Ardiente reunión.

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Picoteaba la pluma contra la madera de mi escritorio. Había tenido una productiva mañana de trabajo, me había echo con dos empresas nuevas y me había comprado un jet. Pero la emoción me había durado un rato. Ahora, volvía a estar detrás de mi mesa, con la misma rutina de todos los días mientras la nubes grises que se acercaban oscurecían el día al igual que mi estado de ánimo.
Realmente, ¿cual era mi problema?
Giré la silla y me quedé mirando la cuidad.
Prácticamente Seattle era mío. Tardaba menos en contar los edificios que no poseía que lo que eran de Grey Enterprises. Siempre he sido un hombre ambicioso, inconformista, quería ser dueño de esta magnífica cuidad. Y algún día lo sería.
No había nada que no tuviera. Coches de lujo, yates, propiedades donde quisiera, dinero a manos llenas. Había vivido la vida sin importar el dónde y el cuándo. Las mujeres se mataban por estar en mi cama, los hombres me envidiaban, tenia poder y la gene sabía que no debían meterse en mi camino. Era frío y despiadado con mis enemigos.
Tenía una vida que todo el mundo mataría por tener. Y ese era prácticamente el problema. Lo tenía todo.
Todo, excepto cierta castaña sexy, inteligente y fría como el Ártico que me había dado calabazas dos veces.
Me remuevo en mi silla.
Hacía tiempo que nadie llamaba mi atención tanto como ella.
Admiraba su vigor a la hora de defender lo que quiere. Ella no se dejaba amedrentar por nada ni por nadie, ni siquiera por mí. Y eso me hacia volverme loco.
La deseaba. Quería follármela sin piedad para bajarle los humos. Llenarle la boca con mi polla y correrme dentro.
Oh, sí. Eso estaría más que bien.
Cualquier mujer estaría encantada de recibir mis atenciones.
Pero ella no era fácil de impresionar, a ella no le importaban mi posesiones, ni mi poder. Yo no tenía nada que no poseyese ya. Excepto a ella.
Era cinco años más joven que yo y su éxito igualaba al mío. Su carrera empezó de cero, sin un apellido, sin tener detrás una familia poderosa que avalara sus trabajos. Ella lo hizo sola. Sin ayuda de nadie.
Rara vez sentía respeto por nadie, pero ella se lo había ganado.
Andrea me llama y me avisa de mi próxima reunión.
Aparco a un lado los pensamientos de Anastasia y me adentro en la sala de juntas donde mi equipo espera por mí.

Una hora después, retiro mi silla con frustración para salir de la sala de juntas. Sus ojos se han aparecido en mi cabeza sin previo aviso y su descaro al rechazarme se burlaba de mí.
Oliva se pone a mi lado mientras ando hacia mi despacho.

—Señor, tiene un almuerzo con...

—Cancélalo.—y eso es todo cuánto necesita saber para retirarse y cancelar el almuerzo.
En contra de mis principios recojo mis cosas y me dispongo a salir.
No debería hacerlo, pero aún así, lo hago.

Veinte minutos después estoy frente su edificio.
Una grandiosa estructura de granito gris con vidrios espejo.
En la entrada unas enormes letras de acero con el nombre.
MIRACLE

Entro con firmeza y la recepcionista me da un pase.
Odio esto.
En su planta, su secretaria me mira un segundo con los ojos muy abiertos, pero se recompone rápidamente.

—Buenas tardes. Vengo a ver a Anastasia Steele.—no digo mi nombre porque realmente no es necesario. Por como me mira sabe quien soy.
Ella mira algo en su ordenador y se vuelve hacia mi.

—La señorita Steele está ocupada y no recibe a nadie sin cita.—gruño mentalmente.

—Esperaré aquí sentado.—tanto si ella quiere como si no, tendrá que recibirme.
Su ayudante se pone de pie y va hacia su oficina y sale unos minutos después.

—Le atenderá en diez minutos.—asiento cortés. Aunque se que en el fondo lo hace para demostrar que ella tiene el poder.
Muy lista, señorita Steele.

Diez minutos después su ayudante me da paso con una breve sonrisa y entro en su oficina.
Es muy elegante, en tonos crudos. Dos jarrones de flores frescas presiden una mesa de reuniones y otra pequeña mesa de café. Es un toque personal y elegante que seguramente haya ordenado ella.
Ella me espera sentada totalmente erguida y preciosa. Más de lo que la recordaba.
Me acerco a su mesa y ella se pone de pie.
Lleva un vestido negro entallado hasta medio muslo. Unos altísimos tacones del mismo color. El pelo lo lleva recogido exponiendo su cuello y el flequillo perfectamente peinado le cae sobre la frente por encima de sus cejas.
Su maquillaje, aunque suave, acentúa sus rasgos y esos preciosos ojos azules me miran serenos.

—Señorita Steele.—le tiendo la mano y se la aprieto con firmeza igual que ella.

—Señor Grey.—asiente y antes de soltarla le acaricio un poco el dorso con el pulgar.
Tiene una piel realmente suave, y me veo preguntándome si todo su cuerpo
será igual.

—Gracias por recibirme.—ella señala un sofá frente a ella.

—¿Quiere tomar algo?—asiento y anda hacia un mueble donde tras tiene algunas bebidas.

—Lo que tomes tú.—ella asiente y prepara con maestría dos cocteles.
Me quedo embobado mirándola. Tiene un culo fantástico y una piernas que ya imagino rodeando mis caderas mientras me la follo en su escritorio.
Levanto la vista antes que se vuelva y la miro a la cara.
Anda hacia mí y deja mi copa en la mesa baja de café que hay junto a mi sillón.
Le doy un sorbo mientras vuelvo a mirarla andar hacia su mesa y tomar asiento perfectamente erguida.
Su aura poderosa se extiende por todo el edificio, su superioridad compite con la mía.
Es una maravillosa obra de arte.

—Le escucho, señor Grey.—dice yendo directamente al grano.

—Quiero hacerle una oferta por tu editorial.—ella me mira fijamente y ladea un poco la cabeza pensando en su movimiento.—Lleva tres años de pérdidas y este año no parece que vaya a ser mejor. Ambos ganamos con este acuerdo, Anastasia.
Me mira la boca mientras me tomo el atrevimiento de pronunciar su nombre y siento como el cuerpo se me estremece por dentro. Ella se inclina hacia delante apoyada en sus brazos para mirarme mejor.

—Grey, eres un hombre inteligente, y yo soy inteligente, sé que sabes que no voy a venderte mi empresa. Lo que me lleva a plantarme...¿Qué es lo que realmente quiere, señor Grey?—trago saliva. No esperaba que dijera eso.
Ni siquiera la tiembla el pulso.
El nivel de excitación que esta mujer eleva en mí es abrasador.
—¿Acaso buscas acostarte conmigo?—sus ojos se clavan en lo míos intensos, penetrantes, igual que los míos. Entre nosotros fluye la tensión sexual cargando el aire. Me agarro a la madera de los reposabrazos del sillón.

—Sí.—las palabras salen de mi boca sin poder detenerlas.
Lejos de sorprenderla, o enfadarla, ella se mantiene seria. Hasta que una sexy sonrisa se instala en su labios y se pone de pie. Rodea con su habitual elegancia su mesa y se pone frente a mí.
Cruzo los dedos para que se suba a horcajadas encima mía y me bese.
Pero, ella solo se apoya en su mesa y se agarra a la madera con sus manos.

—Me temo que eso no puede ser, señor Grey. No mezclo los negocios con el placer.—dice con frialdad, pero su cuerpo la delata. Aprieta con sutileza sus muslos y se agarra a la madera con fuerza.
Mi cuerpo reacciona. Me pongo de pie y me acerco lentamente clavando mi mirada en la suya.
Quiero hacerte mía.
Lejos de achantarse ante la tensión sexual que flota entre nosotros, ella se mantiene firme, y eso me pone aún más.
Quedo frente a ella erguido en toda mi altura y le acaricio la mejilla.
Siento que se tensa pero no retira mi mano.

—Retiro mi oferta para hacer negocios contigo.—se muerde el labio inferior dejando ver sus dientes perfectos clavados sobre su jugoso labio. Contengo un gemido.
—Dame una oportunidad. Te prometo que no te vas a arrepentir.—ella sonríe aún más.

—No estoy interesada en hacer negocios con usted, y tampoco lo estoy en estar en su cama.—amplío mi sonrisa llenándome de arrogancia.

—Tu cuerpo no dice lo mismo.—le digo en voz baja doy un paso atrás.

—Que tenga un buen día, señor Grey.—se inclina para coger mi copa que aún está media.

—Hasta pronto, Anastasia.—me doy media vuelta y ando hacia la puerta, antes de salir no puedo evitar mirar hacia atrás, ella me está observando mientras se bebe el resto de mi copa. Aprieto más la mano en le picaporte cuando veo que el trozo de naranja le roza los labios y ella deja la copa en la mesa y le lame lo labios lentamente sin dejar de mirarme.
Gruño.
Se lame los labios para mí.
Descarada y provocadora.

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