Cuauhtémoc. {Amistades}

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Cuauhtémoc Lopez.
Hace muchos años atrás.

Recuerdo esos días en el patio de mi casa, Diego corriendo detrás de un balón de fútbol enseñándome a jugar, o con mis espadas de plástico jugando a los tres mosqueteros; aunque decías que era mejor de dos, por qué la diversión se disfruta más. Me protegías de los abusivos, siempre has sido delgado y sin importar qué tienes diez años les haces cara a los bravucones.

—No importa si miden dos metros, les daré su lección Cuauhtémoc.— Me decías con una sonrisa cuando te curaba de los golpes.

Tu padre estaba orgulloso de que te defendieras, que regresaras con los labios partidos y un ojo morado.

—¡Tengo un hijo fuerte!—Decía cuando se enteraba que ganabas.

Pero jamás dijimos que las peleas comenzaban por que me defendías, sabías que tu padre no lo aceptaría.
Mis memorias de la infancia estás tú, tú y Meli. Pero siempre me encuentro a tus espaldas, estoy a tu sombra aunque jamás me dejas ahí, siempre buscabas la forma de iluminarme.
Diego, ¿te acuerdas cuando me caí de mi bicicleta? Recuerdo que corriste hasta donde estaba.

—¡¿Estás bien?!— Gritaste. Pensé que estabas enfurecido, tus ojos estaban abiertos como grandes platos y tu cara era un tomate. Luego me tranquilice cuando me diste un abrazo. —Temo, pensé que te había pasado algo peor.

Limpiaste mis raspones con algodón y agua oxigenada. Me tendiste la mano cuando cayó él líquido y no lo soporte. Tengo buenos recuerdos tuyos. ¡Claro que también tengo malos! Cómo cuando me tumbaste del columpio, aunque lo admito, me sigues pidiendo perdón y creo que no lo hiciste con intención. O como aquella vez que me llamaste mentiroso por aquel secreto que te conté de tu ex novia, no quisiste admitir que te engañaba hasta que la dejaste. O cuando me rompiste el corazón, jugaste conmigo y te burlaste. ¿Pero no ves lo importante que eres? Te perdone, y aunque me duele en ocasiones cuando te veo, agradezco que seguiste conmigo, y que tuviste la prudencia de contarme toda la verdad. No puede estar pasando esto.

Cuauhtémoc Lopez.
08. Enero.

Corro entre los pasillos del hospital, hago memoria de cada momento especial que tengo contigo como si me tratara de aferrar a ellos por qué sé que te estoy perdiendo. La llamada fue confusa, Iker no explicó lo que te sucedió. Estoy dudando en si llamo a tus padres o no, me matarías si lo hago. ¡En estos momentos quiero que me mates! No puedes dejarme, no lo puedes hacer. El sonido de las máquinas del hospital me aturden, siento una taquicardia que me hará sacar el corazón en cualquier momento.

Parece una sobredosis de cocaína.

¡Pero de que habla! Diego, yo sé en el fondo que tú jamás te has metido algo así. Los doctores me sacan a la fuerza, te veo tendido en la cama, parece que sacas espuma de la boca. Íker llega a mis espaldas y me abraza, trata de consolarse, la pasa peor que yo. Esta derrotado, se está desplomando de la impresión. Quien nos sujeta a ambos es Aristóteles, una lágrima cae de su mejilla. Cierro los ojos y recuerdo lo que me dijiste cuando me curabas.

No llores Temo, siempre que quieras llorar estaré para ti, siempre de los siempre te voy a cuidar.

Aristóteles dice en un balbuceo.

Solo respira.

Respira, suspira y repite. {Aristemo}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora