A las nueve de la mañana, mientras Nadia y yo dormíamos plácidamente abrazados entre las sábanas de mi cama, Ester golpeó la puerta cerrada de mi cuarto y exigió inmediatamente nuestra presencia en la cocina.
Las alternativas por su escandaloso llamado eran dos: habían llegado noticias sobre Sandra o los hermanos Beltrán, o estaba enfadada por el erótico trasnoche que trascurrí de la mano de Bolton. Ya sabrán cuál de las dos tenía más oportunidades de ser la acertada.
Nadia saltó de la cama, asustada, y comenzó a alzar del suelo sus prendas de ropa, las cuales fue colocándose a medida que las encontraba.
—¿Por qué estás tan acelerada? —le pregunté mientras observaba cómo prendía el broche de su corpiño al mismo tiempo que sostenía entre sus dientes un extremo de su remera.
—Tal vez porque Ester suena molesta—contestó en cuanto se puso su remera—. Y deja de mirarme así—me apuntó, amenazante.
—Sos hermosa—le sonreí desde el colchón de mi cama.
—¿Me dices eso a mí o a mi trasero? —inquirió mientras subía entre sus piernas su ajustado jean.
—A ambas—me incorporé.
—Vístete—ordenó Bolton, arrojándome mi remera gris, la cual se había puesto de camisón antes de caer rendida en un profundo sueño.
—¿Me prefieres con o sin remera? —le pregunté de pie, dejando en vista mi torso desnudo.
—Ambas—sonrió, girándose sobre su lugar y encaminándose a la puerta.
Agarré un pantalón deportivo que estaba doblado sobre la silla de mi escritorio y me los coloqué entre tropezones mientras seguía por detrás a Nadia, quien ya había salido de la habitación. Atrapé la cintura de Bolton antes que saliese del pasillo y la llevé hacia atrás para mirarla a los ojos.
—¿Cómo estás hoy?
—Encendida, así que colócate esa remera antes que hagamos enojar de nuevo a Ester. —Me guiñó un ojo al mismo tiempo que me dedicaba una sonrisa juguetona y se giró sobre su lugar para avanzar por el resto del pasillo.
Me sonreí torpemente, pensando en la magnífica noche que habíamos vivido, y seguí los pasos de Bolton, quien ya estaba sentada en una de las sillas de la mesa, la cual habían rellenado con un completo desayuno preparado emeradamente por mi abuela.
—Buenos días, Sebas—me saludó Ester, acercándose con una taza de café transparente en las manos.
—Buenos días—respondí sonriente, recibiendo la taza y sentándome en la silla que estaba frente a la de Nadia.
—Anoche me tomé dos pastillas para dormir. Ninguna hizo efecto—comentó sutilmente, acercándose nuevamente a la mesa con un dulce de membrillo en las manos.
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Sin Rencor | COMPLETA
Teen Fiction(SEGUNDA PARTE DE "SIN LÍMITES" | SIN EDITAR) Superar tu pasado, resolver tus problemas y volver a empezar no es una tarea sencilla cuando tienes en mente a la persona que te cambió la vida. El tiempo ha cumplido su función: los recuerdos comienzan...