Confesión.

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La noche caía por el ventanal de mi ático, las luces de los edificios titilaban en la oscuridad de la noche.
Estaba relajado y saciado mientras veía como simplemente el tiempo pasaba con mi mujer entre mis brazos.
Le acariciaba la espalda desnuda con mis dedos. Ella estaba apoyada sobre mi pecho acariciándome el vientre.
El olor de su pelo llenaba mis fosas nasales relajando mi mente y mis manos no podían dejar de tocarla.

—He pensado en un nombre para la empresa.—dice subiendo la mano por pecho, por mi hombro y descendiendo por mi brazo. La necesidad de contacto sería mutua, porque ninguno dejaba de tocar al otro.

—Oigámoslo.

—Megaland.—enarco las cejas.

—Me gusta. Megaland...Es bueno, nena.—ella sonríe sobre mi piel y se acurruca más contra mí. Le beso la cabeza.

—Necesito una ducha.—me dice.

—¿Y que te lo impide?—sonríe.

—Tú. No me puedo despegar de ti.—sonrío pasando la nariz por su pelo.

—Eso tiene muy fácil solución.—le digo y ella levanta la cabeza para mírame con un preciosa sonrisa.

—¿Cual?—me inclino y le doy un beso de esquimal.

—No te separes de mí.—quiero añadir el "nunca" a la frase. Pero no sé cómo se lo tomará.
Se ríe suavemente.
—Ve aquí, estrellita de mar.—me incorporo y la levanto conmigo cogiéndola en brazos. Ella ríe más fuerte.
Me la acomodo como si fuera un monito y ella enreda su piernas en mis caderas.

—Estás loco.—dice entre risas mientras voy hacia el baño con ella en brazos.

—Yo también voy a necesitar una ducha. Me estás poniendo el estómago perdido.—ella lo piensa un segundo y se echa a reír.

—Ya sabes que se siente.—dice alegre.
Abro el grifo sin soltarla y espero uno segundos que se caliente.

—Me gusta llenarte de mí.—le digo satisfecho.—Y me encanta, muchísimo, ver luego cómo se te vierte por las piernas.—nuestras risas han menguando a sonrisas lascivas.—Todo eso es mío, Ana. Es la mayor satisfacción que puedas darme. Por que significa que eres mía. Significa que solo yo te he marcado así.—traga saliva y jadea. Mi miembro despierta de su breve descanso y le golpea en el culo.—Pienso llenarte de mí, muchas veces más.—bajo su cuerpo un poco hasta que mi miembro le roza el trasero.—Por todos lados.—abre la boca y suelta el aire.—Y óyeme bien, Ana.—se lame los labios y su ojos brillan llenos de deseo.—Nadie, absolutamente nadie hará que te corras y te llenes como conmigo. Te juro que voy a condenarte para el resto de hijos de puta con los que quieras disfrutar porque ninguno va a saber complacerte como lo hago yo.—me hundo en ella de una embestida brutal, clavándole los dedos en las nalgas, arrancándole un grito que hace que la tierra tiemble. Un grito de reclamo hacia mí.
Me quedo dentro de ella, disfrutando de su interior estrecho y caliente.
Su mirada ardiente y posesiva se clava en la mía desafiándome. Su pecho cocha con furia contra el mío con las exhalaciones de sus pulmones.

—Tú sí que sabes hacer que una mujer diga: ¡Coño, que cachonda me pone!
Enreda los dedos en mi pelo atrayéndome a su boca y me besa con ferocidad.
La embisto a lo bestia, sin piedad. Quiero partirla, llenarla, consumirla. Quiero que sea mía.
Se corre gritando, mordiéndome, arañándome.

—Anastasia, eres...Jodeeeer.—grito cuando el clímax sube por mi cuerpo llevándome al extasís del placer para luego descender lentamente.
Me hundo con ella hasta el suelo aún sin salir de su interior. Apoyo la cabeza en los azulejos y cierro los ojos mientras ella me llena de suaves besos el cuello y la cara.
Me tiemblan las piernas, los brazos...
En la vida he sentido lo que siento con ella. Jamás.
Ninguna mujer me ha dado tantísimo placer como ella. Es una bestia, es explosiva, sexy como el puto infierno y ardiente como el fuego.
Es mi perdición.
Me estremezco cuando sale de mí y se levanta para coger el gel y se queda muy quieta.
Levanto la cabeza y la veo mirar los estantes pensativa.
Vuelvo a bajar la cabeza y mirar al frente esperando que asimile lo que ve.
Su cuerpo tapa mi vista hasta que dos ojos azules se clavan en mí.

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