Jerry. {El desfortunio}

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Jerry Vázquez.
Navidad.

En este día en especial todo me daba nauseas. A donde volteará, las casas se abarrotaban de personas dándose amor falso. ¿No es lo mismo dar amor todo el tiempo? Es inaudito que necesiten un día para demostrárselo. En casa jamás se celebró la navidad, y es una tradición que quiero seguir.
Voy a mi pasatiempo favorito; Espiar a Cuauhtémoc. Estacione mi motocicleta detrás de la casa de los Lopez. Conocía el camino para poder entrar sin que se dieran cuenta, solo debía cruzar una barda y unos cuantos arbustos.

Cállate, nos van a oír.

Se escucha a unos cuantos metro de mi. Me pongo rígido, no quería que me descubrieran, no podía meterme en problemas o mi plan peligraría.

Bien, tu te quedas aquí vigilando. Yo entro y tomo lo que pueda. ¿Entendido?

Me escondo en un arbusto, escucho cuidadosamente lo que harán. ¿Pretendían robar? Uno de los individuos cruza la barda, y queda el otro como vigía, se escucha un pequeño alboroto, el vigía se da la espalda y trata de levantarse en la barda para poder ver. Es mi momento, corro para teclearlo por la espalda, en el forcejeo lo tomo de la cabeza y lo estrello dos veces contra la pared, aún veo que se mueve así que doy un ultimo golpe. Me cruzo la barda, el segundo ya entro a la casa. Cuando caigo en el patio veo un bulto debajo de la alberca... ¡Es un niño! Pienso cuidadosamente. ¿Deberé salvarlo? Cuauhtémoc podría estar en peligro con el otro tipo. Viro los ojos y tiro mi chaqueta a un lado, caigo al fondo de la alberca.

—¡Despierta!— Le palmeo el rostro al llegar a la superficie.

Era Julio, el hermano pequeño de Cuauhtémoc. Lo dejo a un lado de la alberca, coloco mi oído en su pecho y no hay respiración ni latidos. Había visto en la TV un curso básico de RCP así que inicio con las compresiones. No responde, no sabía cuánto tiempo había estado debajo del agua, inició otro ciclo y comienza a vomitar el agua. Lo pongo de lado, me aseguro que todo esté bien. Lo acuesto nuevamente pero ahora tapando sus ojos, lleva débilmente sus manitas sobre su rostro.

—Llama a papancho, me siento mal...— Dice con su voz quebrándose.

Doy un golpe para dejarlo inconsciente. Reaccionó fue lo importante.

—Me duele más a mi campeón, pero no dejare que me delates.

Lo levanto entre mis brazos dejándolo cerca de la puerta, me pego a la pared para esperar al otro. Cuando este sale lo quiero tomar por la espalda pero se voltea dándome un revés, me hace caer y conecta una patada en mi abdomen. Me toma del cuello y me arrastra, me levanta por encima de su cabeza mandándome a volar. Me quedó tendido, piensa que me a derrotado, se acerca a mi riendo y aprovecho su confianza dando un golpe en su rostro haciendo que caiga. Me levanto para plantarle el cráneo, dos dos saltos en el hasta escuchar ese adictivo crujido.
Le quito la ropa al vigía que había quedado del otro lado de la barda.

Rumbo a casa paso por la zona residencial de Aidan, sonrío. Justo lo que necesito. Cuando llego a su casa no tarda mucho en abrirme, veo su nerviosismo, su forma de arrastrar las palabras al verme. La pieza que falta para que inicie este juego. Es muy atento a todo lo que hago y digo, una genuina preocupación que me hace erizarme. Después de jugar un poco con él veo un muérdago colgado en el techo, era momento de meterme a su cabeza. Lo llevo a un lugar que jamás había estado; un beso. Jadea en cada movimiento que doy.

—Lo siento, jamás he hecho esto.— Me dice tímidamente cuando siente que lo quiero desprender de su pantalón.

La idea de que sea virgen me excita, tengo que ocultar mi euforia. Me siento en el sillón y lo llevo hacia mi cuerpo.

—No tienes que disculparte.— Lo beso en la frente. El era perfecto. Podía ver su falta de atención en casa que proyectaban sus ojos, sus labios que me decían que me sería sumiso a todo lo que pidiera. —Nada que no quieras, lo respetaré.

Respira, suspira y repite. {Aristemo}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora