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Entre lágrimas y forcejeos, un par de hombres que no había visto en mi vida me metieron a la parte de atrás de un coche muy lujoso de color negro. Aún tenía las manos atadas y me resultó muy incómodo apartarme el pelo de la cara cuando caí dentro.

-Ponedla delante. -Habló el hombre que me aceptó como pago.

Al sacarme a rastras, desesperada por huir, me revolví y estampé mi rodilla en la entrepierna de uno de los hombres.

-¡Serás zorra! -Gritó con las manos puestas en la zona.

El otro hombre, rápidamente me tomó por la mandíbula y sacó una pistola, poniéndola en mi mejilla y pegando mi espalda al coche. No tenía escapatoria y eso me hacía estar realmente asustada.

-Si vuelves a hacer e...

-¿Qué haces? -Interfirió el señor Evans, como ellos le llamaban.

El hombre bajó el arma y se alejó de mí temeroso mientras yo sollozaba e intentaba respirar con normalidad, pues sentía que me ahogaba.

-Se-señor... solamente le decía...

-No vuelvas a tocar lo que es mío. -Le interrumpió con ira en su mirada.

El hombre asintió y, junto con el otro al que yo le di el rodillazo, se perdió dentro de aquel antro.

-Entra. -Ordenó, rodeando el vehículo para llegar al asiento del conductor.

Hice lo que me dijo. No iba a salir corriendo sabiendo que me pegarían un tiro si no obedecía. Aún con lágrimas por mi rostro, me acomodé en el asiento, dejando a mi mente imaginar qué me ocurriría a partir de ese momento.

Arrancó y mis nervios volvieron a hacerse presentes en la boca de mi estómago.

Los minutos se hicieron eternos y dieron paso a convertirse en horas. No existía un paisaje que no fuera tierra desierta. No habían edificios, ni negocios, ni siquiera árboles. Incluso la carretera estaba a medio asfaltar.

Le miré de reojo. No quería ni imaginar lo que ese hombre iba a hacerme, pero no pude evitar pensarlo durante el trayecto. Él parecía tan tranquilo... como si no me hubiera aceptado como pago por lo que Drew fuera que le debiese. Su mirada estaba en todo momento en la carretera y quería creer que él no se daba cuenta de que lo miraba asustada.

Tras un rato larguísimo, nos adentramos en una ciudad. Creí que había llegado el final del viaje cuando llegamos a ella, pero no fue así. Continuó conduciendo hasta salir, otra vez, a terreno desierto. Estaba tan cansada que, aunque intenté evitarlo, me dormí.

Desperté cuando noté que el coche paró. Miré a mi alrededor, estábamos a las afueras de lo que parecía una ciudad en las montañas. El señor Evans salió y espero a que yo lo hiciera también, ya que me fue difícil abrir el coche con las manos atadas una junto a la otra.

Cuando alcé mi vista contemplé una de esas mansiones con la que toda persona sueña. Con amplios jardines a mis lados y una fuente en medio. El césped estaba muy bien cuidado, de un color verde envidiable, y había pequeñas flores de colores repartidas por todas partes que alegraban un poco la vista de lo que me parecía algo horrible.

Él subió unos escalones y llegó hasta la puerta principal, que era el triple de alta que yo, aunque yo no era muy alta. Puso un código en un aparato con números que había al lado de esta y la puerta se abrió. Entré tras él.

Lo primero que hice fue observar todo a mi alrededor. Era una gran sala de recibimiento muy luminosa, con dos escaleras a cada lado. No había muchos muebles; un gran sofá negro, un par de sillones a juego y una mesa de diseño entre ellos. Me pareció una de esas casas que salen en las revistas por lo bien decorada que estaba. Parecía la típica casa de un millonario.

Nada más importa (Libro #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora