Capítulo 14

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La oscuridad que ocupa cada sector de mi habitación me estremece, es la misma que proporcionaba la celda que ocupé durante los años de mi condena

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La oscuridad que ocupa cada sector de mi habitación me estremece, es la misma que proporcionaba la celda que ocupé durante los años de mi condena. El silencio de la habitación me estresa, es aquella que deja lugar a las voces de mi cabeza y sus pensamientos persistentes. Los ojos de Nadia me atemorizan, son los mismos con los que me miró Nicholas antes de morir por un disparo, mí disparo.

Apoyé mi cabeza contra la esquina de la pared, me quedé observando mi cama destendida y la pila de ropa que se deja percibir sobre la silla, pero de pronto, sin mi consentimiento, vuelven a aparecer los ojos de Nadia.

Reencontrarla fue como chocar contra aquella pared que venía buscando, pero a la vez evitando, por años. Bolton había secuestrado mi corazón desde el instante en el que nos reconciliamos en el estacionamiento, ella se robó toda mi coraza, me debilitó, me consumió, jugó conmigo y, luego de que matara a su padre, me eliminó de su panorama. O esas resultaron ser mis conclusiones hasta el momento en el que la encontré de espaldas, con un cabello brillante y oscuro cubriendo sus hombros, aquellos ojos celestes cristalizados observándome con una conjugación entre incredulidad y amor, y con unos argumentos a los que no podía darles crédito: ¿ella me buscó?

La única que me visitó a la cárcel durante aquellos insoportables años fue mi abuela, y cada vez que le preguntaba por Bolton se hacía a la desentendida y me aseguraba que no sabía nada de ella desde su juicio. Los policías no me daban respuestas y luego me quedaba vivir en la soledad y el vacío, rodeado de delincuentes a los que me tuve que enfrentar y de los que tuve que ganarme respeto.

Además, con el trascurso del tiempo, concluí que, a pesar de que había cometido errores, entre los que se destacaba aquel momento ilícito que finalmente se consideró defensa propia, el único verdadero delito que había cometido fue amar tanto a Nadia.

De pronto, la puerta de la habitación se abrió a mi costado, dejando pasar la luz del pasillo, y, pocos segundos después, apareció mi abuela con una bandeja portátil entre las manos, en la que cargaba un planto hondo con sopa, un bollo de pan y un vaso con agua.

—Sebas—susurró ella, colocando la bandeja sobre mi cama y acuclillándose frente a mí—, ¿estás bien?

—Sí—suspiré, incorporándome rápidamente y dejándola atrás para acercarme a la cama.

—¿Estás enojado conmigo? —inquirió con pena, irguiéndose en su posición cuidadosamente y presionando una mano sobre su cintura para aliviar el dolor.

—Estoy confundido—me giré hacia ella, mirándola fijamente a los ojos. Después de mi reencuentro con Nadia, no podía dejar de pensar en todo lo que dijo y lo sorprendida que estaba en cuanto se dio a enterar que, según yo, nunca fue a visitarme y nunca se quedó a mi lado.

—Es lógico—sonrió.

—No, no debería ser lógico. Se supone que la historia es de los dos y resulta que cada uno tiene una versión diferente—me crucé de brazos, notando cómo de pronto se ponía seria y tensa.

—¿En serio te ponés a pensar en eso? —frunció el ceño—. La llamé para que se reconcilien y...

—¿Creías que cuando nos viéramos me iba a lanzar sobre ella y ella se iba a lanzar a mí? —la interrumpí con una sonrisa, divirtiéndome por su teoría tan ridícula—. Así no funciona, abuela, Nadia me abandonó, o de eso estaba seguro hasta que ella me dijo que en realidad yo la abandoné.

—Tal vez quiso decir que se sintió muy sola y abandonada cuando...

—No pongas palabras en la boca del otro ni intentes explicar algo de lo que no tenés idea—la corté con tenacidad, tensando mi mandíbula y los músculos de mis brazos. Ester ocultaba algo y no se hacía difícil distinguirlo—, porque ya no tengo cinco años ni tampoco soy tan estúpido como para creerme semejante mentira.

—Yo también estoy confundida—se encogió de hombros.

—Ah ¿sí? —di un paso al frente para aproximarme al cuerpo de ella—, y ¿por qué la llamaste después de tanto tiempo?

—Necesitaba que supiera lo que estaba pasándote, quiero que te ayude y...

—¿Por qué tardaste tanto en hacerlo? —la interrumpí, arqueando una ceja—, hace años me está pasando esto.

—Pensé que en algún momento vos lo ibas hacer—me señaló con una de sus manos, tragando saliva luego de terminar su afirmación.

—¿Por qué voy a buscar alguien que supuestamente no me quiere? Ahora Nadia está con otro, cree que yo la dejé y no fue así, me entero de que vivió con antidepresivos mientras que yo andaba deambulando por las villas pensando que era feliz porque no tenía preocupaciones. ¿¡Cómo querías que la vaya a buscar!? —levanté la voz, dando otro paso al frente.

—¡Sebastián, baja la voz! —me exigió, retrocediendo—, ¿viste cómo reaccionaste cuando la viste? Eso quería evitar, no podía traerla de repente, estabas lastimado, te asistió un psicólogo en la cárcel porque pensaban que tenías un trastorno disocial, lo que es mentira porque nunca hiciste semejantes cosas, pero inventaban para atrasarte en el juicio y mantenerte ahí dentro. Pasaste por muchas cosas y pensabas que Nadia te dejó, ¿cómo iba a traerla de la nada? Necesitabas recuperarte con anticipación, pero ni siquiera te lo permitiste, escapaste, corriste fuera de mi casa como si buscases refugiarte de tus problemas, pero esta vez correr y luchar no te salva, enfrentarlo sí, y creo que te aterrorizó tener miedo y no saber qué hacer, porque siempre usaste las manos y la seducción para enfrentar tus oponentes y complacerte a vos mismo, ¿cierto?, y ahora no podías golpear, no podías seducir, y aunque te acostaste con cantidades de mujeres y luchaste en cantidades de clubes cuando saliste de aquí, nada de eso te ayudó a resolver un cuarto de tus problemas, yo creo que los multiplicaste.

—Me trajiste un pasado que prefería olvidar y superar, porque...

—¿Superar? —me cortó con una risita nerviosa—, admití que no lograste salir adelante, Sebastián, te haces al fuerte y superado cuando en realidad estás destrozado—afirmó sin arrepentimiento, fijando sus ojos oscuros en los míos—. Te escucho llorar por ella y sé que la piensas todas las noches, se te metió en la cabeza desde el primer día que la viste, te enamoraste y, te lo aseguro, si no la olvidaste todavía y aun la amas es porque sabés que ella no te abandonó.

—Sí me abandonó—mascullé, cerrando mis manos en puños.

—Dijiste que estabas confundido—sonrió con los labios apretados.

—¿Te parece divertido? —pregunté algo ofendido por su sonrisa sarcástica.

—Me divierte que te hagas al difícil cuando mueres por ir detrás de ella—levantó una ceja, mostrándome una sonrisa ladeada y cruzando sus brazos bajo sus pechos.

Me mantuve en silencio, observándola a los ojos, a pesar de que la poca luz que entraba por la puerta entreabierta no me ayudaba a divisarlos con claridad. Ella no dijo palabra alguna, y me sostuvo la mirada con orgullo.

Me enfurecía que hablase con tanta soltura cuando se trataba de un tema que me pesaba sobre los hombros y, sobre todo, en las manos. Llegué al extremo en el que mirarme al espejo se convirtió en una tortura, mi reflejo era otro, no me sentía yo ni me veía a mí, veía a mi madre. Pensar que maté al padre de quien era mi novia, a pesar de todos los errores que cometió como hombre, me hacía creer que ya no era el mismo de siempre. Asesiné, me defendí, pero yo presioné el gatillo, yo fui quien con una bala le quité la vida a una persona, quien tuvo que confesar en una comisaría, un juez y hasta necesitó enfrentarse a un psicólogo. Fui quien se mantuvo tras las rejas en las que Nicholas tendría que haber estado y tras aquellas rejas que mi madre también conocía. Me convertí en la persona que siempre odié y de la que siempre temí parecerme; en mi mamá.

—¿A qué le tenés miedo, Sebastián? —rompió el silencio Ester, notando que mi rostro se trasformaba, de tanta incredulidad, mientras las conclusiones llegaban a mi mente.

—A convertirme en mi madre—respondí, bajando la vista y ocultando las lágrimas que me cargaron los ojos.

Sin Rencor | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora