El milagro de navidad.

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Aristóteles Córcega.
18. Diciembre.

Temo va corriendo, no quiere que lo alcance. Las cosas de su maleta van cayendo, sus medias deportivas, su balón. Ignora que todo esto va cayendo y que voy detrás recogiendo.

—Para aunque sea a guardar tus cosas.

Se detiene, voltea enojado y agarra sus cosas. Continúa su camino.

—Temo déjame explicarte...

—¡Explicarme que! ¿Que no puedes aceptar quién eres?

—No, no puedo. Tu no quieres entender que no es sencillo, tus papás te apoyaron... los míos no. No serían como tú papá o tus hermanos, que te llenaron de amor. Mi familia no es así. ¿Por que esa actitud egoísta?

—¿Egoísta yo?— Se señala Temo. —Te entiendo Ari, entiendo el miedo, y lo irracional que puede llegar a ser. Pero lo que me dijiste no fue bonito, no lo fue para nada. Aquí la dejamos entonces.

Cuauhtémoc Lopez la única persona que había sacudido mis sentimientos se estaba dando la vuelta y alejándose de mi, dejándome a sus espaldas sin importar cuanto me estaba desmoronando. Me abrazo a mi, como si eso me mantuviera pegado. Caigo de rodillas, estoy derrotado.

Aristóteles Córcega.
{Los días previos a la navidad}

Había un dolor en mi pecho, de esos dolores que retumban en el alma y que son invisibles, hasta inexistentes pero que se reflejan como reales y fuertes punzadas en el corazón. Aunque más se ignoren te das cuenta que esta ahí, entre cada suspiro, entre cada lágrima que uno llega a derrochar.  El amor duele de cualquier forma: Si lo tenemos, si no lo tenemos, o lo perdemos. Los días siguientes después de que Temo me dejó en la calle no supe qué hacer, mis ideas me traicionaban. ¿Debí buscarlo? ¿Mandarle mensajes? No había asistido a las posadas de la escuela, ni a la del edificio.

Aristóteles Córcega.
23. Diciembre.

Linda me había llegado a buscar.

—Te ves mal...— Linda se recuesta en mi cama. Acaricia mi cabello y descubre mi frente. Me recuerda mucho a Cuauhtémoc. —Pareciera que tienes temperatura. ¿Todo bien primo? Tu mamá dice que no quieres comer, ni bañarte cosa que necesitas urgentemente. Debes de salir de la cama, hay un mundo ahí afuera.

—Sí. ¿Y?— Bufa y sopla su fleco. Enrolla mi cabello jalándomelo. —Linda eso duele.

—Ese es el punto. ¿Que no piensas ponerte de pie?

—¡No! ¿Con que fin? Mírame, son un don nadie, no puedo ni gritar al mundo quien soy, y gracias a eso he perdido a la única persona que pudo conocer quien es Aristóteles.

Me levanta y me sacude de ambos brazos.

—Te miro y veo a un muchacho con mucha vida, talentoso y muy apuesto. Levántate. ¿Que te hace estar aquí?

—El amor Linda, el amor me tiene amarrado en esta cama.

—Entonces ve por ese amor, demuéstra que eres suyo.— Me dice con entusiasmo.

—¿Y si me rechaza?

—No lo sabrás si no lo dices, sácalo del pecho. Compórtate como lo que eres.

—¿Un hombre?— Cuestiono, me rasco la frente.

—¡No! No se trata de que si eres hombre o no, eso me queda claro, eres todo un pequeño caballero primo, me refiero a que te comportes como un loco enamorado. Así que levántate de la cama, corre por esa persona.— Me levanto apresurado de la cama, no podía dejar las cosas así. —¡Hey! Pero antes date un baño, apestas Aris.

Respira, suspira y repite. {Aristemo}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora