atención, no lo veía como algo más que un simple amigo.

Me quedé a comer, Paulo había cocinado bien y eso me dio mucha paz, tenía un hambre increíble. Romina y Alicia no estaban en la casa, habían salido juntas desde temprano.

Después de haber comido, nos sentamos en el living a ver un poco de televisión mientras charlabamos. Yo sinceramente ya quería irme a mi casa, estaba cansadisima y en lo único que pensaba era en acostarme en mi cama a dormir un rato.

— ¿Tenés sueño? —preguntó Paulo mientras acariciaba mi pelo.
— Un poco. —respondí mientras sentía la mirada de Lautaro sobre nosotros.
— ¿Querés que te acompañé hasta tu casa? —preguntó nuevamente, por lo que yo asentí con la cabeza mirándolo.

Me levanté colgandome la mochila en los hombros y me despedí de los chicos, saludandolos con un beso en la mejilla a cada uno. Paulo me siguió hasta la puerta y ahí salimos los dos juntos, sintiendo el frío del exterior. Cruzamos la calle agarrados de la mano y al estar frente a mi casa, posicionó sus manos en mi cintura para después besar mis labios con dulzura.

Se quedó esperando afuera hasta que yo entré a mi casa y me despedí de él agitando mi mano en su dirección. Cuando me di la vuelta vi a mi papá estar mirandome y el corazón me empezó a latir más fuerte de lo normal.

Córdoba sin ti {Paulo Dybala} Donde viven las historias. Descúbrelo ahora