031

5.1K 272 17
                                    

Sofía

Desperté a las seis de la mañana, al escuchar la alarma de mi celular sonar a todo volumen y haciéndome odiar un poco más los días de semana. Odiaba despertarme temprano, odiaba tener que morirme de frío en invierno y odiaba estudiar, mucho más sabiendo que tendría que hacerlo durante unos largos años.

Esa mañana quise empezar la semana de una forma distinta y aprovechando que tenía una bicicleta sin uso en el garage, decidí estrenarla. Me la había regalado papá hace unos años atrás pero nunca tuve oportunidad de usarla, o nunca pensé bien en que momento. Seguía enojada con él, pero sabía que en cuestión de horas lo tendría hablandome como si nada malo hubiese pasado entre nosotros, era así y ya estaba acostumbrada a eso.

Salí de mi barrio pedaleando y sintiendo mi cuerpo casi sin movimiento por el frío que hacía en el exterior, si no me equivocaba las temperaturas estabas en grados bajo cero. Me comí unos cuantos pozos y golpee el culo tontamente varias veces, me había olvidado de que no era lo mismo que andar en auto o incluso en colectivo.

Sorpresivamente la bicicleta se volvió pesada de un momento a otro y me tiré a un costado de la calle para ver que pasaba, dándome cuenta de que se me había pinchado la rueda delantera. Miré para todos lados, confirmando que no había casi nadie en la calle a esa hora y quejandome me bajé de la bici para comenzar a empujarla a pasos apurados por la vereda.

Al llegar a la facultad después de caminar más de quince kilómetros, encadené la bicicleta en las instalaciones de aquel lugar para que nadie se la llevará y me crucé con Dolores, quién acababa de bajar del colectivo.
— ¿Qué pasó, amiga? —preguntó mirándome sin entender nada de lo que veía.
— Esta mierda que se pinchó. —renegé, moviendo la rueda con agresividad.
— Hey, para loca. —murmuró aguantandose las ganas de reír.— Veni, entremos y me contas.

La seguí, entrando a la facultad y encontrandome con Ana que había llegado unos minutos antes. Les conté lo que me había pasado y al verlas reírse de eso, me lo tomé con humor porque en cierta forma eso me había sacado de la rutina. Elías apareció asustandome al abrazarme sorpresivamente por atrás y yo casi me muero de un infarto, obviamente se ganó un bifazo increíble.

Me sentí mal cuando sentada en mi banco en el aula, empecé a pensar en Paulo mientras miraba a mi profesor completamente distraída y en otro mundo. Pensé en que estaría haciendo él, en sí se había cruzado con su ex novia e incluso en si estaba durmiendo o no. Lo extrañaba y era inevitable no pensarlo como una tonta enamorada.

Después de las fastidiosas horas en aquel infierno, salí acompañada de Ana y Dolores, caminando hasta dónde estaba encadenada mi bicicleta. Iba a tener que volver a mi casa tal como llegué a la facultad, empujandola y muriendome de frío.

Elías se despidió de mi abrazandome fuerte y susurrandome en el oído que tuviera cuidado en la calle, era un amor. Las chicas también se despidieron de mi y me miraron angustiadas sin poder hacer nada para ayudarme, ya que ellas andaban en colectivo. Comencé mi trayecto caminando por las calles cercanas a la facultad hasta cruzarme con una heladería, me tenté a tomarme un helado y me cumplí el capricho.

Dejé la bici afuera de la heladería, entrando a la misma que estaba vacía y se me facilitó mucho más el comprar el heladero que quería. Salí ya con el cucurucho en mano, dándole una lamida al chocolate y con la otra mano empujando la bicicleta. Como era bastante difícil hacer ambas cosas, decidí frenarme en una plaza y me senté en un banquito libre que había por ahí.

Mi celular sonó en mi bolsillo y al sacarlo del mismo vi que Paulo quería hacer una videollamada conmigo, pensé mucho en si atenderle o no porque estaba en la calle, pero finalmente terminé atendiendo.

— Hola. —dije al verlo en mi pantalla.
— Hola gorda. —habló sonriendo. — ¿Pudiste arreglar lo de la bici?
— Eh.. no. —respondí haciéndolo reír.
— ¿Y cómo te volviste a tu casa? —preguntó para después darle un sorbo a la taza de café.
—  Todavía no estoy en mi casa, pero voy yendo a pie. —dije elevando mis hombros.
— Le voy a decir a Lautaro que te busque, mandale la ubicación. —ordenó sorprendiendome.
— No, está bien..
— No, está oscureciendo y es re peligroso.

Tenía razón, así que le mandé la ubicación a Lautaro sin cortar la llamada y esperé a que Paulo me volviera a hablar, segundos más tarde lo hizo.

— ¿Estás enojada conmigo? —preguntó de la nada.
— ¿Debería estarlo? —respondí con una pregunta riendo.
— No no, pero a lo mejor te molestó algo y yo no me di cuenta.
— No tontoooo, te extraño. —confesé apoyandome en mis rodillas.
— Yo también, no veo la hora de poder tener un tiempo aunque sea chiquito para verte. —dijo con cierta timidez. Increíble que Paulo Dybala se sintiera de esa forma.

Estuvimos hablando de cosas no muy importantes durante unos minutos mientras yo terminaba mi helado hasta que escuché la bocina de un auto en la calle, haciéndome mirar en esa dirección y reconocí la camioneta de Romina.

— Pau, me vino a buscar Lauti ¿Hablamos después?
— Dale amor, hablamos después. —respondió agitando su mano y sonriendo.

Por último me tiró un beso que hizo reír al Pipa que estaba a su lado y yo imité su acción, haciéndolo sonreír.

Lautaro se acercó hasta dónde yo estaba para levantar la bicicleta poniéndole fuerza al asunto y la acercó hasta la camioneta, dejándola en la parte de atrás de la misma. Segundos después nos subimos al vehículo, yo sentandome a su lado en el asiento del copiloto y poniéndome el cinturón al instante.

Él ya no estaba tan molesto conmigo ni con Paulo, pero algo había cambiado después de mi "relación" con su tío y lo hacía bastante obvio. Aún así me alegraba el hecho de que no fuera cortante conmigo, siempre estaba haciéndome reír.

— ¿Cómo la pasaste en Grecia? —preguntó sin despegar la vista del camino.
— Re bien, me encantó. —respondí sonriendo al acordarme de ese hermoso lugar.
— Te entiendo, nunca fui pero debe ser hermoso. —dijo haciéndome reír.

Miré detalladamente su perfil y me di cuenta de que tenía rasgos bastantes parecidos a los de Romina, tenía una carita de bebé increíble aunque supieramos que realmente no lo era.

— ¿Qué me miras? ¿Tengo un moco? —preguntó girandose para mirarme mientras se tocaba la nariz con las manos.
— No. —respondí carcajeando.— Miro la cara de nene inocente que tenés, y tus rulitos..
— Estos rulos conquistan. —dijo moviendo la cabeza, provocando que su pelo hiciera lo mismo.
— ¿Ah sí? —pregunté con gracia, a lo que él asintió riendo.

Cuando nos tocó un semáforo en rojo, se frenó en la esquina de la calle y me miró sin expresión alguna. Sus ojos mirando los míos me incomodaron un poco y justo cuando iba a apartar la mirada por vergüenza, un auto nos tocó la bocina desde atrás. Lautaro volvió a mirar al frente y después de eso ni hablamos.

Córdoba sin ti {Paulo Dybala} Donde viven las historias. Descúbrelo ahora