29. Caídas de película y lágrimas de ira.

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Capítulo 29.

CAÍDAS DE PELÍCULA Y LÁGRIMAS DE IRA.

Caminé vagamente por los pasillos del instituto, mirando a las casillas y el suelo brillantes, acabados de limpiar.

Hacía dos días que había salido del hospital, y en ningún momento me encontré con James o Brandon.

Brandon.

Ese chico me tiene aturdida. He cambiado mis sueños de Andrew por sueños de él, acariciando mi pelo empalagosamente y besándome a las orillas de la piscina.

Me dolía que yo le hiciese creer que era real, cuando para mí sólo era parte del plan de bromas contra su grupo.

Es imposible que sienta algo por mí, porque yo soy una persona muy difícil con millones de demonios en mi cabeza, y sobretodo, en mi corazón.

Te preguntarás, ¿y Will qué? Él también está enamorado de mí... Pero sigo pensando que lo suyo es amor de amigos, aunque él intentase besarme —algunas veces lo consiguió— y protegerme como un novio.

Sinceramente, no voy a hacer un triángulo amoroso donde no lo hay. No hay ni triángulo ni círculo ni recta. Punto.

Yo no puedo dejar que alguien me ame cuando ni yo misma me puedo amar. Me odio. Ese es el punto.

Me odio por enamorarme. Me odio por emborracharme. Me odio por hacer que Andrew me quisiera. Me odio por caer en las redes de esa puta droga. Y lo peor, me odio por haber matado a mi propio novio.

Se puede decir que soy viúda, y aunque no vista siempre de negro, mi alma es negra como el chapapote. Mi mente está vacía, mi corazón está vacío, yo estoy vacía.

No tengo sentimientos. No río, no lloro, no siento realmente nada. Soy una hoja de papel arrugada y rota, inservible para escribir.

Y James tiene razón. Soy una asesina.

Una lágrima corrió por mi mejilla al pensar en eso, pero no estaba llorando. Estaba escupiendo agua salada por mis ojos de la ira hacia mí misma.

Es una sensación horrible. Ni llorando ni sudando por los ojos. Estaba escupiendo ira en forma de agua.

Empecé a correr como posesa por los pasillos, sin importarme que estuvieran resbaladizos y podría partirme un brazo.

Prefiero el dolor físico al mental. Y te aseguro que el mental es el peor dolor que se puede experimentar.

Mis pies golpeaban como plumas en suelo, y en un momento, ambos se deslizaron como las lágrimas que caían de mis ojos.

Pero algo me detuvo. Es como si el tiempo se frenase y yo ni siquiera rozase el suelo.

Unos brazos rodearon mi cintura y la electricidad que sentí el día que llegué aquí y me puse a pelear con Carolyn resucitó, produciéndome un revoltijo en el estómago.

Brandon me miró con preocupación y es como si sus ojos no necesitaran parpadear para aguantar abiertos. Era como si el tiempo se hubiese detenido y yo me había perdido en ese mar azul que los inunda.

Dios mío, ¿voy a ser poeta?

«Eres muy vaga para pensar con claridad» -se burló mi conciencia.

Ignoré sus palabras y me centré en la realidad.

Parecía de película, cuando la chica se cae y el hombre la agarra como buen caballero que es. Pero ésto no era una película, y yo no iba a acabar besándolo y riendo como bobos cursis.

Me levanté de sopetón ocasionando que mi frente chocara con la de Brandon y ambos cayésemos al suelo por el golpe.

Esto era incómodo. Yo estaba sobre él con mis piernas enrolladas en las suyas, y mis manos posadas en su pecho.

Lo normal sería que ambos nos separásemos al instante y siguiéramos como si nada, pero nos echamos a reír como idiotas.

Mis lágrimas de ira se sustituyeron por unas de risa, parecíamos dos gilipollas.

–Eres un idiota -dije con la voz entrecortada por la risa.

Él me miró con una ceja elevada haciéndome reír otra vez.

–Tengo el trasero húmedo -murmuró él, haciéndome ahogar con mis propias carcajadas.

Entonces volví a la realidad. Yo estaba llorando delante de él, ahora no de risa, sino por haber estrechado tanto nuestros lazos que nos reíamos por una incómoda caída, cuando yo quería alejarlo de mí para no hacerlo sufrir como he sufrido yo.

–¿Qué te pa -dejé de escuchar en cuanto los recuerdos vinieron a mi mente.

FLASHBACK

–Sam, sale de ahí, llevas una semana encerrada sin comer y beber -dijo Adam al otro lado de la puerta.

–Bebo del grifo -contesté con voz entrecortada, sintiendo el dolor en mi piel arrugada por el agua de la bañera, que estaba limpia.

–Sam por favor -rogó con la voz ahogada, y me di cuenta de que estaba por llorar.

–Eres un hombre, no llores -dije con la voz fría y seca que me salía sin permiso.

–No lo hagas -pidió golpeando la puerta.

–¿Hacer el qué? -pregunté con la voz ronca.

–Ahogarte -contestó, y yo miré el agua que me rodeaba.

Guerra de chicas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora