Capítulo 21

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Ricardo había quedado afectado por el comentario de Gena

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Ricardo había quedado afectado por el comentario de Gena. Para él, ella era alguien muy importante. La amaba, lo sabía y de por sí la razón por la cual no había sido sincero con ella sobre sus sentimientos era que dudaba por las clases sociales tan diferentes a las que permanecían. El comentario que ella había hecho le terminaba de romper las pocas esperanzas que albergaba.

—¿Estás bien? —preguntaba don Eladio al ver a su hijo tan pensativo.

—Sí papá. Mañana te dan de alta ¿No sé si lo sabías?

—Me lo dijo una enfermera hace un rato, pero yo a ti te conozco ¿Qué sucede? ¿Problemas en la hacienda?

—No, la hacienda está yendo bien.

—¿Y entonces?

—No me pasa nada papá.

—Soy viejo, enfermo, pero no tonto Ricardo. Confía en mí, soy tú padre, y por todas las vivencias que he tenido créeme que mejor consejero a cualquier problema no hallarás ¿O crees que ese amigo tuyo, Joaquín, sabe más que yo?

—Estoy enamorado de una mujer que está muy lejos de mi alcance papá. Y no sé cómo le voy a hacer para sacármela de este corazón que tanto la quiere.

—No está lejos de tú alcance si eres correspondido.

—Al principio creí que me correspondía, pero... me dejó en claro que no.

—No creo que haya sido capaz de eso, y sí lo fue, creo que lo hizo para no sentirse expuesta. No voy a mencionar nombres porque no quiero que te sientas más invadido de lo que seguramente te sientes, pero tú sabes que sé de quién estás hablando, y créeme, ella no es de esa clase de personas.

—¿Tú crees que pueda tener una oportunidad?

—¿Ya se lo preguntaste?

—No.

—Entonces hazlo, si bien te puedo decir que ella no es de esas personas despectivas con las clases, tampoco soy ella, así que esa respuesta no la sé. Pregúntaselo, ya te lo dije antes ¿Tú que pierdes?

Ricardo se quedó muy pensativo, sabía que su padre tenía razón ¡siempre la tenía! Pero para él hasta ese sentimiento de amor era nuevo, por la clase de vida que había tenido no tubo espacio o tiempo para pensar en enamorarse y tener algo más que una aventura con alguien. Pero para su mala suerte, la señorita Peñalver, se había colado en un espacio de su corazón de donde no se la pudo sacar. Y mucho menos después de que tuvo la oportunidad de compartir con ella.

Le gustaba su risa, su timidez, su ironía al hablar, le gustaba ella. Y más que gustar, la amaba.
Durante toda la noche, dio mil vueltas en su cama sin poder conciliar el sueño, pensaba en las palabras de su padre, y al fin de todas, estuvo convencido que tenía que hablar con ella, y que lo haría al siguiente día. Y, a la mañana siguiente estuvo más que seguro. Necesitaba aclarar de una vez por todas sus sentimientos, no quería quedarse con la idea del si hubiera, quería hacerlo. Quería decirle lo que sentía, y quería saber lo que ella sentía.

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