Hay algo.

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Me había despertado casi al mediodía con un horrible dolor de cabeza.
¿Porque me dejaría guiar por esos capullos?
Entro en mi cocina después de dos ibuprofenos y una ducha.
A pesar de estar mal, anoche me lo pasé bien. Necesitaba despejarme.
En mi mente no había más que imágenes de Ana haciendo vida familiar con su futuro marido.
Hice lo que un hombre de los pies a la cabeza haría.
Irme de borrachera con mis colegas y que me subieran el autoestima que cierta castaña me había dejado por el suelo.
Mi ama de llaves estaba revoloteando por casa y rápidamente viene hacia mí.

—¿Desea un café, señor Grey?—asiento.
En el sofá está mi americana, busco mi móvil. Está muerto de batería.

—Lévamelo al estudio, Gail.
Me guarezco en mi templo y conecto el móvil al cargador.
Enciendo el ordenador y adelanto mucho trabajo.
El anochecer cae lentamente sobre la cuidad y las luces prenden en la penumbra del crepúsculo. Por lo menos me he olvidado de Ana un buen rato.
Mierda.
¿Porque la he mencionado?
Picoteo mi pluma suavemente mientras miro la cuidad.
La echo de menos.
Ya está, lo he dicho.
Esa mujer ha calado bien hondo en mí.
La sola idea que ese hijo de puta esté disfrutando de ella me jode. Me carcomen lo celos. Ella es mi mujer.
Pero pronto será suya. Su esposa.
Gruño dando un golpe en la mesa.
Giro suavemente mi silla haciendo semicírculos de izquierda a derecha mientras pienso en el matrimonio.
Una institución creada por dos personas que juntas, deciden pasar el resto de su vida juntos.
Me imagino por unos minutos como sería estar casado con Ana. Como sería volver a casa y encontrarla allí, unir nuestros imperios para crear uno inmenso e indestructible. Formar una familia.
Para ya, Grey.
Cojo el móvil y la llamo.
Pero no lo coge.
La vuelvo a llamar. Nada.
Que orgullosa es.
Le doy otra vez a llamar.
Nada.
Pues otra vez. Y otra. Y otra...
La puerta de mi despacho se abre y ahí está mi mujer. Preciosa y atractiva. Una obra de arte.
Lleva un vestido casual de color negro, y unas botas altas de tacón hasta el muslo de color gris marengo.
El pelo suelto y brillante y muy poco maquillaje.
Mira su móvil y a mí con una sonrisa burlona.
Doy un salto de mi silla.

—¿Pero que haces aquí?—voy hacia ella y antes que pueda contestarme la abrazo y la beso.

—Te echaba mucho de menos.—dice avergonzada. Como si sentir eso fuese un delito que ella no se puede permitir.
Acuno su preciosa cara entre mis manos y la miro.

—Cariño, en poco tiempo te he visto sonrojada y avergonzada.
Chasquea la lengua con fastidio pero sus ojos brillan con cariño. Se pega a mi rodeándome las caderas y acariciándome la espalda.—Y en ambas estás encantadora y preciosa.—me inclino y le beso los labios. La saboreo con mi lengua. Le acaricio el pelo, la mejilla. La atraigo tanto hacia mí que podríamos fundirnos.
Una grieta dolorosa se abre en mi pecho dejándome sin aliento.
Rompo nuestra unión y apoyo mi frente contra la suya mirándola a los ojos.
Esos ojos preciosos ojos oscurecidos de deseo y llenos sentimientos.
—Hay algo entre nosotros, ¿verdad, nena?—se me escapa en un tono de súplica que no me perdono. Ella me mira con emoción, con esa fuerza que ella posee que consigue dominarme por completo.

—Lo hay.—susurra. Suelto lentamente mi ansiedad con un suspiro y renuevo mis pulmones con aire más purificador.
Tenía miedo de su respuesta.
Tenso mi brazo en sus caderas pegándola a mí y con la otra mano le acaricio el pelo, le masajeo la cabeza despacio y ella cierra los ojos de placer.
Como me gusta cuidar de ella.
Te quiero, Ana.
Trago saliva a la vez que hundo mis puñeteros sentimientos en el fondo de mí por que jamás saldrán de mi boca. Jamás pondré a manos de esta poderosa mujer que pronto será esposa de otro hombre mi corazón.
Suspira contra mi pecho trayéndome de vuelta al presente.

—¿Te has venido sin más?—asiente cerrando los ojos con fuerza.—No ha debido de sentarle muy bien a Rodríguez, ¿no?—ella permanece callada, seria e incómoda con la cabeza apoyada en mi pecho. Su silencio confirma mi pregunta.
Que se joda Rodríguez.
—¿Tienes hambre?—pregunto y ella asiente.—Genial, porque mi ama de llaves ha cocinado un rico papillote de merluza con especias.—le digo animado y ella sonríe pegada a mi pecho y se separa unos centímetros de mí.

—Suena bien.—sonrío y me inclino para besarle los labios.
Le rodeo los hombros y nos dirigimos hacia la cocina.
—¿Qué tal tu finde?—me pregunta.

—Ahora que estás aquí, de maravilla.—le indico que tome asiento en la mesa del comedor y le retiro la silla.—Dame un segundo.—ella asiente acomodándose.
Voy a la cocina donde Gail le da los últimos retoques a la cena.

—Gail.

—Señor Grey.

—Dime tú.

—Me he tomado la libertad de preparar un poco más de cena. No sabía si su visita iba a quedarse.—me dice con una amable sonrisa.

—Pues has hecho genial. Venía a decirte que seriamos dos para cenar y que lo haremos en el comedor cuando tú puedas.—ella asiente a todo.

—Ahora mismo preparo la mesa, señor Grey.
Voy hacia la nevera y saco una botella de Pinot Grigio y dos copas del armario.

Voy hacia la nevera y saco una botella de Pinot Grigio y dos copas del armario

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Tardo en reaccionar y asimilar que es lo que está pasando.
Ana se revuelve a mi lado braceando y con la boca abierta como si se estuviera ahogando.
Doy un salto y la zarandeo para despertarla presa del miedo que me hiela la sangre al verla en este estado.

—Ana...Ana...—abre los ojos de golpe aterrada, sudando y mirando todo a su alrededor con ansiedad.—Ana, estás en casa.—me mira un segundo con los ojos nublados de pánico y se lleva las manos a la cara liberando un grito agónico.
Me echo a temblar.
—Tranquila...—susurro y ella reacciona.

—Estoy bien.—dice con la voz tensa y sin mirarme mientras se levanta de la cama.
Anda hacia el baño y se encierra.
Yo aún estoy en shock.
¿Qué ha pasado?
Reacciono y me pongo de pie yendo tras de ella.
La puerta está cerrada con pestillo.
Toco suavemente.

—Ana...¿estás bien?—oigo su respiración entrecortada pero ella no responde.
—Ábreme la puerta, por favor. Habla conmigo.—tampoco recibo respuesta.
—Ana, me estás preocupando.

—Christian...—su voz se corta aumentando mi angustia.
—Necesito...estar sola.—niego frente a la puerta.

—No me pidas eso, cariño. No después de verte así.

—Por favor...—sé que está llorando.
—Voy a salir y me voy a marchar a casa.—dice dejándome totalmente pedido.
¿Qué hago?

—Vale, te dejaré. Pero te advierto una cosa, Anastasia. Mañana hablaremos de esto.—se hace el silencio.—Estaré en mi estudio, si decides cambiar de opinión y quedarte conmigo.—más y más silencio.
Me alejo de la puerta con un suspiro y me dirijo hacia mi estudio como le había dicho.
Tomo asiento en mi silla tras mi mesa mientras pienso que es lo que ha ocurrido.
Era una pesadilla.
Una pesadilla en la que parecía ahogarse.
Suspiro negando totalmente a ciegas.
Enciendo mi ordenador y le mando un e-Mail a mi jefe de seguridad.

De: Christian Grey.
Hora: 03:45.
Para: Troy Welch.
Asunto: Confidencial.

Buenas noches, Welch.
Necesito un informe completo sobre todo lo que puedas averiguar de Anastasia Steele. Lo ante posible, Welch.

Christian Grey.
Presidente de Grey Enterprises Holding, Inc.

Le doy a enviar con recelo puesto que no quiero meterme en su vida privada, pero ella me preocupa y quiero poder ayudarla.

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