Capítulo 29

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Antes que Carlos alcanzara a confesarme algo, Allende apareció nuevamente en la sala de espera y me comunicó que mi madre estaba esperándome en un cuarto de visitas

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Antes que Carlos alcanzara a confesarme algo, Allende apareció nuevamente en la sala de espera y me comunicó que mi madre estaba esperándome en un cuarto de visitas. No pude negarme, tenía tiempo para escuchar a Molles, pero sabía que mamá no siempre accedería a verme y hablar conmigo en medio de una situación tan enigmática.

-Ponte esto en el bolsillo de tu jean-me ordenó Daniela, extendiéndome una grabadora-. Si va a confesar algo, el juez estará encantado de escucharlo.

-¿Determinarán su condena? -di un paso atrás, negada a agarrar la grabadora.

-Mañana-contestó, colocándome el aparato en mi bolsillo trasero-, Gastón está invitado, deberías llamarlo, él tuvo una charla con Sandra antes de que nosotros lleguemos a rescatarte.

-¿Dónde está mi mamá? -pregunté algo incómoda. Aquella mujer estaba más obsesionada por ganar el caso que ayudarme a encontrar la verdad.

La oficial giró el picaporte de una puerta que se encontraba a mi derecha y, con una sonrisa, la abrió hasta dejar en vista un cubículo que sólo contaba con una mesa metálica en medio y dos sillas en cada lado, de las cuales una estaba ocupada por mi madre.

-Ten carácter-me recomendó antes de darme un empujón hacia adelante y cerrar la puerta a mis espaldas.

Me acerqué a la silla que se encontraba vacía y me senté en ella tras dar un suspiro agotador. Por un segundo, tuve la idea de salir corriendo y negarme a revelar más secretos de los que supuestamente ya sabía.

-Hola-susurré, observando sus muñecas esposadas.

-Hola...-dijo, quitando sus manos de encima de la mesa y apoyándolas en su regazo-..., lamento haberte decepcionado-agregó ante mi silencio.

-¿Por qué no me lo contaste? -levanté la vista, encontrándome con sus ojos cristalizados.

-Porque tenía miedo-admitió con la voz temblorosa-, miedo de que comenzaras a buscarlos o quisieses denunciarlos, estaba segura de que si te pedía que no lo hicieras actuarías igual. Ya te pedí una vez que no denunciaras a alguien, ¿por qué me harías caso por segunda vez?

-¿Y por qué no los denunciaste vos? -me incliné sobre la mesa.

-Porque antes de que la denuncia fuese procesada estarías cavando mi tumba-respondió con tenacidad-. Ellos siguen cada uno de mis pasos fuera de la casa, y ese día en el que decidí encerrarte fue el mismo en el que ellos me visitaron y me dijeron que querían hablar con vos porque yo no les servía de nada. Les dije que no estabas y obviamente no me creyeron, así que revisaron toda la casa, eran cinco, pero no encontraron nada y se fueron; igual sentía que me estaban observando, que seguían ahí, así que me impedí llamarte por tu nombre cuando volvieses-se reacomodó en su silla de metal, nerviosa-. Empecé a beber, lo acepto, enloquecí, y me desesperé por completo, no sabía qué hacer, así que te cedé, te encerré y volví a la cocina..., me sentí tan mal al pensarlo-declaró con la voz partida-, lloré y pensé que cuando despertaras harías lo que sea para escapar, por eso te até y te tapé la boca para que no hicieras ruidos. Esa misma noche llegaron, oculté todas tus fotos, y les dije que estabas en lo de tu novio, que no habías vuelto..., por suerte no revolvieron nada, no te buscaron, se conformaron con lo que les dije y se fueron.

Sin Rencor | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora