Capítulo 23

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Autocontrol, una habilidad que muy pocas personas son capaces de implementar con éxito

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Autocontrol, una habilidad que muy pocas personas son capaces de implementar con éxito.

Gastón había llegado prendido en celos y rabia tras ser expectante del beso que tuve con Nadia, y no me sorprendía que haya tenido las intenciones de provocarme descaradamente con el único objetivo de hacerme estallar. Afortunadamente, me había prometido a mi mismo no meterme en problemas si la ocasión no lo demandaba, y por ello me evité desatar una pelea violenta por el comentario del novio de Nadia. Gastón no era una amenaza, pero tampoco lo etiquetaba como a un inocente, a pesar de que intentase lucir como tal. A mí no me engañaba ni tampoco se me hacía muy difícil concluir que algo escondía y por eso mismo andaba tras mis espaldas.

Luego de haber terminado mi turno en el gimnasio y contarle brevemente la situación que protagonicé con "el nuevo alumno" a Walter, volví a la casa de mi abuela. Mi día había resultado pesado: me desahogué en el consultorio de Molles, conseguí trabajo, conocí a Gastón y besé a Nadia.

Mierda, besé a Nadia.

Para eso no conseguía autocontrolarme.

Abrí la puerta principal de casa e ingresé dando un suspiro agotador. Apoyé mi espalda sobre la madera desgastada de la puerta y la cerré dando un paso atrás.

—Sebastián, ¿sos vos? —preguntó la voz de mi abuela a lo lejos.

—Eso espero—susurré, pasándome los dedos por el labio inferior de mi boca.

—¿¡Sebastián!? —gritó esta vez, apareciendo en la sala con guantes de goma en ambas manos y una escobilla de baño en una de ellas.

—¡Soy yo, abuela! —contesté, acercándome hacia ella con un gesto irritado.

—¡No me enojo si me contestas cuando te pregunto algo, Sebastián! —me regañó ella, señalándome con la escobilla.

—Aleja esa cosa de mí—la apunté con cara de asco. El cepillo estaba mojado y algo sucio, y no quería descubrir a qué olía.

—La próxima te toca limpiar, así que te presento a la escobilla, es experta para fregar inodoros—la quitó de mi alcance, dedicándome una sonrisa.

—Acordamos que limpiaría la cocina—repliqué algo indignado.

—La cocina es un ambiente muy personal, Sebastián—respondió con seguridad, pasándose la escobilla de baño a la mano izquierda para posar su derecha sobre mi hombro—, además, no quiero enterarme cómo la dejarás sabiendo el estado en el que se encuentra tu habitación.

—¿Entraste a mi habitación? —fruncí el ceño.

—Limpié tu habitación, de nada. —Se alejó un paso tras palmearme el hombro—. ¿Sabías que la casa tiene lavarropas y puedes dejar tu ropa sucia en el canasto?

Sin Rencor | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora