Dile que no.

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                       Anastasia.

Cuando abro los ojos estoy encaramada a su cuerpo. Mi cabeza sube y baja lentamente acompasada con su respiración.
He dormido muy poco.
Hicimos el amor hasta altas horas de la madruga y luego, después de una ducha, nos acostamos mirándonos. Ninguno dijo nada. Simplemente dejamos el tiempo pasar mientras nos sumergimos en nuestra burbuja.

—Dile que no.—susurra.—Cásate conmigo, ahora mismo.—cierro los ojos con dolor.—Con él no vas a ser feliz. Yo sin ti no voy a ser feliz.—tenso el brazo alrededor de su vientre plano y bien marcado con una tableta perfecta.

—No voy a tener una relación con él. Ya te dije que lo que más me importa es dejar mi legado.—le digo en voz baja. Él nos mueve hasta quedar de frente.

—Eso era antes de conocerme.—sonrío burlona después de muchos días.—Quiero decir,—pone los ojos en blanco.—antes de enamorarte de mí.—sonrío.—Ya no puedes conformarte con menos. No puedes ser feliz en un matrimonio frío y falso, sin amor. Yo no quiero conformarme con mujeres vacías que no me llenan ni me proporcionan nada.—un nudo aprieta mi estómago hasta dolerme al imaginarlo con otra mujer.

—Ya acepté dejarlo todo por ti y mira como acabó todo. No puedo volver a poner en riesgo todo por lo que llevo luchando tantos años. Entiéndeme, por favor.—cierra los ojos.—Yo te quiero, para mí esto es un infierno. Confié en ti a pesar que te acababa de conocer.

—Reina, como te explico que yo no te traicioné.—suspiro. Su sinceridad es apabullante.—Sólo pedí el informe por que quería conocerte, quería entender por que eras cómo eras. Pero no lo leí. Te lo juro.—coge mi mano y la besa.—Si tú eres lo mejor que tengo, Ana. La sola idea de que te hagan daño me resulta abominable.—me abrazo a él con fuerza.
Unos toques en la puerta nos sacaron de nuestra nebulosa.

—Debe de ser, Sawyer.—le digo, Christian tira del edredón y nos tapa a ambos.
—Adelante.
La puerta se abre y mi guardaespaldas entra serio e imperturbable.

—Buenos días, señores.—saluda amable.
—Señor Grey, su guardaespaldas, el señor Taylor, intenta localizarle, dice que es urgente.—Christian asiente.

—Gracias, Sawyer, ahora lo llamo.—le dice y él nos da un asentimiento de cabeza y se va.
Christian sale de la cama gloriosamente desnudo y mis ojos bailan con el movimiento de su escultural cuerpo alto y definido. No hay nada en él que tenga desperdicio.

—Dime, Taylor.—me levanto de la cama y me dirijo al baño para darle privacidad.
Me miro en el espejo.
Estoy echa un desastre. Muy pálida, tengo el pelo despeinado y unas ojeras oscuras que me dan un aspecto fantasmagórico.
Suspiro.
Me meto bajo el agua de la ducha y dejo que mi cuerpo se purifique. Cierro los ojos y por un momento olvido que todo esto está pasando. Olvido toda mi decepción, toda la carga que llevo días acarreando y me relajo cuando sus manos acarician mi cuerpo con la más absoluta suavidad y el más enternecedor cariño con el que un amante demuestra a su pareja su amor y devoción.
Con él me siento segura, protegida, siento que el peso del mundo se dispersa sobre mis hombros. Me siento fuerte, viva.
Por eso dejarle ir va a ser tan duro.
Como siempre hace cuándo nos confinamos en este espacio, coge el champú y me lava el pelo. También el cuerpo, pone muchísimo cuidado y esmero en la tarea de limpiarme. Es un acto tan intimo, tan bonito y romántico con el que nos procesamos nuestro amor. Por que sí, le amo a pesar de todo.
Cierro los ojos cuando siento que los sentimientos se agolpan en mis ojos escociendo mis pupilas.

—No llores, reina.—susurra bajito sobre mis labios y los besa.
Suspiro y me obligo a calmarme.
—Déjame arreglarlo todo.—sus ojos están llenos de amor y promesas.
Promesas que yo quiero creer.
Que necesito creer.

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