Una larga vida junto a ti.

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Christian.

La suave brisa del mar mueve mi pelo.
Cierro los ojos y respiro hondo la frescura del mar. Hundo los dedos de los pies en la arena.
Que paz.
Veo como Elliot hace surf, intentando sortear las pocas olas que hay.
Sonrío.
Mal día para surfear.
Una suave mano acaricia mi espalda y cuando me giro el rostro angelical de mi madre me regala una bonita sonrisa.

—Hola.—la saludo con una enorme sonrisa.

—Hola, cariño.—me dice.—.¿Hoy no te bañas?—me pregunta.
Niego.

—Hay pocas olas.—miro mi rodilla y una gran herida apostillada cubre gran parte de la zona. Me la hice ayer, caí de mi tabla sobre un banco de corales.

—Esa es una buena herida.—me dice y yo sonrío.

—Soy fuerte, como papá.—ella sonríe y vuelve a mirar al mar.

—¿Se está bien aquí, verdad?—dice y miro el horizonte. El solo brillando con fuerza reflejado en el agua.
Asiento.

—Sí. Se está bien.—contesto y vuelvo a hundir los dedos en la arena blanca.
Las risas de un niño llaman mi atención.
Un niño pequeño, de unos dos o tres años. Da saltitos y tira de la mano de su madre.
Abro mucho los ojos al verla.
Una mujer muy guapa, de pelo castaño y piel pálida. Lleva un bonito pareo rojo que hondea al viento exponiendo sus kilométricas piernas.
Tragos saliva al verla.
Que guapa es.
Sonríe viendo al niño que chapotea saltando en la orilla.

—Venga, Teddy, vamos a jugar con la pelotea.—le dice con voz dulce al niño y este chilla salpicando más agua.
Sonrío al verlos.

—¿Quienes son?—pregunto a mi madre y me sorprendo al oír mi voz más ronca. Más fuerte. Me miro el cuerpo y soy más mayor. Ya no tengo la herida en la rodilla. Al acariciármela veo un anillo en mi dedo. Una alianza de matrimonio.

—Son gente de tu pasado, de tu presente, y de tu futuro.—dice mi madre sin dejar de mirar al niño y a la mujer.

—Es mi mujer.—sonrío al recordar a Anastasia. Mi madre asiente.—.Y mi hijo.—dios, qué guapo es. Y mi preciosa Ana, mi reina....—.Debo ir con ellos, mamá.—ella me mira tapando el sol con la mano y sonríe ampliamente. Me pongo de pie y la ayudo a levantarse.

—Entonces ve.—me dice acariciándome la mejilla.

—Mamá, te echo mucho de menos.—le digo agarrando su mano y besándola.—Y Elliot, y papá.—asiente.

—No hay día que no vele por vosotros. Por favor, dejad de pelaros, os quiero ver juntos.—asiento.—.Estoy muy orgullosa de ti. Te has convertido en un hombre extraordinario.—dice con una serena sonrisa.—.Mírate, vas a ser papá.—sonrío y miro a mi familia. Siguen jugando en la arena con una pelota.—.Ella es una gran mujer. Ha sufrido mucho, Christian.—asiento mirándola.

—Lo sé, mamá.

—Cuídala.—sonrió mirando a mi ángel.

Negocios de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora