Enero. {Parte I}

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Aristóteles Córcega.
07. Enero.

En la vida tenemos la infinita posibilidad de intentar cosas, y uno de los objetivos de ella es probar cada una que se nos vaya presentando, esto hace que el rechazo siempre sea una posibilidad. Hay diversas magnitudes de rechazo; Desde que te rechacen del equipo de básquet, hasta el rechazo de alguien que te gusta. ¡El sentimiento que esto provoca es horrible! El no sentirse aceptado o parte de algo hace que te segregues a tus adentros.

—¡No! ¡No! Tu aquí no eres bien recibido.— Grita. Mi padre está en la puerta del edificio Córcega. —Aquí no queremos esas cosas de los gays.

Y si, un rechazo duele. No solo duele como un pequeño golpe, esas palabras y esa actitud es lo equivalente a como si te quemaran; aunque nunca me han quemado, y tampoco quiero que lo hagan.

Déjame entrar, solo vengo por unas cosas. ¿Es mucho pedir? Te prometo que entro por ropa y me desaparezco de aquí.

Íker está a mis espaldas, juega con las llaves de su coche.

—Vámonos Aristóteles, te dije que no valía la pena venir.

—Hazle caso a tu novio. ¿O noviecita?— Se burla mi padre.

Me pongo en medio cuando veo venir a Íker, tiene sus puños tensos.

—Basta, vámonos.— Digo. —¡Y para que te lo sepas! El no es Cuauhtémoc, y no papá, en una relación homosexual nadie es mujer. Soy hombre, y nadie me quita eso.

La cruda moral me ataca de regreso a casa de Íker, el rechazo es lo peor del mundo; Y mas si viene de tu padre. ¿Por qué soy tan duro conmigo mismo? No he hecho nada malo, he sido buen estudiante, un hermano amoroso y un hijo ejemplar. ¿Por que mi modo de amar afecta tanto? No puedo negar algo que siento, ni quien soy.

—Si que es duro. Pero tienes agallas, y no te quiebras. Eso me agrada.

Dice Iker mientras enciende un cigarro entre sus labios.

—Solo he aguantado lo que puedo, no sé cuánto tiempo aguante más así. Y apaga eso, te vas a morir.

Arrebató el cigarrillo y lo tiro por la ventana.

—Disculpa, estoy nervioso. Mañana hay una comida de mi padre, y quiero llevar a Diego.

—Ajá. ¿Y? Diego ama esas cosas. ¿O no?

—Claro que las ama. Es tan elegante, y extravagante que combina perfecto en esos ambientes.— Tira un fuerte suspiro y una gran sonrisa. Cuando se da cuenta que lo veo cambia su semblante. —Pero no tiene filtro en la boca, y capaz se le sale algo frente a mi papá. ¿Sabes que significa eso? Quedarme sin dinero, coche y casa. ¡Fuera de la herencia! Hasta mis hijos alcanzarían la furia de mi padre.

—¿Ya pensaste tener hijos con Diego?

—¿Que tu no con Temo? Imagina unos pequeños Die...— Se pone rojo Iker y cambia la conversación. —No era de lo que hablaba Aristóteles. ¿Que debo hacer? ¿Llevar a Diego o ir solo?

—Llévalo, solo habla con el. ¿Es mucho pedir que se comporte unas horas?

Parece más tranquilo. Cuando llegamos a su casa Diego nos esperaba afuera, Temo estaba colgado de su brazo. Usa un suéter gris, y una bufanda roja que resalta las motas de su rostro.

—Hola señor Cuauhtémoc. ¿Y por qué tan lindo el día de hoy?— Sonrío. —Espera, espera. A ti te hace falta algo.

Temo se desconcierta. Me acerco a darle un beso. Después paso mi lengua por su rostro.

—Un beso y un beso de vaca. ¡Listo! Ahora si estás completo.

Se limpia el rastro de baba que le he dejado.

—No sé si necesitaba eso. ¿Y si me da gripa por tanta baba?

—Si te da gripa, habrá valido la pena.— Le vuelvo a dar otro beso.

—Ya perrostosteles. Deja de andar esparciendo tus microbios.— Diego vira los ojos. —¿Firmaste lo del seguro amorcito?

Diego se amarra del cuello de Íker, le da un beso en su mejilla que lo hace ponerse colorado. Le devuelve el beso.

—Es cuestión de arreglar unos papeles y ya. ¿Quieres ir conmigo?

—¿Papeles? ¿Seguro?— Pregunto.

—Como eres chismoso. Papeles del carro que se incendió en el bosque.— Dice Diego. Este es codeado por Iker.

Temo me suelta y lleva su mano al codo. Diego agarra a Íker y se suben al carro. Volteo a ver a Temo con severidad.

—¿De que hablan? ¿Qué carro que se incendió?

No puede contenerse y suelta toda la sopa. Del único que puedo sospechar es en él estúpido de Jerry. Pierdo el control, quiero romperle la cabeza como un melón.

—Cálmate.— Me abraza Cuauhtémoc.

—¿Calmarme? Primero lo que te hizo, y después el carro. Estoy seguro que lo de los ladrones fue cosa de él.

—¡No voy a discutir Aristóteles!

Se aleja pero lo sostengo de su muñeca.

—No estoy molesto contigo. No tienes que ponerte así, estoy molesto con Jerry. ¿Y si te pasaba algo? ¿Te das cuenta que es un maniaco?

—Solo cometió errores, estaba ebrio esa noche y nublado de su juicio. Aunque no justifico que me haya golpeado.

—¡Entonces! Hasta en el último momento lo estás defendiendo.

—No lo defiendo, solo trato de entenderlo.— Sus rodillas ceden haciéndolo caer, lo sostengo de sus brazos. —¿Por que hacerme eso si me quería? Me doy vueltas pensando en que le hice para que me hiciera eso.

—¿Hacerle? Tu solo lo querías, él es un demente. Tu no hiciste nada, no tienes culpa de algo.

—Yo hice que pasara todo esto. Hasta siento que no te merezco.

Lo tomo de sus mejillas, limpio las lágrimas que salieron y doy un beso en su frente.

—Nada, ni nadie me hará cambiar de opinión. Serás mi decisión, hoy, mañana y siempre.

El rechazo proveniente de otra persona es la más hiriente, y decepcionante. En especial de alguien tan allegado como un familiar; ¿Qué sentir cuando tu padre te rechaza? ¿Frustración? ¿Enojo? ¿Euforia? ¿Locura? ¿Tristeza? Es un cocktail de emociones que no se sabe por donde comenzar. Y a pesar de definir los tipos de rechazo, hay uno que da raíz a todos los demás. El rechazo a sí mismo. No puedes vivir del odio hacia ti, ni mucho menos despertar por la mañana y decirte cosas que lastiman. Las palabras son vidrios delicados, con sutileza no se quiebran, con brusquedad explotan en mil pedazos.

Respira, suspira y repite. {Aristemo}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora