Capítulo 41

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No sé cómo se supone que debes sentirte cuando acabas de abrazar y besar a la única persona que amaste con tanta intensidad desde tus diecisiete años, pero, lamentablemente, yo me sentía para el asco; dolor de cabeza, pie hinchado y un humor de pe...

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No sé cómo se supone que debes sentirte cuando acabas de abrazar y besar a la única persona que amaste con tanta intensidad desde tus diecisiete años, pero, lamentablemente, yo me sentía para el asco; dolor de cabeza, pie hinchado y un humor de perros que resultaba ser una mala combinación que ni yo misma lograba soportar. Mi madre no estaba para hacerme terapia y mucho menos Carlos, que vivía una vida de hombre soltero en las paredes de su casa, pero luego se proclamaba pareja de mi madre en el momento que estaba fuera de ésta. La convivencia no era su fuerte, y tal vez por eso su hora límite con nosotras, o al menos con Sandra, era hasta las cinco.

La visita a Sebastián había sido magnífica, pero en cuanto salí de la prisión noté que no tenía dinero para pagar un segundo viaje en taxi, así que opté por volver a pie. Mala idea. Aún necesitaba hacer reposo, y resulta que caminar unas cuantas cuadras hasta casa ayudó a que retroceda en mi recuperación, lo cual llevó a que terminara acostada en mi cama, sin poder moverme, con un hielo sobre el pie y un dolor de cabeza ante la insoportable situación. No quería quedarme todo un día en mi cama tomando sopa, necesitaba programar las entrevistas que varios periodistas me había solicitado hacer para hablar sobre el caso de los Beltrán, y sí, Sebastián ya no estaba fuera del saco, porque aunque había insistido en que legalmente él era un Jones, la prensa se empeñó en informar inmediatamente que el joven de veinte años al que le habían asignado cuatro años de cárcel era, en realidad, el hijo biológico del líder de los narcos.

—Fantástico—mascullé, apagando el televisor.

Lamentablemente la información era cierta, y que tantos noticieros la anunciaran en sus titulares daba abertura a un gran debate entre las personas que pedían justicia por Sebastián y los que simplemente preferían que las determinaciones se quedaran como estaban.

—¡Tengo noticias! —entró mamá a mi habitación, sonriente.

—¿El juez absolvió tu condena? —me enfoqué en ella.

—¿Cómo lo sabés? —se borró su sonrisa.

—Hace una semana estás esperándolo—señalé, volviendo a mirar el televisor apagado.

—Bueno, pensé que también lo estabas esperando—se cruzó de brazos, desanimada.

—No diré que sí ni diré que no, mamá—contesté, lamentando que no pudiese compartir su felicidad.

Si bien había aceptado sus disculpas, nuestra relación estaba quebrada, distante y algo tensa, sobre todo de mi parte. Tal vez mamá era la que más se esforzaba e intentaba que el lazo volviese a ser el mismo, pero yo no cargaba intenciones de reanudar lo de antes, no después de lo que pasó.

—Lo entiendo—susurró, sin moverse de su lugar. No parecía querer irse, aunque sabía que no había mucho más que decir—. ¿Cómo está Sebastián?

—Sobrellevándolo—contesté, apoyando la espalda sobre el respaldar de mi cama.

—No es fácil estar ahí dentro—comentó con una mueca—, aunque yo pasé solamente unas semanas encerrada.

Sin Rencor | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora