Capítulo 2

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Todo en la casa de los Peñalver estuvo listo a buena hora, tal y como doña Ernestina lo había deseado

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Todo en la casa de los Peñalver estuvo listo a buena hora, tal y como doña Ernestina lo había deseado. Para matar el tiempo se sentaron a bordar un poco en la sala principal de la casa, una costumbre que era bien conservada en la familia. Buscaban mantener sus atuendos intactos y que la visita las tomara de imprevisto.

Los Pittman eran una familia muy rica del norte de la ciudad, con una posición social muy por arriba de la familia Peñalver que, si bien tenían las posibilidades económicas para vivir comodadamente; su fortuna no se podía igualar ni comparar en ningún modo con la de la familia Pittman. Nadie en aquella ciudad igualaba la riqueza de aquella familia. Y, justamente, esa era la razón del interés tan desmedido de doña Ernestina, al querer casar a su hija con el heredero de la familia, quien, además, contaba con la suerte de que precisamente había sido Gena, la joven que había despertado el interés del soltero más cotizado de toda la región. 

—Siéntate bien Gena, no pretenderás que el vestido se arrugue y recibir con malas fachas al señor Pittman y a su hijo. Ya mucho has tardado en arreglarte como para que eches todo a perder —reprendía doña Ernestina a su hija.

Gena simplemente corrigió su postura y sin pronunciar ninguna palabra continúo con su bordado.

Las dos de la tarde marcaba el reloj cuando el auto del señor Pittman llegó. Una de las empleadas de la casa corrió a avisarles. Doña Ernestina quien para esa hora estaba un poco alterada por la tardanza de las visitas, saltó de felicidad al escuchar las noticias sobre la llegada de sus invitados. Mientras, que la pobre de Gena, no pudo disimular su inconformidad sobre el asunto.

—Buenas tardes señor Pittman —salió al saludo don Flavio, quien en todo momento había estado en la biblioteca.

El señor Pittman respondió al saludo con cordialidad.

—Pase adelante señor Pittman, nos ha honrado al aceptar nuestra invitación —agregó doña Ernestina.

—Deberías aprovechar esta visita hermana, y decidirte de una buena vez en casarte, antes, que mi mamá termine eligiendo por ti —comentó Linda, antes de que el señor Pittman alcanzara a llegar a la sala.

—Por lo que veo, estoy segura que ya ha decidido. Solo falta que yo lo acepte.

Rodolfo Pittman, era el nombre de aquél: Un joven apuesto, elegante, inteligente. Cualidades, que para Gena, no eran de interés. No veía ninguna diferencia más que el dinero, entre todos los pretendientes que había tenido. Su carácter era demasiado serio para ella. Además, de haber notado que era antipático con todos aquellos que no tenían la oportunidad de tener una buena posición social.

—¡Qué gusto el que tengo de saludarte nuevamente, Gena! —saludó el joven Pittman.

—El gusto es mío —respondió ella con educación.

Durante la visita fueron muchos temas los que se entablaron, pero más que todo entre los hombres. Linda por su parte, siempre trataba de mantenerse fuera de las conversaciones; doña Ernestin,a no poseía mayor tema de qué hablar, más que el cotorreo del que era participe los viernes en la tarde, con sus escasas vecinas. Y Gena, prefería seguir la conversación silenciosamente, y únicamente pronunciar palabra cuando algo iba en contra de sus creencias.

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