Capítulo 8

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Primero fue su voz, luego su perfume y por último su cuerpo el que logró convertirse en la demoledora de todo lo que progresé durante años en mis sesiones con Molles

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Primero fue su voz, luego su perfume y por último su cuerpo el que logró convertirse en la demoledora de todo lo que progresé durante años en mis sesiones con Molles. Mi mundo se derrumbó y aquel sol que había nacido en mi vida con el pasar del tiempo terminó perdiéndose entre las nubes de los recuerdos, él estaba viviendo en la ciudad, en el mismo espacio que yo, y acudía al consultorio de Molles.

Mi corazón latía con una intensidad que me hacía pensar que en cualquier momento me daría una taquicardia, recordaba lo que me dijo Gastón, ¿y si realmente estaba exagerando? Mi reacción no se ponía al margen de la supuesta "superación" que había logrado alcanzar luego de tantos años, pero era imposible reprimirla, las lágrimas caían de mis ojos en cascada y no lograba pararlas de ninguna manera. Me sentía afligida y derrotada.

Di vueltas por horas en toda mi habitación desde que Gastón se fue, la voz de Sebastián parecía haberse guardado en mi memoria y seguía retumbando en mi cabeza una y otra vez, como si se tratase de su melodía favorita. Aquella insignificante frase con una característica entonación rondaba en mi mente con insistencia: "Adiós, Carlos", pero es que todo lo que venía de Sebastián siempre se volvía más interesante.

Ver su espalda y sus brazos ya me daba la pista de que su cuerpo estaba tan bien ejercitado como lo recordaba, ¿seguiría yendo a aquellas luchas ilegales? Esperaba que no. También moría por saber qué le había contado a Molles, ¿habría hablado de mí? ¿Por qué estaba en el consultorio? ¿Asistió a un psicólogo por sus problemas? ¿Qué tipo de problemas tendría? ¿Por eso me había llamado Ester?

Los malos recuerdos no faltaron, pero no dejaban de venirme los buenos; las charlas que teníamos, aquellas miradas cargadas de sentimientos, esas sonrisas brillantes, los abrazos afectivos, los besos... las caricias. ¿Mis sentimientos hacia Sebastián estaban cobrando vida? No, no podía volver atrás, se suponía que estaba avanzando, se suponía que había progresado y todo aquel pasado estaba superado. De todas formas, era tan difícil quitármelo de la cabeza, sobre todo porque temía que no se haya fijado en mí, ¿y si no lo hizo porque mi cabello no era el mismo de antes? El lacio, la suavidad y, por supuesto, su cuidado extremo seguía presente, pero... ya no era el rubio que Sebastián adoraba, aquel que le gustaba contemplar. No podía ser peor mi situación, ¿estaba preocupándome por mi aspecto a causa de él? Me preguntaba por qué no cargaba con rencor, él fue culpable de todas las tempestades que me arrollaron cuando me dejó sola, sin un padre. ¿Era posible que no me preocupase nada de eso? ¿Y si no lo volvía a ver? ¿Qué ocurriría si nos cruzábamos? Estaba claro que ni siquiera se había percatado de mi presencia cuando salió del consultorio de Molles, ¿qué hubiera pasado si nos veíamos frente a frente y él me reconocía? La intriga por saberlo me revolvía el estómago.

—Nadia—abrieron repentinamente la puerta—, tenemos que hablar, Carlos acaba de llegar, ¿te importaría bajar?

—Ya voy—asentí con nerviosismo.

—Gracias—susurró, pero antes de cerrar la puerta volvió a asomarse—, ¿pasó algo con Gastón?

—Nada importante—contesté automáticamente, no quería hablar de aquel tema—, ¿podés cerrar cuando te vayas?

Sin Rencor | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora