Capítulo 9

1.6K 129 24
                                    

A veces la soledad no es el mejor compañero cuando acabas de salir de una pelea en la que hubieses preferido no ser el protagonista

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

A veces la soledad no es el mejor compañero cuando acabas de salir de una pelea en la que hubieses preferido no ser el protagonista.

Lamentablemente tenía la mala costumbre de culpabilizarme por todo y arrepentirme de cada decisión que tomaba, era una contra conmigo mismo de la que nunca logré deshacerme y la cual me perjudicó en varias ocasiones, como ésta. Odiaba ver aquellas personas que apreciaba derramando lágrimas y mostrándose lastimadas, me desesperaba, y necesitaba a toda costa ser yo quien cure cada herida que la mantenía en aquel estado. En el caso de Nadia, no logré ser el curandero, jugué el mismo papel de Sebastián y la dejé totalmente sola, sin compañía, sumida en una tristeza a la que aún no le encontraba todas las explicaciones. Sí, ella me había pedido que la dejase, pero aquella excusa no me servía para evitar desencadenar una disputa conmigo mismo.

Claramente Nadia se encontró en un momento muy confuso en el que lo menos que pudo hacer fue quitarse la estúpida cadena por unos segundos para pensarn. No tendría que haberla tratado mal ni haberle reprochado algo que no venía particularmente a tratarse del asunto principal. Se había cruzado con su ex, una persona que amó mucho y que la dejó sola luego de matar a su padre, ¿cómo podías reaccionar ante ello? Estaba claro que hice mal las cosas y sólo pensé en mí. Sabía que llamarla no iba a funcionar y, seguramente, estaría muy enojada conmigo, ¿entonces qué hacía? Intenté comunicarme con su madre, al menos para estar enterado de si Nadia dejó de llorar y se encontraba medianamente estable, pero nadie me respondió.

El sonido del timbre se hace presente entre aquel silencio que comenzaba a aturdirme, y agradezco a quien sea por llegar para interrumpir mi cargo de conciencia. Corrí hasta la puerta con los mejores ánimos y miré por la mirilla para divisar aquel al que consideraba héroe de mi mala pasada; se trataba de Mecha, y me extrañaba su visita un miércoles a la medianoche.

—¿Qué pasó? —abrí la puerta con el ceño fruncido.

—Hoy no es uno de mis mejores días—contestó, ingresando al departamento y quitándose su chaqueta.

—Mío tampoco—cerré la puerta, sin preocuparme por colocarle llave.

—¿Por? —se sentó en el sofá de la pequeña sala.

—¿Nadia no te llamó? —me acerqué al sillón, sentándome al lado de Mecha.

—¿Qué cosa? ¿Le pasó algo? —preguntó con preocupación.

—Entonces no estás enterada—suspiré, mirando el techo con la nuca apoyada sobre el respaldar del sillón.

—¿Le dio otra recaída?

—¿Qué te pasa a vos? —cambié de tema, girando la cabeza hacia ella y mirándola a los ojos.

—¡Respondé mi pregunta, Gastón! —se alteró.

—Se cruzó con Sebastián—confesé, incorporándome.

—¡No puede ser! —gritó, siguiendo con sus ojos mis pasos nerviosos alrededor de toda la sala.

—Para colmo la cagué—agregué mientras me despeinaba el cabello, sintiéndome totalmente inquieto.

—¿Cómo que la cagaste? —amplió los ojos—, no podés cagarla en medio de una situación así, menos sabiendo que Nadia es muy sensible y la pasó muy mal.

—Es que se quitó la cadenita que le regalé para nuestro aniversario y creo que reaccioné para mal—expliqué con una mueca en el rostro.

—¿Qué carajos hiciste, Gastón? —preguntó con frialdad, como si más bien se tratase de una recriminación.

—Me enojé, le reproché lo que hizo, la traté de caprichosa y ella me pidió que me fuera y me fui. Creo que fue difícil para los dos, ella estaba llorando y necesitaba ayuda, y yo me sentí en el puesto de un amigo que consuela a su mejor amiga cuando está mal por un chico.

—¡Sos un pelotudo! —se sinceró, levantando los brazos en alto.

—Pero...—intenté justificarme.

—¡Andate a la mierda con tu "pero"! —me interrumpió, apuntándome con su dedo índice—, ¿la intentaste llamar? Pedile disculpas, Gastón.

—Llamé a la mamá para ver cómo estaba y...

—¡Pero por supuesto que vas a llamar a la madre, si Nadia no te quiere ver ni en figurita de álbum! —me gritó en la cara, desquitada—, para colmo querés preguntar cómo están las cosas—se rio con exageración—, ¡para el culo van a estar las cosas, Gastón! ¿Sos pelotudo o te pagan?

—¿Te podés calmar? En el momento no lo pensé—me justifiqué, nervioso. Cuando Mecha comenzaba a putearme demasiado quería decir que su nivel de furia estaba desbordándose.

—En ese momento es cuando más tenés que pensar, boludo.

—Perdón.

—¡A mí no me digas perdón, imbécil! —me golpeó en el hombro—, me voy, no pienso hablar un segundo más de tus pelotudeces.

—Pero espera—la detuve, interponiéndome en su camino—, ¿no me vas a contar que te pasó a vos?

—¿No podés reaccionar decentemente ante la situación de una piba que la pasó tremendamente mal y pensas que te voy a contar lo que me pasó a mí? —se apuntó, respirando con aceleración.

—¡Mecha! ¡Se quitó un regalo mío después de cruzarse con su ex! ¿¡Qué sentido tiene eso!? ¡Se supone que lo tiene superado y ahora me ama a mí! ¿¡Por qué se confundiría! Entiendo que le pese todavía, tal vez tuve que ser más leve con mis palabras, pero no tuve opción—me defendí de cada insulto que había recibido. ¿Por qué Mecha estaba tan desorbitada? Me parecía que se estaba tomando las cosas muy en serio.

Ella se giró negando con la cabeza y, antes de abrir la puerta, se volvió hacia mí con violencia.

—¡Veinticinco años! ¡Veinticinco años tenés, Gastón! ¿Sos boludo? ¡Ya estás grande! ¡Tenés que entender que la chica presenció un asesinato, con diecisiete años se enfrentó a un juicio, defendió a un chico que la abandonó, cayó en soledad y después en depresión, se quedó sin padre y sin el amor de su vida! ¡Sí, escuchaste bien, el amor de su vida! ¡Gastón, tenés que saber que nunca vas a poder ocupar el lugar del otro imbécil que la dejó! ¡No podés ser tan atacante cuando después de años se choca con un pasado tan duro!

—¡Me equivoqué! —grité yo también, cansado de que me tratase como un imbécil sin neuronas.

—¡Pero por supuesto que te equivocaste, idiota! —abrió la puerta con ímpetu, causado que se levante una nube de polvo del suelo ante el aire que generó—, ¡para colmo no limpias el piso! —tosió mientras amagaba para irse.

—Pero decime qué te pasó a vos, Mecha—la agarré de la muñeca, evitando que avanzara y obligándola a que se volviese hacia mí.

—¡Estoy saliendo con mi jefe! —me gritó, escupiendo un poco de saliva—, y me propuso cosas de las que no estoy segura... pero mejor no te detallo nada, falta que te pongas más pelotudo.

Se quitó mis manos de encima y dio un portazo detrás de sí rozándome la nariz con la puerta. Me quedé plantado en mi posición, procesando toda aquella información que Mecha me arrojó como un balde de agua fría. Al fin y al cabo, ya no llevaba una capa de héroe que acalló las voces de mi mente, más bien era un comienzo a otra oleada de problemas y críticas con las cuales juzgarme.

Sin Rencor | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora