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Esta situación me tenía más que harta. Habían pasado tres días desde lo de la piscina y aún seguía cabreada con Axel por tratarme así.

Gracias a Dios, esas tres respectivas noches él no durmió en la mansión, porque se me escaparon unas cuantas lágrimas la primera noche que él no estuvo. Estoy segura de que lo hubiera utilizado en mi contra si me llega a ver.

Rose se marchó antes porque iban a operar a su hijo. El día anterior había hablado con Axel para explicarle la situación en la que su primogénito se encontraba y él le dio la semana libre. Por otro lado, Robert se fue a la ciudad a hacer unas gestiones, me ofreció acompañarle, pero dadas las circunstancias, junto con la personalidad de Axel, me negué. Además, sólo él sabía lo que me ocurriría si salía de su casa sin pedirle permiso. Podría haberme largado, sí. Pero me empezaba a gustar la comodidad de la mansión, la soledad a la que a veces estaba expuesta y las charlas con Rose o con Robert, aunque fueran escuetas.

Decidí ir a la biblioteca.

Busqué el hueco en donde estaba el libro de Romeo y Julieta y lo puse en su lugar. Observé los títulos de los demás libros buscando alguno que llamara mi atención. Romeo y Julieta me gustó mucho, aunque ya sabía como terminaría, y quise leer alguno que también tratara de una historia de amor, pero sin el trágico final.

Mis ojos se posaron en Orgullo y prejuicio. Sabía que se trataba de una historia de romance y líos familiares, pero no sabía tanto de este libro como del anterior.

Comencé a leer la primera página mientras me dejaba caer cuidadosamente en la alfombra.

Unos capítulos más tarde escuché una puerta cerrarse. Supuse que Axel ya había llegado, porque solía venir al caer la noche cuando no dormía aquí, pero no me moví de mi sitio. Continué leyendo, sumergida en el universo de Elizabeth y Darcy.

Leía un diálogo entre los protagonistas cuando a mis oídos llegaron gemidos de mujer.

Dejé de leer al instante, prestando atención para asegurarme de que no estaba loca y oía cosas que no existían.

Sí que eran gemidos femeninos.
Mi mente se nubló de imágenes de Axel acostándose con una mujer. Mi corazón se saltó un par de latidos y mi enfado incrementó notablemente.

"¿Por qué me enfado? Él puede hacer lo que le dé la gana. Que diga que "soy suya" no quiere decir que él sea mío. Por mucho que me disguste".

Sin darme cuenta, acababa de reconocer que me atraía Axel. Pero ¿a quién en su sano juicio no? Él tenía un cuerpo hecho para el pecado y su rostro era el más hermoso que había visto en mi vida. Si su personalidad fuera más humilde sería un buen partido.

"¿Un buen partido?¡Sería un partidazo! Es guapo, está bueno y es rico. ¿Qué más se podría pedir a parte de un mejor carácter?", pensé evitando oír los gemidos. "Pero claro, no soy la única que se ha dado cuenta de sus virtudes, bueno, las pocas que tiene. Seguro que esa mujer no está retenida en una mansión hasta a saber Dios cuando".

Los sonidos sexuales me martilleaban la cabeza, así que salí rápidamente de la biblioteca y bajé a toda prisa al piso de abajo, parando en el jardín trasero. Recosté el cuerpo en el banco de la derecha, mirando las estrellas mientras calmaba mi respiración y apaciguaba las ganas de abofetear a Axel en cuanto lo viera. Él no tenía culpa de que a mí me empezara a gustar. Bueno un poco sí, pero era yo quien tenía un problema.
¿Quién en su sano juicio se siente atraída por su secuestrador?

"Estoy segura de que tengo síndrome de Estocolmo", pensé abatida y cansada.

La rabia me inundaba al saber que Axel estaba disfrutando con una mujer que no era yo. No quería tener sexo con él, pero me agradaba saber que disfrutaba de mi compañía tanto como yo de la suya cuando era simpático. Saber que me había cambiado por un polvo me entristeció y me recordó que yo sólo era una moneda de cambio para su beneficio.

Nada más importa (Libro #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora