3.2 La corte.

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—Te vez muy bella—Dijo enrollando un mechón de cabello en su dedo, para dar un ondulado suave, colocando su rostro en el cuello de Babel. —¿Te gusta?

—Me encanta. Se lo agradezco. — Respondió mirando los ojos azules de Lady Brawn a tráves del espejo.

—Me alegro— Dio unos golpecitos  en los hombro—Iré a ayudar a Harmony.

— De acuerdo.

— Nos iremos en 20 minutos.

— Entendido.

Y salió por la puerta.

Se levantó lentamente cuidando de no pisar el vestido rosado que llevaba puesto. Le quedaba justo al cuerpo, pero era evidente que Margo era un palmo más alta. Lo recogió con cuidado de no arrugar la tela, parecía crepé, fácil de enrollar, sintió la suavidad de la tela, incluso atra vez de los guantes. Jamás consideró el concepto de usar un vestido de gala, y menos de acudir a algún bailé. Mary casi la arrastra a una simple fiesta universitaria. Se hubiera aferrado al hotel con uñas y dientes de haber previsto lo que sucedería.
Y ahora era arrastrada a la corté inglesa. Sintió sucumbir su mundo, el estómago se revolvía con la idea, las náuseas amenazaron una o dos veces con arruinar la prenda que vestía. Se lamentó ser tan empática, debió decirle que no, cuando tuvo la oportunidad. Podía deserta, aún tenía tiempo.

Pero su madre la había educado bien, le enseñó con el ejemplo a ser una mujer de palabra, a extender la mano y no retirarla cuándo lo veía difícil.

Llego al buró de lado de la cama, abrió el cajón maltratado— seguramente por la mudanza o quizás por los años—, tomó el collar que la trajo a su perdición y lo observó esperando quizás encontrar algún interruptor que la llevara de vuelta.

Como era de esperarse no localizó nada ni remotamente parecido, a sus ojos era un simple collar, no común ni corriente, pero en sí, sólo un collar, una joya como cualquier otra.

Lo había examinado en otras ocasiones, y su conclusión no tenía variaciones.

— Que estupidez— Gruñó, lanzando la baratija en el Interior del cajón cerrándolo con desenfreno.
Agachó la cabeza, entrelazando sus dedos en el cabello tan precavidamente que apenas fue un roce. Por vanidoso que pudiera ser, no quería estropearse el peinado. Le impresionaba que aún tuviera el tiempo y la cabeza para pensar en ello.

Se alzó al oir su nombre como un murmullo ahogado por la puerta que se interponía. Salió del cuarto para encontrarse con las tres damas en el vestíbulo.

En la edad del tiempo © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora