Capítulo 8

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Cerca de los campos que estaban a las afueras de la ciudad, en una casa mucho más humilde que cualquiera de las grandes casas que estuvieran cerca

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Cerca de los campos que estaban a las afueras de la ciudad, en una casa mucho más humilde que cualquiera de las grandes casas que estuvieran cerca. Ricardo hacía cuentas del dinero que había ganado ese día, era consiente que al ir a ayudar al hospital esa mañana, había perdido tiempo, que hubiera podido utilizar para trabajar y ganar un poco más. Pero para él, primero estaba el ayudar a un buen amigo que cualquier ganancia, que si bien era cierto la necesitaba, era consciente que el dinero no tenía que ser lo más importante.

Y mientras el tiempo se le iba, haciendo cuentas de lo que necesitaba tener al finalizar el mes, para pagar la renta de aquella casa, y completar los gastos de sus terrenos, del pueblo, del que era originario. Por un momento no pudo evitar pensar en aquella chica, de ropa fina; Gena.

Nunca le había prestado tanta atención. Sabía que era una señorita fuera de su alcance completamente. Además, que sostenía una relación con otra mujer. Una empleada de la casa de los Albellán. Que, si bien no la quería lo suficiente, la respetaba y para su educación estaba mal pensar si quiera en alguien que era completamente distinto a él.

No era la primera vez que una señorita de la alta sociedad, como eran llamadas las mujeres como Gena, le llamaba la atención, pero sí la primera vez, que le llamaba demasiada atención. Ricardo había notado que, a diferencia de las demás, en Gena había nobleza, algo muy raro para alguien de familia distinguida como sabía eran los Peñalver. Quizás eso le agradaba. Ricardo sonreía al recordar la noche en la casa de los Pittman, cuando notó que Gena lo observaba, pues, aunque no lo mencionó, él lo recordaba perfectamente.

Recordaba cada encuentro con aquella muchacha de modales sencillos, y ropa fina. Que, si bien era un poco extrovertida, tenía la mirada tímida.

Ricardo era huérfano de madre, su papá vivía en el pueblo, en una hacienda que en algún momento fue muy prospera, pero luego de que su madre enfermara, las cosas en la hacienda no fueron muy bien, y prácticamente para ese entonces estaban intentando reponerse de la ruina. Por esa razón había emigrado a la ciudad, para intentar poder ganar algo más de lo que ganaría trabajando en su pueblo, y así intentar, si quiera, mantener la hacienda a flote mientras podía. Sabía que no tenía tiempo para prestarle atención a romances imaginarios. Así que mientras podía, pretendía no pensar en la hija menor de los Peñalver.

—¿Qué haces? —preguntaba Rosario.

La mujer con la que mantenía un romance.

—Lo mismo de siempre —sonreía él.

—Ya te he dicho que sí lo deseas puedo prestarte algo, tengo muy buen dinero ahorrado y...

—Ni lo pienses —la interrumpió.

—¿Por qué? Ricardo, no puedes ser tan orgulloso.

—Quizás no debo. Pero no quiero aprovecharme de ti.

—No estarías aprovechándote de mí, no digas eso.

—Lo siento Rosario, pero ya lo hemos hablado muchas veces y sí te conté sobre mis problemas, no fue para que sintieras que son tuyos.

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