Capítulo 10

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Mi turno a la mañana en la facultad se vio manchado por el urgente citado que me hizo Molles anoche, y me frustraba reconocer que las cadenas de mis problemas cada vez me arrastraban aun más hacia el fracaso de mis metas y sueños

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Mi turno a la mañana en la facultad se vio manchado por el urgente citado que me hizo Molles anoche, y me frustraba reconocer que las cadenas de mis problemas cada vez me arrastraban aun más hacia el fracaso de mis metas y sueños. Resulta que tenía que acudir al consultorio y profundizar la charla que tuvimos en mi sala de estar, la que más bien se trató de una expulsión de sentimientos y confesiones que venía acorralando desapercibidamente dentro de mí.

Me di cuenta de que nunca avancé, sino que tapé con un telón rosa aquel fondo negro que acumulaba cantidades de recuerdos y pensamientos, así como personas, que hubiese preferido cerrar con llave en un baúl dentro de mi memoria de corto plazo.

Nadia, siempre diste vueltas alrededor de la historia, y ahora que encontraste a Jones, te metiste nuevamente dentro de ella, me habló mi preciado subconsciente, quien parecía siempre tener la razón.

Para iniciar el día, me había levantado temprano con el fin de  acumular fuerzas y energías mentales, las cuales necesitaba para enfrentarme al ingenioso interrogatorio que Carlos iría efectuando a medida que vaya escuchando cada llanto y palabra de mi parte, porque sí, estaba segura de que las lágrimas no se contendrían, y tampoco quería dominarlas, ya que sabía que retener el llanto no me haría más fuerte.

Agarré un labial bordó de mi neceser, me acerqué al espejo portátil que estaba sobre mi escritorio, me senté sobre la silla de éste y, centrándome en mi reflejo, comencé a empastar mi labio inferior en el líquido mate que tanto amó Sebastián. Pensar en él me hacía recordar la situación con Gastón, estaba arrepentida por cómo le hablé luego de todo lo que me pasó, pero no cargaba con las suficientes agallas como para hablarle. No estaba totalmente segura de quién cometió el error, aunque la posibilidades de que ambos fuésemos quienes nos equivocamos eran mayoritarias. A pesar de todo, la cadenita que me había regalado seguía brillando alrededor de mi cuello, no sólo porque era bellísima, sino porque Gastón no dejaba de ser importante para mí y, además, me ayudaba a convencerme de que había alguien que me amaba y estaba dispuesto a darlo todo por mí, a diferencia de Jones.

El pitido de mi celular me tomó de desprevenida, y ante el pequeño brinco que di sobre la silla, el lápiz del labial tomó una dirección fuera de mis labios y terminó por mancharme parte de la nariz. Bufé con impaciencia y me incorporé con mala cara para alcanzar mi móvil, el cual descansaba sobre mi mesa de luz. ¿Sería Mecha? Estaba más que segura que había recibido la noticia, y no me sorprendía que llamase para saber cómo estaba y si necesitaba que estuviese junto a mí para consolarme. Era una gran mujer, muy prepotente y exaltada en ciertas ocasiones, con una vocabulario inapropiado totalmente extenso, y un carácter fuerte que podría considerarse pesado, pero una gran mujer. La había conocido junto a Gastón en la cafetería, ella era toda una experta, estaba en aquel puesto desde los dieciocho años y actualmente tenía veintiuno. Aunque, desafortunadamente, parte de los años que llevaba en el local fueron producto de una relación con su jefe. Mecha era lo suficiente madura como para ponerse al nivel de la mentalidad de Gustavo Martínez, un cuarentón que apenas permitía reconocérselo, empresario, que siempre llevaba consigo un perfume distinto y un traje de etiqueta. Había heredado la cafetería de su padre a los treinta y cinco, y no se permitía venderla por nada en el mundo, a pesar de que lo suyo fuesen los negocios. El problema de Mecha no era con quién estaba, porque Martínez no era una mala persona, al contrario, pero, lamentablemente, era hija única de un matrimonio que luchó años por concebir al bebé que iluminaría sus vidas, o al menos eso me había dicho Mecha entre lágrimas el día que la encontré besándose con Gustavo en el depósito de la cafetería y exigí explicaciones de su parte. No, nunca abrí la boca, ni siquiera con Gastón, no sólo porque quería mantenerme en el papel de una amiga que guarda secretos, tal como era, sino porque mi jefe, desesperado, pidió mi silencio a cambio de un aumento.

Sin Rencor | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora