Cuidándola.

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Las horas del día parecían interminables.
Mis asistentes entraban y salían de mi oficina con miles de informes. Y, eso que era un día tranquilo.
Le había dado espacio.
Me había venido a Grey House, no la había llamado ni mandado ni ningún mensaje. Tenía asuntos que tratar con ella sobre nuestra empresa en común pero los había pospuesto y mandado con mi asistente los más urgentes.
Mi hermano entra por la puerta—como Pedro por su casa—sin llamar ni anunciarse si quiera.

—Hola enanito gruñón.—se burla tomando asiento frente a mi.—Vengo a sacarte a comer.—dice con desparpajo.

—Estoy muy ocupado, Elliot.—él asiente.

—Como siempre. Vamos.—frunzo el ceño.

—Que pesadito eres, joder.—gruño y él se ríe.

—Tengo una mesa en Rosaline y una paella española encargada para dentro de quince minutos.—me pongo de pie inmediatamente.

—Haberlo dicho antes, hombre.—le espeto y él vuelve a reír.

—¿Ves? Yo sí sé cómo complacer a mi hombre.—dice imitando la voz de una mujer y abanicándose la cara con la mano. Me echo a reír.—Al contrario de lo que piensan las mujeres no se nos conquista con sexo, si no con comida.—dice burlón.

—O sea. Que por eso todos los hombres casados tienen esas barrigas, ¿no?—él se ríe y asiente.

—Pue sí. Todo hombre debe encontrar a su cocinera ideal.—me echo a reír.

—Vamos, anda.—le insto sin dejar de reír.—Tienes un peligro...—el sonríe arrogante mientras sale por la puerta de mi despacho.
Aviso a mis asistentes que comeré fuera y que no me pasen llamadas a menos que sean de Anastasia. Se lo digo disimuladamente a Andrea para que mi hermano no me escuche y tenga que someterme al tercer grado.
Ni siquiera sé cómo explicarle lo que pasa entre nosotros ni lo jodido que me siento al querer a una mujer que en un tiempo será la mujer de otro.

Ni siquiera sé cómo explicarle lo que pasa entre nosotros ni lo jodido que me siento al querer a una mujer que en un tiempo será la mujer de otro

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Cuando vuelvo a mi oficina un informe confidencial me espera sobre mi mesa.
Lo miro y remiro con recelo indeciso de si violar la intimidad de mi mujer.
Quiero que ella me lo cuente. Quiero saberlo de sus labios no por cuatro hojas.
Suspiro.
Lo guardo en el cajón de mi escritorio decidido a darle a Ana la privacidad que ella merece y la llamo.
No lo coge.
Vamos nena, no me evites.
Al segundo me llega un mensaje de ella.

Christian, estoy muy ocupada.
Te llamaré en cuanto pueda.

Mierda.
Doy un salto de mi silla y me dirijo hacia nuestra empresa.
No va a darme de lado.
En el coche repaso una y otra vez lo que voy a decirle.
La imágenes de ella anoche me atormentan y mi ansiedad me hace preso de un estado de nervios irrefrenable.

Subo a nuestra planta y me dispongo a entrar en su despacho cuando su asistente me frena.

—Está reunida, señor Grey.

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