Puedo darte todo.

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Mis días volvieron a ser lo mismo. Una nebulosa de trabajo, salidas nocturnas y mujeres. Solo que no me apetecía acostarme con ninguna.
Tenía gracia.
Yo, el mayor mujeriego de la historia no quería acostarse con ninguna mujer porque no hacía más que pensar en otra.
Anastasia me había rechazado y yo había respetado su decisión. Pero me intrigaba que era eso que la hacía creer que no podía darle. ¿Algún fetiche raro?
Le gustaba que la azotaran y la follaran duro.
Yo podía darle eso.
¿Qué le gustaba?
¿Que le chuparan los pies?
Se lo haría.
No hay nada que no le hiciera por complacerla.
Me armaría con un látigo y la fustigaría hasta que me suplicara que me la follara y la haría ver las estrellas.
Podría darle todo lo que quisiera.
¿Por qué ella se negaba a darme una oportunidad?

¿Por qué ella se negaba a darme una oportunidad?

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Todo a bordo estaba preparado. No había podido escabullirme de esta salida puesto que ya había dicho que vendría y porque no podía explicarle a los chicos porque no quería ver a Anastasia. Pero podía aguantarlo. O eso creía hasta que ha llegado en un rojo Ferrari 812 Superfast.
Me apoye en la barandilla para mirarla bien mientras bajaba de su coche con unas cuñas de tacón y un mini vestido blanco que hondeaba con la suave brisa.
Llevaba el pelo recogido en una coleta alta y unas enormes gafas de sol.
Se cuelga su bolso en el hombro y se une a sus amigas que la esperaban para subir a bordo.

—Yo me pido la habitación de arriba.—se adjudica Ethan.

—Yo la de abajo.—Elliot se frotaba las manos y me dio una palmada en el hombro.—Lo siento por ti. O espero que tengas suerte con ella.—niego.

—Es muy estirada.—dijo Ethan y lo fulmino con una mirada que el ignora.
—Tú media naranja, tío. No sé cómo no os casáis.—se parte de risa ante mi cara de horror.
¿Yo? ¿Casado?
En otra vida, quizá.
Las chicas subieron a bordo y los chicos rápidamente empezaron a babear por ellas.
Me acerqué a Anastasia y la saludé.

—Grey.—otra vez el puto apellido.

—Nena.—lo higo a propósito por provocarme al llamarme por mi apellido. Me dio una fulminante mirada que no dejaba duda que debía andarme con ojo con ella.
Un miembro de la tripulación cogió su bolso y lo llevó a dentro.
—¿Qué tal todo?—una suave brisa removió su coleta haciendo que algunos mechones se le pegaran a los labios pintados de color nude. Yo quería pegarme así a esos labios.

—Genial.—dijo mirando hacia el horizonte.—Bonito barco, Grey.—la sujeto del brazo con suavidad y la acerco a mí. Ella se queda sin aliento y trata—sin éxito—ocultarlo.

—Christian, Anastasia, me llamo Christian.—le digo al oído y ella se estremece. Le acaricio el brazo.—Se que lo sabes porque me lo has gritado mientras te corrías.—su pecho sube y baja y ahoga un jadeo.—Ven.—sujeto su mano.—Vamos a echar amarras.—no dice nada pero me sigue sin soltar mi mano.
Me siento en la silla de capitán y la sitúo  entre mis piernas.
Se gira hacia mí.

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