Capítulo 17

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Tras cruzar unas cuantas cuadras a pie, logré llegar al consultorio de Molles

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Tras cruzar unas cuantas cuadras a pie, logré llegar al consultorio de Molles. Dentro había varios pacientes esperando, así que tuve que acercarme hasta el escritorio de la secretaria para anunciar mi llegada.

—Buen día—saludé con una sonrisa. La joven, quien seguramente tenía unos años más que yo, levantó rápidamente la vista de su celular, el cual estaba chequeando como medio de distracción.

—Buen día—me sonrió también, llevándose un mechón de cabello detrás de la oreja.

—Sebastián Jones. —Dije tras unos segundos en los que la secretaria se mantuvo callada e inmovilizada sobre su silla de oficina.

—¡Claro! —exclamó, agarrando la agenda floreada que tenía apartada sobre su escritorio—, ¿a qué hora tenías turno? —me preguntó, rascándose la barbilla y mirando con el ceño fruncido las páginas escritas de la agenda.

Apoyé mis antebrazos sobre el escritorio y me incliné hacia adelante para observar de cerca la agenda, la cual la secretaria se encargó de inclinar hacia mi dirección para que leyese más claramente los nombres que estaban ordenados junto a los horarios de los turnos de hoy.

—Acá estoy—señalé mi nombre en la hoja—, ¿Carlos está muy ocupado? —Levanté el semblante al mismo tiempo que ella, y quedé lo suficientemente cerca como para contemplar la asombrosa pigmentación de color avellana que cargaban los iris de sus ojos.

—Sigues después del paciente que está atendiendo—aseguró atropelladamente con un tono nervioso, tragando saliva luego de completar su frase.

—Gracias. —Me erguí sobre mi posición y me dirigí hasta las banquetas de la sala de espera.

Pasaron unos cinco minutos hasta que logré ser atendido por Molles, quien me recibió con una actitud relajada y amigable, como si no nos estuviésemos por enfrentar a un aire tenso, al menos para mí, en el que me descargaría con un nudo en la garganta y lágrimas cargándome los ojos.

Últimamente no se me hacía difícil llorar.

Ingresé al despacho del hombre y tomé asiento sobre el diván turquesa de la pequeña sala, el cual contrastaba con la cantidades de tonalidades anaranjadas y amarillas que se volcaban sobre las flores del jarrón que se ubicaba en una mesa baja del centro de la sala, los cuadros abstractos, los sillones individuales, las cortinas de los ventanales gigantes, situados en la pared del fondo, y las lámparas redondas que colgaban por encima de nuestras cabezas. Además, era agradable ver tantos libros en las estanterías que ocupaban toda la pared derecha de la sala, y ser recibido por un olor a vainilla que se percibía con sólo pasar el umbral de la puerta.

—¿Cómo va todo en tu casa, Sebastián? —preguntó Carlos mientras guardaba en la estantería de su biblioteca dos libros que seguramente había sacado de allí para enseñárselos a su anterior paciente.

Sin Rencor | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora