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Desperté por la luz que entraba por la ventana, aturdida por no saber dónde me encontraba, hasta que lo recordé.
Giré mi cuerpo a donde se suponía que se encontraba Axel, pero él ya no estaba. Me aseguré de tener la ropa aún puesta y vi que así era. Un suspiro escapó de mi boca al verme vestida aún con su camisa.

Busqué algún indicio que me permitiera saber que Axel se había marchado de la mansión... y lo encontré. El pantalón gris que había llevado la noche anterior estaba encima de la cama.

Sin hacer ruido, por si aún seguía en la casa, bajé de la cama y fui al baño. Peiné un poco mi cabello con los dedos y me hice una coleta, lavé mi cara con agua fría para terminar de espabilarme y me lavé los dientes enjuagando mi boca con un poco de dentífrico y agua, ya que no tenía cepillo de dientes.

Salí de la habitación a hurtadillas y bajé a la cocina asegurándome de que nadie me viera. Necesitaba comer algo o moriría de inanición.

Me asusté al encontrar a una señora de más de cincuenta años, regordeta, con el pelo castaño algo canoso, preparando algo en la sartén. Escondí mi cuerpo tras la pared, ya que no sabía si esa mujer era de fiar o no. Me debatí entre entrar a la cocina o salir corriendo devuelta a la habitación otra vez.

-Buenos días, muchacha. -Escuché que me decía; me había visto. -El señor me hizo preparar el desayuno.

Temerosa, entré y me senté en una de las sillas de la isla, con la mirada puesta en el suelo.

-Bu-buenos dí-días. -Tartamudeé.

Puso delante de mí un plato lleno de tortitas con nata y chocolate y un café con leche. Mi estómago rugió como un león en cuanto olí todo.

-Supuse que el señor tenía visita cuando me dijo que preparara el desayuno. Él no desayuna nunca, ¿sabes? -Dijo sonriendo.

Aproveché la oportunidad para escapar en cuanto vi que la señora parecía buena.

-Es-estoy retenida a-aquí. ¿Puede a-ayudarme?

-No puedo interferir en las cosas del señor. -Contestó apenada. -Si estás aquí es por algo.

El poco ánimo que tenía cayó a mis pies. Creí que esta mujer podría darme la oportunidad de salir, pero supuse que ella le temía a Axel al igual que yo. Pensé, entonces, en escaparme sin que la mujer me viera, aprovechando que Axel no estaba.

-Me llamo Rose. -Dijo sonriente mientras yo comía las tortitas y dejó mi vestido y mi ropa interior limpia en la silla que había a mi lado.

No recordaba haberla sacado del baño y meterla en la lavadora.

-Y yo Alessa. -Respondí cuando terminé de comer. -En-encantada.

Rose prosiguió con sus quehaceres de la casa mientras yo cogí mi ropa y subí escaleras arriba, directa a la habitación. Me quité la camisa de Axel y me puse mi vestido blanco limpio, oliendo el leve perfume de lavanda del suavizante de la lavadora.
Miré hacia todos los lados de la mansión a la par que bajaba las escaleras para marcharme, no quería que Rose se viera involucrada en mi fuga.

Calculé mentalmente cuánto tiempo tardaría, más o menos, en llegar a la ciudad que vi a lo lejos y agarré el pomo de la puerta principal para abrirla.

Un traje oscuro, una camisa blanca y una corbata negra, aparecieron frente a mí. Levanté mi mirada, sabiendo de antemano quién era esa persona, y la expresión que encontré me hizo estremecer.

-Te dije que el que decide qué haces o no soy yo. -Habló con cara de desprecio.

Agarró mi antebrazo y tiró de mí, llevándome de nuevo a la habitación. Me hacía daño con su agarre, pero no pude zafarme, era demasiado fuerte.

Nada más importa (Libro #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora