Ahora es mía.

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El sonido de la alarma me trae de mi sueño. La paro y cuando me giro dos pares de ojos azules me miran de par en par.

—Buenos días, preciosa.—un encantador rubor tiñe sus mejillas.—No me lo puedo creer.—se me escapa haciendo que ella se sonroje aún más.—Te has sonrojado, nena.—ella sonríe y se lleva las manos a las mejillas.—Ven, déjame que te de los buenos días como Dios manda.—la atraigo hacia mí abrazándola y le beso los labios mientras acaricio su cuerpo caliente. Un momento después estoy hundido en ella y para mí el mundo deja de girar.

Mi ama de llaves había preparado el desayuno y ahora estábamos en la barra tomando café y claras de huevo revueltos con pan integral mientas la tenía entre mis piernas

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Mi ama de llaves había preparado el desayuno y ahora estábamos en la barra tomando café y claras de huevo revueltos con pan integral mientas la tenía entre mis piernas.
Llevaba solo mi camisa de ayer y las piernas expuestas. Tenía el pelo recogido en un moño desordenado y sin una pizca de maquillaje. Unas encantadoras pequitas adornaban su mejillas dándole un toque tierno.
Ana. Un dulce nombre para una tierna mujer que se sonrojaba a mis cumplidos.
Estábamos muy relajados, sumidos en un cómodo silencio.
Nuestros teléfonos empezaron a sonar avisándonos del comienzo de nuestro día laboral.
Por primera vez deseé poder tener el día libre para estar con ella.
El timbre sonó y ella miro hacia la puerta.

—Debe ser mi chofer. Le he pedido que me traiga ropa.
Me puse de pie y fui a abrir la puerta.
Un hombre uniformado de riguroso negro me pasa un par de bolsas y una funda para trajes.
Lo acomodo todo con cuidado en el sofá y vuelvo con ella a la cocina.

—Tus cosas están en el salón, Ana.—ella asiente mientras terminaba su café.

—Gracias. Me cambio y me voy rápidamente.—dice y se pone de pie mientras da el último sorbo a su café, pero antes de perderla de vista la aprisiono en la barra de la cocina. Bajo la cabeza y le froto la nariz con la mía.

—¿Has dormido bien?—sus ojos se llenan de emoción y asiente con una pequeña sonrisa.

—Cumpliste tu palabra.—dice en voz baja y la beso castamente los labios.

—Ya te dije que no haremos nada que tú no quieras.—ella sonríe y se alza para besarme los labios.

—Gracias por eso. Y ahora debo irme. Antes que mi asistente me lo ponga todo patas arriba.—dice con un poco de frustración.
Sonrío.

—¿Qué haces esta noche?—ella me mira con recelo. Ante su duda mi fuerza se impone.—Te espero aquí a las ocho. Cenaremos juntos y luego dejaré que hagas conmigo lo que tú quieras.—su mirada se oscurece y sonríe antes de besarme.

—¿Estás seguro?—asiento, la levanto del trasto y ella enrosca sus piernas en mis caderas.

—Sí, nena. Tómatelo como una recompensa por quedarte anoche a dormir.—sonríe mientras me analiza.

—¿Entonces vamos a hacer un reparto equitativo del poder?—dice endureciendo la mirada pero con recelo.

—Probaremos.—le aclaro. Aprieta lo labios y decide callarse.
Se remueve para que la baje pero la mantengo en el sitio. Me dedica una mirada fulminante.
—Que tengas un buen día.—su expresión se suaviza y acuna mi cara para darme un beso. Un beso de verdad que me deja con ganas de más cuando le pone fin.
El corazón se me acelera mientras la miro.
Mientras pienso en lo de anoche, en lo de esta mañana, en nuestro desayuno...
—Me tengo que ir al trabajo.—la bajo y le beso los labios con fuerza.—A las ocho. No llegues tarde.—ella me hace un saludo militar.

Negocios de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora