Expuesta.

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                     Anastasia.

El sonido de las gotas picoteaba el techo de mi coche mientras mi chofer se abría paso entre la lluvia hacia mi apartamento.
Habían pasado seis días.
Seis días interminables en los que me sentía como una muerta en vida.
Una herida se había abierto en mi corazón, una herida que dolía y que sangraba sin cesamiento.
¿Hasta cuándo conviviría con este dolor?
Nunca le había abierto mi corazón a nadie. Creía que estaba enamorada de Paul pero lo único que buscaba era cariño. Después de eso jamás me permití sentir amor ni cariño por nadie. Todas mis relaciones eran bajo mis términos y restricciones manteniendo emocional y físicamente alejados todo lo posible a mis amantes.
Mi círculo social era reducido a tres personas que conocía desde hace años y yo estaba segura de ellos. Mi vida era tranquila, feliz. Tenía planes de futuro y todo el mundo estaba donde yo los colocaba. Era completamente la dueña de mi mundo.
Christian llegó como un torbellino a mi vida. Lo arrasó todo como un tsunami cuestionándome hasta mi propio nombre.
Era su reina y a mí me encantaba serlo. Había creído hasta las comas que él había escrito en las hojas de papel de nuestro cuento de hadas. Y yo como una tonta caí en su juego. Me engañó, vendió mi vida. Me ha destrozado.
Una vez más la prueba irrefutable de que el amor no existe llega a mis ojos a manos de la persona de la que más dependo.
A Paul no lo quería, pero era la única persona que tenía, y de Christian...ha Christian lo amaba, me había negado a sentir pero él había conseguido tender un puente hasta mi corazón, y yo, como una tonta le había abierto las puertas de mi alma.
Cuando vi aquel artículo mi mundo se vino a abajo. Cuando vi quien había sido mi delator mi corazón se rompió en mil pedazos.
Siento un escozor ardiente en los ojos por las lágrimas y me enfurezco.
Yo no lloro.
Basta ya. Sigue adelante.
Mi teléfono suena y el nombre de Kate ilumina la pantalla.

—Hola.—no me molesto en ocultar mi tristeza. Con ella no tengo tintes.

—Ana, cielo, te llamo para invitarte a comer.—lo pienso un segundo. Me vendrá bien.

—Claro, Kate. ¿Dónde nos vemos?

—En Margott. Te veo ahora.—cuelgo la llamada y otra llamada entra en mi registro. El corazón se me para al ver su nombre.
Christian, por favor déjalo ya.
Silencio la llamada y guardo mi móvil pero este vuelve a sonar. Y otra vez.
Tonta, tonta, tonta.

—Dime.

—Anastasia.—en la línea se hace el silencio aumentando mi agonía.

—¿Qué quieres?—suelto de golpe y con brusquedad.

—Verte. Esto es una mierda sin ti, reina.—cierro los ojos al oírlo.
Cállate, imbécil.
—Te juro que yo no te haría daño.—suspiro.

—Déjalo ya, Christian. Ya tienes lo que querías, olvídame.—se ríe con amargura.

—¿Tú puedes olvidarte de mí?—me quedo sin aliento.—Yo no. Te necesito, Ana. Te echo de menos.—me tapo la boca cuando siento el llanto cerrando mi garganta.—Ana, créeme. ¿Cómo voy a hacerte yo algo así?—las lágrimas caen de mis ojos sin poder retenerlas.

—El periodista afirma que eres tú quien lo contó.—le digo con voz temblorosa.
—Tenías ese dossier con mi información en tu mesa. ¿Dime cómo hago para creerte?—susurro con la voz preñada de angustia.
Quiero hartarme de llorar otra vez.

—Confía en mí. ¿Crees que pondría fingir todas las cosas que hemos pasado juntos?—cierro los ojos, y, sus besos, sus caricias, sus te quiero silenciosos, su ardiente mirada de deseo y necesidad...
—Te quiero, reina. Con toda mi alma. Confía en mí, por favor.—niego.

—Ya lo hice, y me destrozaste. Te pido por favor que dejes de llamar, Christian. Me estás haciendo daño.—cuelgo la llamada y las lágrimas que retenía salen sin control en picado.
Mierda, mierda.
Saco un pañuelo de mi bolso y me las limpio.
Parezco un alma en pena, joder.

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