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Paulo
Turín, Italia

Y sí, la había cagado una vez más pero.. ¿Realmente les sorprendía? Siempre fui una persona que cometía errores y sobretodo en las relaciones, pero nunca fui tan cobarde como para engañar a alguien. Sofía era mi novia ahora y no quería a nadie más que a ella.

La anteriormente nombrada había aparecido en Turín después de unas semanas bastante intensas para ambos, por mi parte llenas de responsabilidades y entrenamientos. Ella me había contado que pudo trabajar en el supermercado chino del barrio esos días que estuvo allá, había conseguido un poco de lo que necesitaría para poder cubrir algunos gastos que tendría acá aún sabiendo que yo no la dejaría gastar ni un solo centavo.

— Cosita preciosa de la mamá. —murmuró entrando con las valijas en mano y aganchandose para poder acariciar al perro.

Snow corría y ladraba emocionado al ver a su "mamá" nuevamente en el departamento. Nunca antes me había sentido tan identificado con los sentimientos de un perro hasta ese momento.

La ayudé con las valijas, llevando las mismas a mi cuarto (que compartíamos cuando estaba ella) y las dejé sobre la cama para que después acomodara su ropa dónde quisiera, no me molestaba para nada que me invadiera porque justamente quería eso; convivir juntos y compartir cosas.

Salí del cuarto para ir hasta la cocina, sacando unas milanesas del frizzer y dejandolas sobre la mesada para que se descongelaran mientras yo esperaba en el comedor. Los chicos de Instituto me habían mandado la camiseta especial de los cien años de la fundación de aquel club y casualmente me mandaron dos, por lo que no tardé ni dos segundos en ponerle a mi novia la albirroja.

— ¿Me extrañaste? —preguntó sentada sobre mis piernas, haciéndome reír.
— Sí, pero a veces recurría a Manuela. —respondí provocando que ella me mirará sin entender.
— ¿Quién es esa? —preguntó con inocencia.
— Gorda, manuela.. —traté de hacerla entender pero no la cazaba ni ahí.— Manuela es la mano, mano más pito es igual a paja.
— ¡Tarado! —gritó con expresión de asco en su cara una vez que entendió y yo me reí.

Riendo me levanté para ir nuevamente hasta la cocina pero esta vez siendo acompañado por mi novia y su molesto animal queriendome morder los cordones de las zapatillas.

Prendí la hornalla de la cocina y preparé el sartén poniéndole aceite para tirar las milanesas en el mismo después de dejar que se calentara. Sofía se paró atrás mío, abrazandome por la cintura y apoyándose en mi espalda como solía hacer siempre. Me reí al sentir que me hacía cosquillas en el oído con la punta de su nariz y escuché su risita antes de sentir sus labios besar mi mejilla sonoramente.

Ella quiso ayudarme así que se encargó de pelar y cortas las papas que minutos después frité.

Cuando la comida estuvo lista, Sofía acomodó las cosas en la mesa y yo serví el almuerzo. Comimos mirando las noticias en la televisión y yo me reía al escuchar que mi novia decía que no entendía nada de lo que hablaban, el italiano no era lo suyo. Fue en ese momento cuando traté de enseñarle lo básico, riendo de sus fracasos en la pronunciación de algunas palabras.

— ¿Y cómo hiciste para hablar con la mamá de Vittorio? —pregunté confundido.
— Es argentina. —respondió.
— Ah, no sabía porque me habló en italiano a mi.
— Es porteña boludo. —murmuró intentando imitar el acento porteño, haciéndome carcajear.

Minutos más tarde ya habíamos terminado de comer, razón por la cuál levantamos las cosas de la mesa y las llevamos a la cocina. Sofía se puso el delantal que ya había usado en otras ocasiones, comenzando a lavar lo sucio después de atarse el pelo en una colita alta. Aproveché su cuello al descubierto para dejarle varios besos ahí mientras la abrazaba por la cintura con dulzura, provocando que se estremeciera en mis brazos.

— Te tengo que hablar de algo importante.. —tiró de la nada, girandose un poco para mirarme.
— ¿Qué pasa? —pregunté moviendo su cuerpo y obligandola a mirarme fijamente.
— Bueno, no sé como decirlo.. —empezó procupandome, pero no dije nada.— Tengo una enfermedad.
— ¿Qué enferme..
— No es nada grave. —interrumpió al instante.— Pero altera al metabolismo y la fertilidad de la mujer.
— ¿No podes tener hijos? —pregunté directo.
— Si puedo, pero hay que buscarlos con muchas ganas.. —respondió con lágrimas en los ojos.
— Me hice un test y no estoy embarazada.
— No llores, gorda. —murmuré secandole las lágrimas para después dejar un beso en su frente.

Cuando el momento tenso pasó, ella suspiró y siguió lavando los platos cómo si nada. Yo me quedé pensando en lo que me había dicho, tenía unas cuantas dudas pero tampoco quería preguntarle para no angustiarla. Ya tendríamos tiempo para profundizar más sobre el tema.

Cuando ella terminó de lavar los platos, se secó las manos y se sacó el delantal colgandolo dónde había estado antes de que usará. Apenas se giró la besé con intensidad, aprisionandola contra la mesada de la cocina y pegando su cuerpo con el mío.

— ¿Hay que buscarlos con ganas dijiste? —pregunté haciéndola reír a centímetros de mis labios y asentir.— Entonces habrá que hacerlo.

Llevé mis manos a sus muslos, levantadola del piso y obligandola a subirse a la mesada. Me paré entre sus piernas, brindandole caricias a las mismas, estando descubiertas al tener un short bastante corto puesto.

Poco a pocos mis manos fueron subiendo hasta su cintura, levantandole lentamente la remera y comenzando a dejar al descubierto su abdomen.

Un ladrido me hizo sobresaltar y riendo cargué a Sofía en brazos, empezando a caminar con ella rumbo al cuarto. El perro no tenía por qué presenciar lo que pasaría.


{Bueno mamita, actualiza a la hora que se te cante ahre}

Córdoba sin ti {Paulo Dybala} Donde viven las historias. Descúbrelo ahora