Capítulo 28

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El amor, la paz, y la tranquilidad habían cambiado

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El amor, la paz, y la tranquilidad habían cambiado. Cambiaron de un momento para el otro.

Cuando don Flavio y Ricardo regresaban de cazar, a consecuencia de las fuertes lluvias de los días anteriores, el rio se desbordó justamente cuando ellos pasaban por el puente. Cosa, que, hizo los arrastrara. 

Encontraron a don Flavio al siguiente día, a unos cuantos kilómetros de donde fue el desborde, cerca de unas rocas, inconsciente. Pero a Ricardo, luego de una semana, no lo habían encontrado. Incluso la búsqueda continuaba porque William y los Durán, con quien Ricardo había trabajado, habían puesto a algunos de sus trabajadores a apoyar en eso. 

Las autoridades decían y argumentaban que, por lo fuerte de la corriente, era prácticamente imposible que lo encontraran con vida. Y que, seguramente, había quedado enterrado. Palabras muy fuertes, pero que se lograban escuchar entre los diferentes comentarios de la gente. Puesto a que ni siquiera el auto en el que viajaban, había sido encontrado.

Todo estaba siendo complicado, todo era complicado. Don Flavio apenas había recuperado la conciencia, tenía muchos golpes, que, para su edad, ocasionaban uno que otro problema más fuerte. Gena era la principal afectada, sentía que los días se le iban, no encontraba mejor razón para vivir. En ese momento, don Eladio, el padre de Ricardo, era su mayor consuelo. Dado a que su mamá se permitía ser egoísta y preocuparse únicamente por la salud de su esposo. Y Linda, Linda como cosa extraña hacía comentarios llenos de recelo.

—Cuando hay mucha felicidad es normal que estás cosas pasen —agregaba.

Como si más bien le diera gusto la desdicha de su hermana. Lo cual era muy extraño en ella, pues siempre se consideró "demasiado buena" por toda la demás gente. Pero quizás en ese momento era que su verdadero "Yo" salía a relucir.

—No sé qué voy a hacer si Ricardo no aparece —se quejaba Gena llorando.

Don Eladio únicamente la abrazaba. Intentaba ser fuerte para brindarle apoyo a su nuera, pero de la esperanza que tenía quedaba muy poca.

—Esperemos que aparezca, mientras sigan buscando hay esperanza —agregaba.

Mordía sus labios al decirlo. Él mismo sabía que habían suspendido la búsqueda ese mismo día por la mañana. De ningún otro modo, estaría en casa.

—Te admiro mucho, hermana. Pero creo que deberás comenzarte a hacer la idea de que Ricardo murió —dijo Linda.

—Mientras no tenga un cuerpo, mi esposo sigue vivo.

—No se necesita un cuerpo para saberlo, ya ves que hasta el coche de mi padre desapareció. Y si sigue lloviendo como lo ha estado haciendo, hay menos esperanzas, no es necesario ser policía para saberlo.

Las palabras de Linda eran como fuertes puñaladas en el pecho. Amaba a Ricardo como nunca había amado a alguien más. No solamente era su esposo, era su amigo, su apoyo, su soporte, su alegría. Y ahora, ahora ya no estaba. Le dolía hacerse a la idea de lo que todos decían, era cierto y Ricardo no volvería. Para más dolor, ni siquiera tenía un cuerpo para enterrar e ir a visitar al cementerio. Ni siquiera podía soñar con más adelante casarse con otro hombre, tener hijos y hablarles a sus hijos sobre el maravilloso ser humano que fue su primer esposo. E ir a visitarlo cada vez que fuera su cumpleaños. El futuro en ese momento, era demasiado desgastante y cruel. No había forma de encontrarle la moraleja a la vida, a la situación. No se le encontraba consuelo por ningún lado.

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