28.

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Mis ojos parpadeaban mientras trataba de acostumbrarse a la penumbra del lugar. Los estantes de madera oscura parecían cerrarse a mi alrededor, y una ventana pequeña en la parte superior de la habitación dejaba escapar un tenue rayo de luz que apenas lograba iluminar el miedo que se apoderaba de mí. La puerta de madera, sólida y fría, estaba frente a mí, como una barrera entre la libertad y esta prisión en la que me encontraba.

Con un leve susurro, la realidad me golpeó. Mis muñecas estaban atadas hacia atrás, la cuerda que las sostenía me recordaba la vulnerabilidad de mi situación. Mis manos, inútiles, se negaban a responder, mientras que mis piernas temblaban, no solo por el frío, sino por el terror que se filtraba en cada rincón de mi ser. En lo profundo de mi interior, mi lobo se agitaba con ferocidad, arañando mis entrañas, sintiendo la necesidad de liberarse de este tormento. Ese olor en el aire era abrumador, una mezcla de feromonas dominantes que ahogaban mis sentidos.

—¿Dónde estoy? —murmuré, mi voz apenas un eco en el vacío. La desesperación se reflejaba en mis palabras—. ¡Mierda!

Justo en ese instante, la puerta se abrió con un chirrido ominoso, y el aroma que había invadido el lugar se volvió más intenso. Ante mí, se perfiló una figura familiar. Su cuerpo bien trabajado se movía con una confianza inquietante. Era Jackson, su rostro marcado por una expresión de satisfacción que me hizo revivir cada temor que había guardado en mi mente.

—Hola, te dije que nos volveríamos a encontrar... —dijo, acercándose con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. Tomó mi mentón con una mano, esa mano enorme que me hizo sentir aún más pequeño, y antes de que pudiera reaccionar, me mordió la lengua.

—¡Mierda, Jackson, déjame! —grité, mi voz resonando con una mezcla de rabia y miedo.

—Esa boca... —dijo, apretando mis mejillas con su mano. Había una autoridad en su voz que me paralizaba—. Cállate.

Con esas palabras, sentí cómo mi lado sumiso se despertaba. Era como si un interruptor se hubiera encendido dentro de mí, recordándome mi lugar en este juego de poder. Jackson era un alfa, y en este momento, yo no era más que una presa atrapada en su red. La desventaja era palpable, y el terror se entrelazaba con la confusión, como una sombra al acecho.

—Tae... te necesito... —susurré, dejando que la desesperación y la esperanza se fundieran en mi corazón. Mi mente buscaba un hilo de consuelo en su nombre, anhelando que apareciera y me sacara de este abismo.

La risa de Jackson resonó en el aire, una melodía oscura que solo intensificó mi pánico. Sabía que el verdadero juego apenas comenzaba, y en el fondo de mi ser, me preguntaba si alguna vez lograría escapar de su dominio. El lobo dentro de mí continuaba gritando, reclamando su libertad, y yo solo podía esperar que, de alguna manera, Tae llegara a salvarme de este oscuro destino.


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La habitación estaba envuelta en una luz tenue, las paredes color perla reflejaban una calma que contrastaba con el torbellino de emociones que inundaba el corazón de Taehyung. Reposaba en la cama, su rostro delicadamente enmarcado por la almohada, pero una mascarilla cubría su nariz y boca, como un recordatorio del frágil hilo que lo mantenía aferrado a la vida. Cada suave respiración y cada latido de su corazón eran un susurro de esperanza.

A su lado, Hoseok se sumía en una espiral de preocupación, sus dedos se movían instintivamente a lo largo de los mechones oscuros de Taehyung. Se mordía el labio inferior, incapaz de apartar la mirada de aquel alfa que había pasado demasiado tiempo postrado en la cama. Por una vez, la suerte parecía estar de su lado: el accidente había sido devastador, pero, al menos, no había golpes en su cabeza que pudieran acarrear futuros problemas. Todo estaba bien. O eso esperaba.

¿Mi Pequeño amor?[VK]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora