Capítulo 42

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Quiero pensar que todo es un sueño, pero ahí está ella, con su cabello rubio oscuro rozándole la cintura, el flequillo alcanzándole las pestañas que enmarcan sus ojos color miel, aquella sonrisa brillante y alegre, la cual termina en dos hoyuelos ...

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Quiero pensar que todo es un sueño, pero ahí está ella, con su cabello rubio oscuro rozándole la cintura, el flequillo alcanzándole las pestañas que enmarcan sus ojos color miel, aquella sonrisa brillante y alegre, la cual termina en dos hoyuelos que decora sus mejillas salpicadas en pecas, y su voz tímida y dulce llamándome en un susurro: "Nadia, acércate". Detrás logro divisarlo a él, quien me observa con sus ojos celestes e imponentes, los cuales, por un segundo, se tornan tristes y llenos de arrepentimiento. A su lado, con una mirada comprensiva y completamente tranquila, está quien tuvo que marcharse a la fuerza, quien debió dejarme en contra de su voluntad, quien luchó e intentó hacer lo posible para que pudiésemos alcanzar juntas la sima de aquel precipicio que nos consumió, pero, lamentablemente, habíamos vuelto a caer. Es mi familia entera, a unos pasos de donde estoy, observándome atentamente mientras, del otro lado, intento respirar.

"Nadia, acércate", vuelve a susurrarme la voz de Isabela.

Puedo escucharla tan cerca, pero de todas formas la veo muy lejos, con mis padres sosteniéndole cada hombro, y una luz tenue iluminándolos en lo oscuro de la habitación.

Me levanto de donde estoy y me percato de que mi pie ya ha sanado, no me duele, tampoco mi espalda, pero siento un nudo molesto en el centro de mi garganta, tal vez por eso no puedo hablar, no puedo responder, pero sí puedo caminar.

"Nadia, acércate", insiste Isabela. Quiero correr a ella y abrazarla, quiero confesarle que la extrañé intensamente todos estos años, así como también quiero contarle lo que ha pasado desde que se fue, pero una voz me detiene antes de que dé un paso al frente: "Si te pasa algo me muero, Nadia, te juro que me muero". Me limito a girarme sobre mi lugar para mirar por última vez los ojos de aquella persona, sin embargo, no me encuentro con él, sino que me encuentro con nosotros; estamos uno al frente del otro, en la sala de visitas, Sebastián tiene el rostro golpeado, y yo no puedo quitarle los ojos de encima porque sé que, cuando me vaya, no volveré a verlo hasta la próxima fecha de visita.

—Sam es capaz de hacer cualquier cosa—dice él, intentando ocultar los nervios y preocupación que le sacuden la mente y el cuerpo.

—No va a pasar nada—le aseguro.

Pero pasó, pienso mientras me observo con decepción. Jones había intentado advertirme sobre los peligros que corría estando enemistada con Sam, pero no quise darle la razón, y mucho menos tomar precauciones a partir de la amenaza que el asesino de mi hermana

me había hecho indirectamente.

—Es una mierda estar acá—dice de repente, golpeando el borde de la mesa, lo cual me despierta de mi ensimismamiento—. Cuando planeamos lo de Sam, cuando dijimos que lo meteríamos a la cárcel, yo planeé lo que después iba a pasar con nosotros—sonríe con nostalgia—. Creí que después de la victoria que supuestamente conseguiríamos, íbamos a poder vivir en paz, sin problemas. Nos podríamos haber ido lejos, a otra provincia, ¡o a otro país! Los dos juntos.

Sin Rencor | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora