Reflexiones.

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                      Anastasia.

De dos puntapiés me quito los tacones en cuanto entro en casa.
Después de la amarga comida me había recluido en mi despacho y había trabajo hasta que los ojos me dolían.
Estaba tensa. Agotada. Física y emocionalmente.
La prensa se había olvidado de mí y por esa parte me encontraba tranquila.
¿Pero a qué precio?
Ahora era Christian quien estaba en el ojo del huracán y la prensa especulaba una y otra vez sobre su relación con su familia. Sobre el montón de mujeres que habían pasado por su cama. Sobre sus negocios. Todo expuesto a análisis día a día.
Miro hacia la cocina donde mi asistenta me había dejado algo de cenar en el microondas, pero simplemente no me entraba nada.
¿Una copa?
No. Ya había bebido en la comida dos copas de vino y eso ya era más que suficiente.
Entro en mi habitación y me doy una ducha.
Me pongo un camisón corto de seda morado y me suelto el pelo.
Me desmaquillo y me vuelvo a maquillar.
Quiero estar perfecta para cuando él venga.
Me siento en el sofá con mi portátil dispuesta a trabajar un rato mientras le espero.

Cuándo miro la hora un tiempo después veo que son las doce y media.
Frunzo el ceño fulminando las puertas del ascensor.
No piensa venir.
Maldito capullo.
Me dijo que vendría.
Presa de la rabia cojo el teléfono y le llamo.
Lo coge al sexto tono y la música de fondo llega de pleno a mis oídos.

—Anastasia.—dice cortante.
Como si yo fuera una de las mujeres que lo acosan llamándolo para suplicarle que él les dedique un mínimo de atención.

—Dijiste que vendrías.—cuelga el teléfono, tonta.

—Me he entretenido.—las risas de mujeres se oyen de fondo.

—Vale. Ya no te molestes en venir.—cuelgo.
Tonta.
Tonta.
Tonta.
Encima le llamo.
Pero seré...gilipollas.
Miro el teléfono esperando una llamada suya que nunca llega.
¡Que te den, Grey!
Esa opresión en el pecho que me acompaña estos días se hace más fuerte amenazando con ahogarme.
Me cambio y me pongo unas mallas deportivas y un top.
Necesito desfogarme.
No puedo beber, pues a correr.

Me monto en la cinta de mi gimnasio hasta que solo siento el sonido de mi respiración retumbando en mis oídos.
Palmeo en botón del "más" y acelero.
Le siento antes de verle. Un hormigueo me recorre el cuerpo cuando él está cerca. Pero no hago nada por hacerle saber que sé que está ahí. Sigo corriendo. Dos kilómetros más y supero mi marca.
Puedo.
Subo el volumen de la música y sigo corriendo.
Supero mi marca y le vuelvo a dar al "más" aumentando la velocidad.
Corro un poco más. Solo un poco.

—Anastasia.—sus voz me llega distorsionada. Corre más.—Anastasia.
Empieza a faltarme el aliento.
Me coge en brazos levantándome en el aire.—¡Por Dios, para ya!—gruñe y me deja en suelo abrazándome.
Huele a tabaco, a alcohol. Me sorprende que no huela a perfume de mujer.

—¿Qué estás haciendo?—forcejeo con él.

—Para ya, Ana.—alza la voz cabreado.
—Para ya de una puta vez—sisea con una rabia fulminante que me deja petrificada en el sitio.

—Vete de aquí.—le digo con fría tranquilidad.—Me dijiste que vendrías y no lo hiciste.—baja la mirada y suspira.

—¿Y qué quieres que haga? ¡Estoy desesperado! No quieres creerme, no quieres estar conmigo, vas a casarte con ese gilipollas.—grita.
Me pellizco el puente de la nariz y cierro los ojos con fuerza, y aguanto, de verdad que aguanto con todas mis fuerzas las ganas de llorar.
Sus brazos me envuelven completamente con fuerza.
—Yo te quiero, reina. ¿Dime que hago para recuperarte?—y "pum." Rompo a llorar. No puedo aguantar cuando me dice esas cosas. Cuando me llama con ese pronombre tan ridículo y tonto que hace que en mi estómago revoloteen miles de estúpidas mariposas.—No llores, Ana. Odio verte llorar.—le rodeo la cintura abrazándole.

Negocios de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora