Contuve el aire, mantuve los ojos cerrados y procuré contar hasta veinte para luego abrirlos.
Cuanto tenía doce y Nicholas me cacheteó en la cocina por haber tirado y roto un vaso de vidrio, mamá me tomó de la mano, me llevó a mi cuarto, y me dijo que inhalara la mayor cantidad de aire posible hasta que mis pulmones alcanzaran su límite, y luego cerrara mis ojos con la única condición de abrirlos tras contar hasta veinte.
Ella me juró que aplicando dicho método el dolor, el miedo, y aquel momento que fue el punto de inicio de una torturante etapa en mi vida, se irían. Debo confesar que sólo lo hice una vez, porque no quería aceptar que sentía miedo, sin embargo, hoy todo resultaba ser disímil y contradictorio.
Aquella persona que consideré el único techo tras las tormentas que me obligó a protagonizar mi propio padre terminó por traicionarme. No reconocía a mi madre, y no sólo porque me encerró entre las cuatro paredes de mi habitación, atada de ambas muñecas con un precinto al respaldar de mi cama, y una cinta gris sellando mi boca, sino porque me había prometido durante la fecha en la que se cumplió un año desde el asesinato de mi padre, que me cuidaría hasta las últimas consecuencias sin que nadie se lo impidiese.
Uno, dos, tres.
¿Qué podía salir mal? Gastón había escuchado desde la planta de abajo cómo golpeaba el respaldar de mi cama contra la pared del dormitorio, un pedido desesperado de ayuda que él dedujo al instante. No podía dudar de que haría lo posible para sacarme de aquel encierro que me aceleraba cada vez más el pulso del corazón, pero no estaba segura de si realmente lograría actuar con tiempo, inteligencia y precisión.
Cuatro, cinco, seis.
¿Por qué renunciar a la esperanza? Siempre tuve la fortuna de rodearme de personas dispuestas a salvarme de cada tempestad que me oscurecía la vida, y estaba sumamente agradecida por ello. No obstante, mi madre hoy se había convertido en aquella espantosa tempestad, y solamente esperaba que alguien sea capaz de apaciguarla o simplemente desaparecerla.
Siete, ocho, nueve.
Mis lágrimas trazaban un lento camino por encima de mis mejillas y terminaban cayendo por debajo de mi barbilla. No me preocupaba el ahora, me preocupaba el después. ¿Qué pasaría si salía de aquel encierro? Estaba segura de que ya no dependería de mi madre, al contrario, haría lo necesario para alejarla de mí, escaparme de ella, e independizarme como debería haberlo hecho a mis dieciocho años; aunque al mismo tiempo me causaba pavor reconocer que nos perderíamos entre ambas. Yo perdería finalmente mis padres mientras que mi madre perdería en totalidad a sus hijas.
Diez, once, doce.
Puedo escuchar cómo los tacones de sus zapatos golpean contra la madera de los escalones de la escalera.
Estaba subiendo.
Nunca había experimentado terror por la aproximación de mi madre, siempre sentí alivio cuando escuchaba su voz pronunciar mi nombre, pero la última vez decidió llamarme por el nombre de mi hermana, la última vez envenenó el té que consumí, la última vez me encerró en mi habitación, la última vez se transformó en mi peor pesadilla.
ESTÁS LEYENDO
Sin Rencor | COMPLETA
Teen Fiction(SEGUNDA PARTE DE "SIN LÍMITES" | SIN EDITAR) Superar tu pasado, resolver tus problemas y volver a empezar no es una tarea sencilla cuando tienes en mente a la persona que te cambió la vida. El tiempo ha cumplido su función: los recuerdos comienzan...