Diciembre. {Parte II}

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Aristóteles Córcega.
06. Diciembre.

He escuchado hasta el cansancio la historia del hilo rojo, en ocasiones se me hace una tontería; ¿qué pasa cuando no se me hace una tontería? Las casualidades no existen, si conoces a una persona tendrá alguna razón en tu vida, sin importar qué tan pequeña sea su intervención, la tendrá. Ese condenado hilo un par de veces puede sentirse, casi guiándote a ese otro extremo donde la persona deseada te espera, aunque claro, por el camino te enredarás con otros hilos que formarán nudos; problemas. Lo importante de esto es aprender a salir de estos.
Hemos salido de clases, Cuauhtémoc está rendido. Tuvo prácticas y yo lo esperé en las bancas. Saliendo de ahí vinimos a la consulta con el médico, esperamos en el lobby.

—No te duermas.— Sacudo a Temo, sus párpados están casi cerrados. Verlo hacer un puchero hace que me rinda y lo dejo dormir. —Un rato nada más. Pero no te muevas de aquí.

Pido cuando me llaman para mi consulta. Entro al consultorio y veo al médico, inundado de papeles en su escritorio, un café a su lado y una mirada de sonámbulo.

—El sobreviviente.— Dice con alegría. Acomoda su cabello y su bata. —Es bueno verte por estos rumbos. ¿Cómo sigue ese brazo?

—No me quejo doc. Ya puedo moverlo más.

Me toma del brazo, y me acerca a él. Inspecciona con sus grandes lentes y luego se los retira. Asiente y continúa moviéndolo.

—Aristóteles tu brazo va mejor, y tus costillas necesitan un poco más de tiempo. Lo que recomendaría sería un poco de fisioterapia, para que recuperes movilidad más rápido.

Sus pulgares masajean mi brazo, muerdo mis labios y comienzo a sudar.

—Como usted ordene doc.— Respondo tajante. —Como que ya es tarde. ¿No cree?

—Yo tengo tiempo, y aún no termino de revisarte. Si quieres podríamos empezar la terapia ahorita, yo te la doy.

Siento que toca de más, estoy paralizado. Como algo que representa confianza hace esto. No sé qué hacer. La puerta se abre. Temo limpia su rostro; sigue adormilado.

—¡Ari! Que estás haciendo.— Sus puños se cierran, regresa la mirada que detesto.

—¡Nada! ¡Nada!— Digo en mi defensa. —Ven acá.

Lo sigo por el hospital, después de un trote dramático se detiene. Se abraza y se inclina en una pared. Lo trato de tomar pero me aparta.

—Temo, no hice nada. Mírame, te lo juro, el me estaba hablando de una terapia y de ahí todo se olvido extraño.

—¿Y no pudiste quitar tu brazo?— Gimotea. —Pero no sé por qué me molesto, tu eres libre, no somos novios.

—Corrección. No somos novios por qué tu no quieres, y te lo repito, según era para una terapia, y el se puso de raro, te lo prometo.— Vira los ojos y continúa su sollozo, saca hasta un pañuelo. —¡Rayos Cuauhtémoc! Hasta celoso te ves tan lindo. Ya ven aquí, mi pequeño chihuahua dramático. Ven aquí.

Lo tomo por las mejillas y continuó repitiendo que se acerque, entre más trata de contenerse más son sus ganas de reír. Logro al fin que suelte una carcajada, lleva su mano a su boca y se pone colorado.

—Ya Aristóteles, te creo.— Le doy un beso de esquimal, y amenazo con plantarle otro en sus labios. —Aquí no, es un hospital.

—¡No me pidas que me detenga! Cómo contenerme a estos labios con sabor...— Le doy un beso saboreando cada movimiento. —A fresa.

Digo entre cortado. Recupero el aire y limpio el rastro de saliva que queda en sus comisuras.

—Ver para creer, Linda había comentado algo sobre esto pero no puede ser. ¡Es verdad!— Me sueltan a mis espaldas, me volteo y es mi primo Robert. El es doctor de este hospital. Lo saludo casi temblando. —Tranquilo Ari, no te juzgaré, ustedes bien.

Respira, suspira y repite. {Aristemo}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora