No me lo esperaba.

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                      Christian.

Las puertas del ascensor se abrieron y el sonido suave de la música de El Lago de los Cisnes de Tchaikovsky inunda la sala con los ascendentes golpes de violín.
Me encanta el gusto musical de Ana. A ambos nos apasiona la música clásica.
Dejo mi maletín a un lado y cruzo el salón buscándola. Me sorprendo cuando la veo en la cocina.
Me acerco despacio aminorando mis pasos según acorto la distancia.
Está preciosa, muy hogareña.
Lleva unos vaqueros oscuros ceñidos y un jersey de hilo y cuello alto beis. Las manos remangadas a la altura de los codos.
El pelo recogido en una coleta y sin nada de maquillaje.
El corazón me late con fuerza al darme cuenta una vez más de lo muchísimo que amo a esta mujer. De lo clavada que la tengo dentro de mí y de lo importante que es ella en mi vida.
Está distraída, preparando una ensalada. Sin dejar de mirar el bol se gira un poco y apaga el horno.
Parece estar muy familiarizada con mi cocina. Nuestra ahora.
Deja la ensalada a un lado y se vuelve para abrir el horno.
El olor me golpea el olfato.
Especias. Limón. Cordero.
Se me hace la boca agua.
Saca con cuidado una fuente blanca y la deja encima de una rejilla.
Luego va hacia el frigorífico y saca una botella de vino y una copa del armario.
Frunzo el ceño.

—¿Quieres tomarte una copa mientras me miras o vas a entrar y saludarme como es debido?—sonrío y sus ojos se clavan en los míos dejándome una vez más sin aliento.
Me acerco hacia ella.

—¿Qué me ha delatado?—giro la barra del desayuno y le rodeo la cintura acercándola a mí y plantándole un beso como es debido en los labios.
Rodeo con mi otra mano en su cuello y ella pone las suyas en mi pecho con suavidad.
Acaricio su lengua suavemente con la mía y rápidamente siento como la sangre me entra en ebullición y algo dentro de mí estalla al tocarla.
Enreda las manos en mi pelo tirando de él.
Gruño en su boca.
Cierro con más fuerza mi puño en su pelo y la apoyo en la encimera. Paso mi otra mano por su trasto firme y le levanto una pierna colocándomela en la cadera.
Ella gime y mi cuerpo se estremece.
Dios, como necesito de ella.
Me separo de sus labios para coger aire unos centímetros y la contemplo.
Tiene los ojos cerrados dejando caer en sus pómulos sus largas y espesas pestañas, unas encantadoras pequitas adornan su nariz: pequeña y respingona. Tiene los labios entreabiertos e hinchados, jadea con suavidad y un ligero rubor tiñe sus mejillas.
—Eres tan bonita...—abre sus maravillosos ojos azules cargados de amor hacia mí y sus mejillas se tornan de un carmesí más pronunciado.
Paso mi pulgar por su rubor y me inclino besando castamente sus labios.
—Eres preciosa.—sonríe. Sujeta mi mano contra mi mejilla y ladea la cara para depositar un suave beso en la palma de mi mano.

—Tú también. Más que yo.—añade en voz baja y cierra los ojos aún con sus labios contra mi palma.

—¿Dónde está Gail?—se encoge de un hombro y vuelve a besar mi mano.—¿No lo sabes?—abre los ojos y sonríe.—¿Por qué estás cocinando tú?

—Porque me gusta y porque quería hacerlo para ti.—dice con firmeza retándome con los ojos a que diga lo contrario.
Suspiro.

—No quiero que hagas nada.—le acaricio la mejilla y ella suspira pesadamente.

—Pero me gusta cuidar de ti.—dice con un pestañeo inocente dejándome totalmente desarmado.
Eres un blando, Grey.
Lo sé.
—Vamos a cenar. Tengo que contarte algunas cosas.—me dice.

—¿Si? ¿Qué?—ella sonríe misteriosa y me señala la barra del desayuno.

—Siéntate.—me pide y hago lo que me dice.—¿Dónde te apetece cenar?—pregunta.

—Dónde la señora diga.—me mira con burla y me señala con el cuchillo el sitio frente a ella.
Llena la copa de vino la pone frente a mí.
Luego saca dos platos caliente y lo pone frente a ella.—¿Te puedo ayudar?—niega sin mirarme despedazando el cordero.

Negocios de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora