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-... y lo dejas todo hirviendo durante un buen rato. Si las patatas están blandas es porque ya está hecho.

Rose me explicó cómo preparar un tipo de plato que su madre cocinaba cuando ella era pequeña. Vestía un delantal amarillo y blanco que le hacía parecer más rellenita de lo que era.

-Gracias por enseñarme, Rose.

-No hay de qué, muchacha. Me halaga que te interese mi pasión por la cocina. -Sonrió secando sus manos en un trapo.

Como la comida que había preparado ya estaba hecha y la casa relucía por todas partes, se quitó el delantal para marcharse. Lo dejó colgado en un gancho que había en el interior de la gran despensa de la cocina.

-Ya me marcho.

-¿Tan pronto? -Hice un puchero, pues iba a quedarme sola hasta que Axel regresara del trabajo.

-No te disgustes, muchacha, nos volveremos a ver el lunes. -Sonrió, mostrando sus ojos llenos de arrugas. -Además, el señor no tardará en llegar.

-Está bien, pasa buen fin de semana. -Volvió a sonreír y se marchó.

Como no tenía nada que hacer (al igual que todos los días desde que llegué), tomé los libros de medicina y fui a la biblioteca. Empecé a leer y leer, llenando mi cabeza de información que ya sabía y de otras cosas nuevas.

"Me vendrá bien saber todo esto si a Axel le ocurre algo de nuevo", pensé pasando de hoja.

Pasé más de una hora leyendo uno de los libros, repitiendo en voz alta cada dato nuevo para que se me quedara en la cabeza. Estaba muy contenta por tener algo que hacer que me gustara de verdad, y todo era gracias a Axel.

Oí ruidos procedentes del piso de abajo y deduje que él ya había llegado. Cerré el libro y lo introduje en una de las estanterías junto con los demás, y salí de allí para bajar a verle.

Tenía muchas ganas de que llegara puesto que la noche anterior no durmió en casa. No me dio muchas explicaciones y yo tampoco las quise escuchar, pues supuse qué era lo que iba a hacer.

Bajé los escalones a paso rápido, pero fui ralentizando la marcha a medida que veía que el tipo que había en la sala no era Axel.

De pie frente a los sofás, había un hombre que rondaba los sesenta años. Su canoso pelo era muy corto, tenía la típica barriga cervecera e iba muy bien afeitado. Con las manos en los bolsillos de su pantalón me escrutó con una dura mirada, como si yo le debiera algo.

-¿Quién eres tú? -Preguntó inquisitivo.

-¿Quién es usted? -Contraataqué con los ojos entrecerrados, bajando los dos últimos escalones. -¿Cómo ha entrado?

Guardé las distancias ya que no conocía de nada a ese señor y no me fiaba de él ni un pelo; me quedé parada a unos metros.

-Yo pregunté primero. -Su mirada se volvió fría y creí reconocer esa expresión, pero era imposible, yo no había visto a ese hombre en toda mi vida.

La puerta principal se abrió dando paso a un Axel de mirada seria, mientras que el señor me miraba de arriba abajo con mueca de superioridad.

-Ya estás aquí. -Escupió Axel disgustado. El hombre no dejaba de observarme con esa mirada que me ponía de los nervios. -Alessa, ve arriba.

No comprendí su mal humor, sin embargo le hice caso. Subí las escaleras con su mirada puesta en mí y con el silencio reinando en la sala. Llegué a la habitación, cerré la puerta y me tumbé bocarriba en la cama.

Yo no conocía a ese hombre, pero Axel sí y, por un lado, eso me quitó un peso de encima. Por un momento pensé que era un ladrón o alguien que venía a ajustar cuentas con Axel, el comprobar que me equivocaba me dejó más tranquila.

Nada más importa (Libro #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora