6.2 ~ La peor de las respuestas

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Babel comenzó a decir palabras al azar palabras incoherente hasta que su voz se hizo un hilo.

— ¿Es que no me escucho?— El caballo se movia en su lugar manteniendo el trote, jalando las riendas para controlar la maniobra.

— Se equivoca — Contradijo. Había algo en aquel hombre que la inquietaba. Quizás era su aire tajante mostrado por su fisionomía madura, su quijada cuadrada, sus cejas ceñidas o la fría mirada expedida por el mar de sus ojos , aun así  se armó de valor para refutar su tono respectivo .

— ¿Como dice?— Bajo de la montura quedando a un metro de Babel. Mantenía un porte felino, elegante al mismo tiempo que apabullaba con sus palabras contundentes y directas.
La hacía sucumbir en la incertidumbre, atrapandola en el pánico inconciente que le provocaba su sola presencia.

— La Condesa de Campbell...— Se repuso — Me ha ofrecido su hogar para hospedarme, es usted quién invade una propiedad, que sé, no debo mencionar, pero es privada señor.— Intento aparentar una compostura natura, sin embargo sintió — a su pesar— una gota fría que amenazaba con recorrer su frente.

— No, señorita— Exhortó con un extraño tono poco comprensivo, haciendo una ligera inclinación. Babel retrocedió— El terreno esta delimitado por un cerco de corteza de troncos, seguro los vió cuándo ingresaba en mí propiedad. Asi que, sí, Insistió, usted es la que invade mis dominios privados. — Masculló entre dientes. Lanzó una pesada mirada regresando a su inflexible actitud.

Babel vió por encima de su hombro a la doncella quién se encogió de hombros.
Recordó aquel cruce que siempre ignoraban antes de llegar al sicomoro, pero no lucia como una barda delimitadora, no lucia como nada en específico.

— Bueno quizás si usted hubiese puesto una verdadera barrera, esta confusión no hubiese ocurrido. — Compuso con desdén, aun que el Duque tuviera razón, no le daba el derecho de hablarle con si fuera una ladrona. El temor se convirtió en coraje.

Las cejas del duque se levantaron, sus ojos marinos de volvieron fuego.

— ¿Perdón? — Dijo lentamente, saboreando cada letra, aguardando la respuesta de la joven chica.

De pronto tuvo una sensación de ahogo. Las palabras se formulaban en su mente pero estas no eran emitidas. Pero cuan más trascendía su personalidad independiente, las frases se articularon por si mismas. 

— Que, bueno...am— Balbuceó — Los postes de tronco alineados no son clara señal de una división, tal vez si colocara un alambre de púas, cumpliría más con el objetivo. — Trago saliva al ver un destello de molestia en las arrugas que se dibujaron en su entrecejo, su frente y su boca fruncida— quizas se había pasado de insolente—,pero no se retractó.— Oh quizás una cerca, si le parece demasiado el alambre de púas.— Se aclaró la garganta.

— Quién se cree que es para...— sus ojos se entré cerraron como si viera atra vez de una cortina de humo, sus labios permanecen lijeramenete abiertos, sus gestos se asimilaron, como si acabara de descubrir algo. — Usted...es usted...— Dijo esclarecido — Estaba en el baile de conmemoración en Londres. Es la señorita qué extravío su guante. —
Dió un paso más reduciendo un palmo la distancia, sus brazos se cruzan sobre su pecho.

—B... Browning, Señor. — Corrigió imperiosa.

— Es verdad, Babel Browning, ¿No, es así? — Otro paso, está Babel se remolino en su sitio. Los dedos de ella se rozaban entre ellos denotando su inquietud — ¿Que hace aquí?.

En la edad del tiempo © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora