13. Cole Sprouse (2/2)

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Ahí estaba ella, moviéndose con gracia entre los mismos lugares, con el mismo uniforme de siempre.

Su cabello castaño corto con el mismo aspecto de no necesitar un elaborado peinado porque ella ya se veía hermosa así, tan natural. La libreta nunca faltaba entre sus manos para anotar los pedidos de las demás personas en la cafetería. Siempre con la misma gentileza, siempre tan genuina.

Ahí estaba nuevamente ella, nunca dejando de venir hacía mí para pedir mi orden. Solamente ella y su dulce voz que se había grabado a fuego en mi alma. Solamente sabía su nombre gracias al pequeño gafete que estaba sobre su uniforme. Sabía sobre el hechizo que sus ojos mieles desprendían sin siquiera notarlo. Sabía sobre la profundidad de su aura de inocencia, atrayente como la miel para las abejas, atrayendo a todos... a mí.

Ella nunca decía algo más que el diálogo preparado que un buen mesero debía tener. Después de dos meses ella solo me saludaba y sin preguntar anotaba mi orden, nunca se equivocaba. Tal vez debí hacer algo más que solo señalar con mi dedo en el menú, y tal vez hubiera escuchado más de la melodía que salía de esos labios. Todos en la cafetería sabíamos que su voz era como el canto de una sirena.

Todos los días tenía la dicha de ver esa sonrisa imperfecta y tan perfecta a la vez. Mi corazón se aceleraba cada vez que le veía sonreír y mi alma dedujo que esa sonrisa tierna y natural me perseguiría en mis más profundos sueños hasta el día de mi muerte.

Me sentía como un acosador, tal vez lo era, tal vez todos lo éramos porque cuando ella caminaba a través de la cafetería, las miradas discretas y no tan discretas siempre estaban pendiente de sus movimientos. Todos en la cafetería nos sentíamos atraídos por la manta invisible llena de belleza que le rodeaba, como moscas atraídas a la luz de un foco. Pero ella nunca se daba cuenta, simplemente seguía siendo ella misma sin ningún tapujo. Tan encantadora y única.

No importaba si me tomaba varias tomas, si corría el riesgo de ser descubierto. No podía evitar robar miradas de su perfil con mi cámara, fingiendo ver a través del cristal de la ventana era la forma más efectiva de capturar su embrujo en una fotografía. No podía dejar de soñar despierto con tener el valor suficiente de acercarme a él y hablarle de algo más que solamente señalarle mi orden.

Ella era especial y tanto como mi alma y corazón estaban de acuerdo.

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Ahí estaba ella, moviéndose con gracia entre los mismos lugares, con el mismo uniforme de siempre. Ahí estaba ella, por primera vez luciendo tensa e insegura.

Su cabello castaño corto con el mismo aspecto de no necesitar un elaborado peinado porque ella ya se veía hermosa así, tan natural. La libreta que nunca faltaba entre sus manos para anotar los pedidos de las demás personas en la cafetería, hoy se le escurría de sus manos. como si le quemara sujetarla por mucho tiempo. Su gentileza de siempre estaba ahí, pero hoy la tensión estaba fracturando su atrayente luz.

Ahí estaba nuevamente ella, nunca dejaba de venir hacía mí para pedir mi orden. Hoy lo hizo, evitándome como si le doliese mirarme. El hechizo de sus ojos confusos atormentándome sin saber muy bien por qué. Dejándome sin otra opción que mirar al rededor para no parecer fuera de lugar al mirarla fijamente.

Ella nunca decía algo más que el dialogo preparado que un buen mesero debía tener. Después de dos meses ella solo me saludaba y sin preguntar anotaba mi orden, nunca se equivocaba. Hoy parecíamos dos desconocidos, y muy en el fondo sabía que eso era exactamente lo que éramos. Ella dijo su bien ensayado diálogo cuando por fin se acercó a la mesa, el tono incierto y vulnerable de su voz me dejó fuera de lugar, todo completamente errado que sin siquiera pensarlo terminé utilizando mi voz para pedir mi comida y la de mi acompañante. Tal vez debí confundir esa familiaridad que se había desarrollado entre nosotros, porque hoy todo era completamente diferente e incluso mi orden habitual la había terminado cambiando porque no se sentía bien.

Todos los días tenía la dicha de ver esa sonrisa imperfecta y tan perfecta a la vez. Mi corazón se aceleraba cada vez que le veía sonreír y mi alma dedujo que esa sonrisa tierna y natural me perseguiría en mis más profundos sueños hasta el día de mi muerte. Sin embargo, esa sonrisa brilló por su ausencia. Ella siempre sonreía, siempre reía. Pero hoy no lo hizo y un ligero malestar comenzó a crecer porque ella no tenía ni idea de lo mucho que anhelaba y necesitaba de esa curva en sus labios.

Traté de fingir, pero mi mejor amiga enseguida lo notó. Ella quería conocer a la chica que ocupaba la mayoría de mis fotografías, quería conocerle a la chica castaña de sonrisa natural con un aura tan inocente y hermosa. Y hoy solo había un fantasma de ella.

Me sentía como un acosador, tal vez lo era, tal vez todos lo éramos porque cuando ella caminaba a través de la cafetería, las miradas discretas y no tan discretas siempre estaban pendiente de sus movimientos. Hoy no fue la excepción. Todos en la cafetería nos sentíamos atraídos por la manta invisible llena de belleza que le rodeaba, como moscas atraídas a la luz de un foco. Hoy ese manto estaba teñido de un azul grisáceo desbordante de inseguridad y un deje de tristeza, el misterio de saber qué había cambiado en esa chica tan risueña estaba latente y me impedía disfrutar la alegría que quería cubrir la mesa en la que mi mejor amiga y yo estábamos. Pero ella nunca se daba cuenta, y hoy no fue la excepción.

Ella era especial, incluso ese lunar cerca de su labio lo era. La belleza de su alma era etérea y mi mejor amiga también lo sabía.

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One shots (Multifandom)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora