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Ya estaba cansada de ese internado. Despierta a las siete, haz la cama, ve a estudiar, come a las tres, vuelve a estudiar, después una hora libre en la que sólo puedes leer o hablar con alguna otra persona, cena a las ocho, lava tus dientes y a las nueve, luces apagadas y todo el mundo a dormir...

Llevaba ahí metida desde que nací. Mi supuesta madre me abandonó en las puertas de ese internado hacía veinte años. Como no tenía a dónde ir cuando cumplí la mayoría de edad, el estado decidió dejar a los dueños del internado a mi cargo, como si les perteneciese. Llevaba dos años buscando trabajo para poder largarme de allí cuanto antes, pero no hubo manera. En todas las entrevistas de trabajo a las que fuí perdí el tiempo. "Necesitamos a alguien con experiencia", decían siempre.

Así que una noche me levanté, más que harta, a las cuatro de la mañana, recogí algo de ropa, la metí en un macuto sin hacer ruido y me escapé.

Salté la valla metálica que rodeaba el edificio de ladrillos, asegurándome de no hacer el mínimo ruido, ya que podría despertar a alguien y delatarme a mí misma.

Tenía algo ahorrado después de tantos años, si hacías algún trabajo extra te pagaban con dinero. Dinero que prácticamente no podía usar, ya que casi no se podía salir del edificio.

Caminé sin un rumbo fijo por largos minutos. Sólo esperaba encontrarme algún motel de mala muerte y pasar ahí el resto de la noche y el día siguiente, ya vería que haría con mi vida el próximo día. Buscaría un trabajo, eso seguro.

"Alguien me contratará", pensé.

Cuando llevaba casi dos horas de camino y veía que no había rastro de moteles por ningún lado, se me ocurrió entrar a un bar que acababan de abrir en busca de información sobre dónde quedaba el motel más cercano.

-Buenos días. -Habló el camarero gordo, calvo y con bigote desde el otro lado de la barra. -¿Qué te sirvo?

-Hola, quería hacerle una pregunta. -Contesté con educación.

-Dispara, encanto. -Me alentó a hablar.

-¿Sabe si por aquí hay algún motel cerca?

-¿Motel?... -Dudó unos segundos. -Si sigues todo recto hacia el norte, en menos de una hora encontrarás uno. Eso sí, no es lujoso que digamos.

-Me vale. -Sonreí. -¿Le importa que use el aseo? -Pregunte con mi mejor cara de niña, pues me estaba meando como nunca.

-Todo tuyo, encanto. -Respondió y continuó limpiando vasos con un trapo.

Cuando llegué al aseo, que por cierto daba asco de lo sucio que estaba, hice mis necesidades y me lavé las manos, observando mi reflejo en el pequeño espejo. Mi cabello castaño estaba revuelto, debido al aire que hacía fuera, y mis ojos color miel estaban siendo atacados por las ojeras y el cansancio. Así que, peiné mi cabello con mis dedos y mojé mi cara con agua en un intento por espabilarme.

Cuando salí, el hombre con el que hablé ya no estaba solo. Otro hombre estaba sentado en una silla frente a la barra. Llevaba unos pantalones oscuros y una chaqueta azul marino. Bebía de su copa tranquilamente hasta que posó su sucia mirada en mí. Escalofríos recorrieron mi cuerpo cuando lo hizo y opté por salir de ahí cuanto antes.

-Gracias por todo. -Agadecí al camarero pasando frente a él dirección a la salida.

El camarero asintió y sonrió a modo de despedida y me marché en busca de aquel motel que me había dicho.

No llevaba ni veinte minutos andando cuando un coche rojo paró a mi lado. Temerosa, caminé un poco más rápido. Estaba amaneciendo y dudé que alguien quisiera secuestrarme siendo de día, pero aún así no me dió buena espina. El coche volvió a parar a mi lado y, esta vez, un hombre bajó de él y caminó a mi lado.

Nada más importa (Libro #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora