Un hombre feliz

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                      Christian.

Una horda de abogados, la asistente y el relaciones públicas de Anastasia, entraron por la puerta de casa con caras serias y conectados en modo trabajo. Rápidamente una lluvia de ideas cayó sobre la mesa de reuniones de mi estudio.
El hijo de puta del granjero nos había jodido el anuncio oficial de nuestro compromiso.
Había puesto a Ana como la mala de la película, vendiendo una entrevista contando que Anastasia había roto su relación de años por mí. La había echo quedar como una quinceañera hormonal totalmente cegada de amor por el chico malo del instituto. La miro a mi lado escuchando atentamente a su abogado que analiza una y otra vez la entrevista apuntando los puntos para interponer las consiguientes demandas.
Esta seria, un poco pálida, pero aún con esa expresión de preocupación por lo ocurrido se nota la felicidad en sus ojos. Ni el granjero con todos sus celos y su maldad pueden hacer sombra al momento tan maravilloso que estamos viviendo.
Había aceptado ser mi mujer, llevar mi apellido, estamos viviendo juntos y nuestro hijo crece dentro de ella.
Por mí, Rodríguez se puede ir a la puta mierda, Ana pensaba lo mismo que yo.
Todo esto no era más que una cortina de humo para hacer daño, pero las llevaba claras.

—¿Que crees que es lo mejor?—me pregunta.—Si me uno a él y me pongo a dar entrevistas contando mi verdad, no me dejarán en paz.—asiento.

—Yo tampoco creo que sea lo mejor. Pero no puedes dejar que esto quede así.—asiente.

—Lo sé.—suspira.

—Prepara las demandas, Elisabeth. No voy a consentir que este tío me deje mal. Tom, no voy a dar ninguna entrevista, tan solo redacta un comunicado de prensa en el que diga que no he tenido ninguna relación sentimental con el señor Rodríguez y que las declaraciones las haré en un tribunal. No pienso dar pie a que cualquier hijo de puta ponga en entre dicho mi honor. Que se atenga a las consecuencias.—dice con firmeza y frialdad haciendo tomar notas a algunos de su equipo con rapidez.
Me mira y asiento.
—Por nuestra parte está todo. Gracias.—nos ponemos de pie.
Ana anda hacia el ventanal de mi estudio y mira la vista con aire pensativo.
Cuándo nos dejan solos me acerco a ella y le rodeo la cintura.

—¿Estas bien?—pregunto.

—Sí. Es solo que, pensaba que por fin podría estás tranquila. Me sentía de maravilla, relajada, feliz. He sido muy tonta al relajarme y dejar que me ataquen.—suspiro.

—Sabes que esto no irá a ningún lado. Son sólo cuatro palabras de un tío despechado que está cabreado porque no ha conseguido lo que quería. Déjame a mí y yo lo arreglaré.—sonríe con tristeza.

—Tú siempre apareciendo como mi caballero andante.—sonrío.

—Ahora somos uno. No tienes que hacerte cargo sola de tus problemas, y yo tampoco. Nos tenemos el uno al otro.—se gira entre mis brazos y se alza para besarme. La abrazo acariciándole la espalda y la cabeza y ella se derrite entre mis brazos.

—Lo sé. Eres lo mejor que tengo y serás el mejor marido y el mejor padre para nuestro bebé.—sonrío contra su cabeza y permanecemos así, abrazados.

—¿Qué te parece que organicemos una cena para formalizar nuestro compromiso? Algo íntimo con nuestros amigos.—asiente.

—Me parece genial.—dice pasando la nariz por mi pecho.—¿Que te parece mañana por la noche?—asiento.

—¿Tienes pensado como quieres que sea nuestra boda?—levanta la cabeza y me mira.

—Me gustaría que fuera algo íntimo y rápido.—oh.

—Esperaba que dijeras que querías una extravagante boda.

—No.—dice horrorizada.—Que va, de hecho me gustaría que fuese algo rápido en los juzgados.—ladeo la cabeza sorprendido y la analizo.
—¿Qué es lo que quieres tú?—dice en voz baja.

Negocios de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora