Negociando.

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                       Anastasia.

Despertarme a su lado es lo mejor del mundo. Dentro de mí me aterra la idea de hacerle daño en una de esas terribles pesadillas, pero Christian ha sido categórico al decir que no vamos a dormir separados.
Abro la puerta de mi enorme vestidor. Christian lo mandó hacer para que no tenga ningún problema para guardar mi ropa. Un precioso vestidor en tonos beis, dorados y blancos, lleno de estanterías, puertas de cristal, vitrinas para las joyas y un precioso tocador.
Aunque ahora mismo sólo hay pocas cosas mías.
Me pongo unos vaqueros entallados y una camisa blanca.
Pienso trabajar desde casa hoy y además Franco vendrá a peinarme.
Me hago bien una coleta alta y peino mi flequillo ya demasiado largo.
Si, las atenciones de mi estilista me vendrán muy bien.
Cruzo el pasillo y entro en el vestidor de Christian. Está anudándose la corbata negra a juego con su traje negro hecho a medida.

—Aaggghhh.—me tapo los ojos.—.Horrible, haces daño a la vista.—se echa a reír.—¿Cómo puedes ser tan...tan...—señalo su cuerpo de arriba abajo.—...tan todo esto, Christian?—sonríe con los ojos iluminados y me rodea la cintura atrayéndome a él.

—Solo es una cara bonita, reina.—dice quitándole importancia. Niego.

—No, eres mucho más. Eres el hombre más bueno, generoso, inteligente e impresionante que haya conocido en la vida. Y eres mío.—sonríe con timidez y yo me derrito en el suelo enmoquetado de su vestidor.

—Tuyo.—se inclina y me besa los labios castamente.—Hay algunas cosas que debemos hablar.—me coge en brazos haciéndome chillar de la impresión.—Lo haremos mientras desayunamos.—me río.
Andamos por el pasillo entre besos hasta la cocina donde Gail está haciendo el desayuno.

—Buenos días, señor Grey. Señorita Steele.—sonrío amable a Gail mientras Christian me deja con cuidado en el taburete.

—Buenos días, Gail.—saludo.

—¿Que le apetece desayunar, señorita?—me pregunta solicita. Ayer fue muy amable y servicial conmigo. Me gusta mucho su discreción.

—Me encantaría un bagel de salmón y queso.—se me hace la boca agua.
Ella sonríe y asiente.

—¿Café?—quiere saber. Niego.

—Un zumo.—tengo que comprar café descafeinado. Al menos para por las mañanas.

—Ahora mismo se lo hago. ¿Y usted, señor?—Christian se mantiene a mi lado cogiendo el periódico.

—Hay que hacer una nueva lista de la compra, Gail. Hay ciertas cosas que Anastasia debe comer y algunas que querrá.—dice distraído mientras busca la sesión que quiere.
La señora Jones me mira incrédula.
Sonrío ampliamente al pensar en mi pequeño cacahuete.

—Estoy embarazada.—Gail se queda callada un segundo y de pronto sonríe hacia mí.

—¿De verdad? Enhorabuena.—sonrío aún más.—Pues estaré encantada de traerle lo que usted desee. Si tiene náuseas hay unas galletas de jengibre que vienen muy bien, y si quiere le traigo fruta para hacerle zumos naturales.—dice con ternura haciendo que me sienta incómoda.
Nunca una extraña ha mostrado interés por mí. Mi ama de llaves es muy seria y habla nada conmigo.
Bueno, yo la busqué así. Pero, viendo a Gail me doy cuenta que lejos de incomodarme me gusta que se preocupe y me gusta su interés.

—Mmm...Sí, es genial. Gracias.—siento que esto está muy fuera de lugar de mi día a día. De lo que yo estoy acostumbrada.
Pero me gusta estar aquí.
—Estaré por aquí esta mañana, lo hablamos luego, cuando tengas un hueco.—ella asiente.

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