Capítulo 26

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Saludé a la cajera luego de ordenar en la cinta los productos que seleccioné y saqué mi billetera mientras ella los pasaba por la registradora para sumar los precios.

Resulta que durante la mañana me había encargado de ayudar a Walter a pintar las paredes de su gimnasio, y tenía el estómago completamente vacío, ya que ni siquiera me digné a desayunar. Así que, antes de llegar a casa, ingresé a un supermercado y me compré una botella de agua para compartir con un pack de sándwiches de miga.

—¿Efectivo o tarjeta? —me preguntó la chica de la caja amablemente, dedicándome una de sus sonrisas más lucidas y radiantes.

—Efectivo—respondí, sacando un billete y buscando dentro de los bolsillos algún par de monedas que me salven de tener que recibir dos caramelos duros, rancios, y que ni siquiera me gustaban, a cambio del dinero que me correspondía.

Durante la desesperante búsqueda, el rintonge de mi celular tomó protagonismo en medio del mutismo que se había generado entre la cajera que no paraba de sonreírme y mirarme y yo, que sólo intentaba librarme de los caramelos vencidos que guardaba en su caja.

—Mierda—mascullé cuando las monedas que había sacado de la billetera cayeron en el piso al mismo tiempo que quitaba mi celular del bolsillo de mi campera verde enebro.

—Las alcanzo—aseguró la chica, incorporándose rápidamente de su silla.

—No te molestes, está bien, necesito contestar—la detuve, descolgando la llamada y llevándome el celular al oído—. Abuela.

—Sebas, ¿dónde estás? Estoy por salir al banco para cobrar la jubilación.

—En el super, llego en cinco minutos—le anuncié, acuclillándome y recuperando las monedas que se habían dispersado.

—¿Tenés llave?

—Sí—suspiré, acomodándome el celular entre el hombro y el oído con el objetivo de recuperar las monedas con ambas manos.

—Bien, ¿vas a cocinar? Asegúrate de no ensuciar el horno, terminé de limpiarlo hoy.

—No te preocupes—revoleé los ojos, volviéndome a parar—. Cuídate cuando salgas.

—Sabes que no puedo vivir encerrada—contestó con pesar—, necesito salir, al menos para cobrar mi jubilación como una vieja normal.

—¿Por qué no esperas a que llegue para que te acompañe? —le pregunté mientras agarraba nuevamente el celular con mi mano derecha.

—Porque sería peor.

—Ya no sé qué es peor—susurré por lo bajo, centrando mis ojos en la cajera.

—Tranquilo, estaré bien—me garantizó con un tono dulce y comprensivo—, nos vemos.

—Eso espero—contesté, cortando la llamada y devolviendo mi celular al bolsillo de mi campera—. Perdón, era una urgencia—me dirigí a la chica, entregándole el billete junto a las monedas.

Sin Rencor | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora