Capítulo 41

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—¡¿Qué acabas de decir?! —preguntaba Gena, estaba en shock

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—¡¿Qué acabas de decir?! —preguntaba Gena, estaba en shock. 

—Ricardo está vivo señora, eso es lo que me acaban de decir los guardias. 

—Deja de decir disparates —decía doña Ernestina.
También estaba en shock, pero intentaba controlarse. 

—Rosario llévame con él, ¡por favor! —pedía Gena. 

Estaba descontrolada, por primera vez  los nervios le afectaban a ella y no a su madre. 

—Deja de decir sandeces, y más te vale que te controles antes de que tu marido se de cuenta de lo que sucede. 

—No puedo mamá, no puedo. Necesito verlo, necesito darme cuenta que es él —insistía Gena al borde del llanto. 

Su color se había ido por completo. 

—No hoy, y no ahora. Estamos en una celebración familiar, con tu hijo y esposo Gena. No puedes largarte a ver a ese hombre. 

Gena volteó a ver a Rodolfo, arrullaba a su pequeño con una sonrisa de oreja a oreja. Fue lo que le sirvió para darse cuenta que por primera vez su madre tenía razón. 

—Señora mañana que va al voluntariado podrá verlo —comentó Rosario. 

—Tienes razón —respondió, luego de suspirar unas cuantas veces. 

—¡Claro que no! Y usted mejor vaya a ver en qué ayuda, en ves de estarle llenando la cabeza a mi hija de tonterías —volteó a decir doña Ernestina a Rosario. 

Rosario se fue rápidamente. 

—No son tonterías madre, al contrario tiene toda la razón. 

Gena limpió sus lágrimas, pero no podía evitar el color rojo de sus ojos. Por dentro estaba deshecha. 

—Gena, ahora tienes un esposo y un hijo, de ninguna manera puedes correr a ver a ese hombre. Entiéndelo por favor. 

—Entiende mejor tú mamá. 

Gena intentó mantenerse tranquila pero le fue imposible, en menos de dos minutos ya estaba encerrada en su habitación llorando como una magdalena. 

—¿Qué sucedió? —cuestionaba Rodolfo. 

Había notado el momento en que su esposa corrió a la casa. 

—Está un poco agitada por todo el trabajo que llevó esta actividad —dijo doña Ernestina intentando mantener la compostura. 

A su suerte el pequeño Ricardo hizo una graciosidad que le robó la atención a Rodolfo, a modo que no preguntara más. 

—A mí no me puedes mentir ¿Qué pasó con mi hermana? —interrogó Linda. 

—Lo peor hija, lo peor. 

—¿Y qué es lo peor? 

—Ricardo está vivo, está vivo ese desgraciado —decía con furia, ante una Linda atónita por la noticia. 

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