Capítulo 7

1.7K 124 28
                                    

—¡Qué! —exclamé, con la respiración acelerada

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—¡Qué! —exclamé, con la respiración acelerada.

—Por favor, necesito que te tranquilices para que vengas y la calmes a ella. Está llorando sin consuelo, no para, y ni siquiera nos dice qué pasó—explicó con un tono preocupado.

—¿Cómo que no quiere decirles qué pasó? ¿En qué momento se desmayó? ¿Por qué? —inquirí acelerado mientras agarraba las llaves de mi auto.

—Carlos salió del consultorio después de atender un paciente y Nadia se descompuso. Creemos que se trataba de Sebastián—confesó con tenacidad, demostrándose disgustada ante aquellas conclusiones.

—¿Sebastián? —me detuve en seco.

—Sí, Sebastián—repitió entre dientes.

—¡Mierda! —corté la llamada.

Salí de mi departamento con prisa, subí a mi auto y conduje sin parar hasta la casa de Nadia, no porque la desesperación por contenerla me sea tan grande, sino porque tenía un problema con mi coche; resulta que cuando lo frenaba éste se apagaba y debía esperar unos minutos hasta que vuelva a encender, y no contaba ni con el tiempo ni la paciencia suficiente como para estar soportando las fallas de un viejo automóvil.

Llegué a la casa de Nadia luego de haberme arriesgado a cometer tres choques, atropellar ocho personas y saltearme dos semáforos, bajé del auto con velocidad y golpeé la puerta de entrada con insistencia, ¿por qué Sebastián venía a aparecer en un momento tan tranquilo como el que estaba viviendo? Todo parecía haberse acomodado, mi relación era estable y creí por un segundo que nada sería capaz de arruinarlo. Con sólo pensar que aquel chico estuvo cerca de Nadia la sangre me hervía, no lo conocía, y aunque no quisiera hacerlo, a veces me preguntaba qué era lo que tanto tenía como para haber enamorado a Nadia de tal manera que la dejó destrozada cuando la abandonó.

—¡Gastón! —abrió la puerta la madre de Nadia—, menos mal que viniste—se hizo a un lado para que ingresara—, está en su habitación, recuerda golpear antes de entrar.

—Gracias, Sandra—asentí antes de pasar.

Me obligué a respirar y contener la calma mientras subía la escalera que conducía hacia las habitaciones de la casa. No quería reaccionar por el lado de los celos, sabía que Nadia se enojaría si le reprochaba su innecesaria reacción ante el reencuentro con un ex que debería de haber superado hace mucho tiempo, pero no podía juzgarla, había sufrido mucho y las historias que se escondían detrás de aquella antigua pareja eran tan problemáticas como apasionantes.

Llegué hasta la puerta de la habitación de Bolton y golpeé dos veces, me incliné buscando escuchar alguna respuesta de su parte, pero el silencio me inquietó lo suficiente como para tomar la decisión de pasar directamente. Me asomé por la abertura con cuidado y la observé arrinconada en una esquina de su cama, llorando a cántaros.

—Permiso—ingresé, cerrando la puerta detrás de mí.

Ella no contestó y si quiera se permitió darse un tiempo para mirarme, se veía sumida en un llanto al que no le encontraba razón, y por eso mismo necesitaba indagarla, ya que moría por conseguir las respuestas que aún no obtenía ni la madre de Nadia.

—Amor, ¿por qué lloras? —Me senté en la punta de la cama, en una esquina, lejos de su posición. Sabía que en aquel estado el tacto de mi parte no sería lo más conveniente, Nadia necesitaba estar aislada cuando se encontraba dolida y rota, podía permitirme hablarle, pero abrazarla sería como romper su burbuja reconstructora y destrozarla el doble de lo que ya estaba—, perdón, en realidad conozco un poco la situación, sé que estás dolida, pero... ¿en qué pensás?

No obtuve respuesta alguna, sólo se escuchaban sus sollozos y las mucosidades que absorbía en su nariz cada diez segundos. No podía verle el rostro, se había hecho un ovillo sosteniendo sus piernas contra su pecho y hundiendo su rostro entre sus rodillas, que parecía proporcionarle la protección que nadie era capaz de darle.

—Me gustaría que me contestes, amor, por favor... entiendo que te sientas mal y estés recordando momentos que preferirías no rememorar, pero... decime, ¿querés un abrazo, algo? —pregunté con torpeza, pero lamentablemente mi mente no funcionaba lo suficiente como para conseguir la pregunta exacta que me ayude a entrar en un diálogo con ella.

Negó rápidamente con la cabeza y bufé con pesadez, las cosas se me harían mucho más difícil de lo que pensaba. La observé por unos segundos y recorrí su cuerpo hasta llegar a sus pies descalzos, los cuales al frente tenían la cadenita que le regalé por nuestro aniversario, ¿se la había quitado a propósito? Volví la vista hacia arriba, furibundo, y no pude contener mi disgusto hacia tal acto.

—No era necesario quitarte algo que nos une—dije con tenacidad, intentando que no sonase como reproche, no quería involucrar una pelea entre los dos en un momento tan crítico para Nadia—. ¿No te parece que exageras? —agregué ante su silencio.

No obtuve respuesta y su silencio me desquitó. Podía tenerle toda la paciencia del mundo, pero llegaba un punto en el que las cosas se iban al carajo y mi regla de pensar antes de hablar se esfumaba.

—Digo, ni siquiera te miró, no te reconoció y ni te dirigió la palabra, ¿no te parece un poco ridículo que estés así?

—¡Cerrá la boca, Gastón! —levantó la vista, cargando ira en sus ojos—, no tenés ni puta idea de lo que decís, no sabés cómo fueron las cosas y menos tenés idea de lo que significa esto para mí.

—No, ¿sabés que no? —contrataqué, no podía aceptar que me hablase de tal manera cuando llegué con las mejores intenciones—, pero creo que antes de hacer esta escena infantil—señalé la cadenita que tenía enfrente de sus pies—, podrías hacerme entender qué pasó y qué pensás.

—No tengo nada que decirte—negó, sin siquiera mirar la cadena que le regalé—, sabés lo justo y necesario, y si no te alcanza...

—Sí, no me alcanza—la interrumpí—, lo que sé no me alcanza para poder entender tus caprichos.

—¿Caprichos? —se rio con ironía—, no son caprichos.

—¿Cómo puedo entender esta escena con lo poco que sé? —le pregunté, mirándola fijamente a aquellos ojos celestes cristalizados y rojos, producto de las lágrimas que derramó—, te cruzaste con tu ex y ¿qué más? ¿Se miraron, hablaron?

—¿Te podés ir? —se secó las mejillas mojadas con el dorso de su mano, pero no lo hizo con delicadeza, se quitó las lágrimas con violencia.

—¿Ahora yo soy el malo? —me reí, incrédulo ante su pedido.

—No me hagas repetirte las cosas, Gastón—dijo con calma, evitándose mirarme.

—Vine hasta acá para ayudarte, ¿y me pedís que me vaya porque...?

—¿¡Ayudarme!? —se incorporó de la cama, furiosa—, ¡es lo que menos estás haciendo, así que por favor salí de habitación! —abrió la puerta, exasperada.

—Es injusto—negué con la cabeza, sin poder creer que me estuviese echando de su cuarto.

—¡Andate, Gastón! —gritó, fuera de sus casillas, mirándome con una intensidad irreconocible.

Permanecí mirándola, buscando algún indicio de arrepentimiento o conmoción por lo que estaba haciendo, pero el vacío de su celeste y la inexpresión en su rostro me dejaron en claro que realmente necesitaba que me largue. Me incorporé de su cama lentamente y me fui de allí sin siquiera despedirme. Bajé las escaleras ligeramente, pasé por la sala de estar, evitándome buscar a Sandra para comunicarle cómo eran las cosas, salí de la casa rápidamente, me subí a mi auto y conduje hasta mi departamento.

No merecía cargar con tanto peso encima, sintiéndome un ridículo por intentar consolar a una chica que llora por otro y resulta ser tu novia.

Estaba cansado e irritado de intentar manejar una situación a la que ya le predestinaba su final.

Sin Rencor | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora